sábado, 14 de junio de 2014

Algo sobre el pre universitario



Recuerdo una cita de trabajo en el pre universitario Pedro de Valdivia, donde se realizaría un examen psicológico de tres etapas (ninguna etapa relacionada con hacer clases). El primer test era de destreza en asociación númerica (para comprobar si eres al menos un buen contador). El segundo test era un auto análisis sobre caracteres, fortalezas y debilidades (para comprobar que no eres una contradicción andante). El tercer test fue el más extraño. Había que dibujarse en una escena bajo la lluvia y escribir algo de dos líneas sobre eso. El dibujo fue un mono en el medio del temporal, sin paraguas, con un cigarrillo mojado. La leyenda decía algo así como: “Al volver de la esquina, miró hacia donde estaba antes, prendió el fuego, suspiró y la vio. Él dijo: volverás. Ella respondió: cuando todo acabe”. Un compañero que también pasó por la prueba, dibujo a un tipo rodeado de goteras, hablaba en el fondo sobre un tipo en una casa inundada en espera del dios de la lluvia. A la salida, le dije al compañero, medio en broma, medio en serio: “solo por el dibujo el curriculum irá a dar al basurero o a casos clínicos”… ¿de qué hablarán esos psicólogos cuando hablan de la lluvia que dibujamos? pienso en esas escenas imaginarias, bajo la lluvia, en esas muestras de ficción que revelaron nuestra inutilidad, pero también el regocijo de permanecer fuera, de la vida de las secretarias, la conciencia desempleada, con el fuego que se consume bajo el mal tiempo, y con las goteras que continuarán cayendo como si nada.

Anónimos absolutos

Levrero después de escribir más de quinientas páginas: "esto es un diario no una novela". Es la exposición desaforada del lenguaje, es el discurso invertido que plasma lo cotidiano en su radicalidad, es la obsesión por el hombre en miniatura. La escritura ya no sirve a los dioses del significado... lo que no quita que en una labor prometeica puedan brillar y quemar por dentro sus escondites y secretos. El hombre de la infra historia ve pasar los mitos como ve pasar los ferrocarriles viejos que lo llevan a puerto desconocido. Sin embargo, presiente que por las noches es acosado por ese ruido arrollador, invitado a ser cómplice de algo que no puede ni le está permitido nombrar. Hay cosas que no se pueden narrar. Los hechos luminosos, cuando son narrados, dejan de serlo, se vuelven relato, palabra, opacidad. La sentencia de Wittgenstein: "Sobre lo que no se puede hablar, mejor callar". Parece ser el mantra que repiten estos nuevos fabuladores de la infra historia, de los relatos subterráneos, sin otra tragedia que su trivialidad y otra sátira que su propia incomunicación. La poesía para ellos, más que la musa, es la vuelta a la madre que recita a sus niños para combatir el insomnio, para prepararlos para la noche interior. Se escribe para que las noches se repitan una y otra vez. Se escribe para retrasar el día siguiente. "Nada tiene nombre", parecen repetir, estos anónimos absolutos.