domingo, 5 de enero de 2025

Nosferatu ha vuelto: el vampirismo la rompió en el cine Insomnia (crónica breve)

Cuando fui al cine Insomnia a ver la nueva película Nosferatu de Robert Eggers, la fila para la función daba vuelta hasta la esquina de Condell con Huito. Un lleno total que podría equipararse al de una película taquillera. De un momento a otro, el imaginario del vampiro "la rompió".
Muchos de los asistentes iban vestidos de negro entero, pinta gótica con reminiscencias al estilo dark y post punk de los ochenta. En cierta manera, me recordaron al púbico que frecuentaba los locales del Morgana clásico y La Secta en Valparaíso, baluartes de la onda. Había en ella una fascinación vampírica, una cosa entre grotesca y desenfrenada, sin duda, un culto a la figura oscura y salvaje del vampiro, pero de aquel vampiro apócrifo deudor del vampiro elegante de Bram Stoker, Nosferatu, esa suerte de vampiro "proto punk", influido por el expresionismo alemán, cuyos seguidores inundaron las butacas del Teatro Condell, conformando un verdadero culto a la sombra.
La función se realizó en sumo silencio. Ninguno de los asistentes profirió ruido alguno, totalmente absortos, como hipnotizados por el aura tenebrosa de aquel Nosferatu repulsivo e imponente, que no inspira ni un dejo de tristeza ni de compasión. Su visionado fue, de esa forma, lo más parecido a un culto profano. La pantalla del cine tiene eso de vampírico: fagocita el imaginario de sus espectadores, al punto de la patología, entonces ellos, poseídos, proyectan al mundo una nueva mirada, una que sublime sus propios demonios internos.
Salieron luego de la oscuridad de la sala, hacia la noche porteña, salvaguardados de la luz del atardecer que todavía podría haberlos cegado sin remedio. De seguro, más de alguno fue al Máscara a vacilar sus temitas ochentosos, ante el cierre definitivo de los viejos baluartes oscuros. 
Por mi parte, preferí regresar a casa, satisfecho con la imagen de la criatura en mi cabeza, y su repulsiva forma integrando el bestiario de la ficción. Los tiempos de aventura bohemia ya pasaron. O, al menos, bajaron sus revoluciones. Había que evitar, sin duda, a los especímenes del terror que a esa hora empiezan a salir a las calles, especímenes reales, disfrazados de humanos, carentes de nobleza, que campan a sus anchas en el epicentro de la ciudad patrimonio, una vez que cierran los negocios, se abren los locales nocturnos y las calles se repletan de otros personajes indeseables, atraídos por lo ilícito, sedientos de adrenalina, pura pulsión tanática.
Solo por eso, la luz del Sol ya no parece tan amenazante, y el brillo de la pantalla del cine permite velar, con fascinación y misticismo, las noches de sus correligionarios, tras una jornada de locura.