miércoles, 24 de febrero de 2016

Plaza de los sueños

Desde la ventana del cuarto piso se puede ver abajo entre el departamento y el edificio de enfrente un pequeño pasaje con una escalera. Suelen juntarse allí parejas a conversar y a pololear. Con menos frecuencia, grupos. A menudo cuando duermo siesta, tarde noche, los oigo de rebote. Un día, tocaron algo así como un tema rapeado, puteando al sistema, mientras fumaban sus pitos. Otro, un par de testigos de jehová, como tomando sol, descansando luego de una larga jornada golpeando puertas. Bebían agua mineral. Desde febrero en adelante, abundaba lo sentimental. Lo intimista al caer los patos asados. Además, he escuchado más de alguna pelea. Es intrigante ese vaivén del humor del amor. De día, pura chispeante felicidad. De tarde, cuando amanece nublado, cuando todo parece más monótono, y no hay ánimo de panoramas, los nervios aparecen. Reproches, recriminaciones. Una simple disonancia en medio de una balada que vuelve. Cierro la cortina cuando ya he escuchado y visto bastante. Dejo que el día se envuelva en ella. Los rumores del exterior siguen sonando, puertas adentro. Ahora hace poco, tarde noche, lo romántico que aflora. La viva imagen del ocaso, a medida que la pareja de cabros baja la escalera, de la mano. Luego, la aparente tranquilidad. El ruido de autos. Las ventanas que se cierran. Las luces de los postes que se avivan. La cobardía del sol que teme opacar ese momento luminoso, oculto entre dos esquinas. A una cuadra, la llamada plaza de los sueños. Paso por ahí cuando está poblado de parejas. También cuando solo hay soledades. O incluso tarde cuando ya no queda nadie. De todas formas, parece una galería de sueños que vienen y se van. Un espectáculo de asfalto hecho a la medida de la imaginación. El amor visto así se vuelve esa función que solo se observa a distancia, que se disfruta como quien escucha una vieja canción o una obra de teatro callejera. Se vuelve ese sueño insomne que otros viven y que uno solo alcanza a contemplar. Como anónimo transeúnte. Como ciudadano de la abstinencia. El silencio en aquella plaza, solo indica el cierre de la función. Se cierran las cortinas como si ya el show hubiese terminado. Adentro, sin embargo, continúa el rumor de lo que seguirá mañana. Voy más tarde a la cama, esperando replicar al menos una sombra de aquellos sueños. Esperando que la realidad al otro día no me traicione y haga su trabajo.

Sartre revisitado

El infierno somos nosotros.
Por un instante se corta la transmisión del cable. Desenchufo y enchufo bruscamente el router. La luz queda parpadeando con un color anaranjado. No hay señal. Comienzo a asustarme. De pronto, la internet se ralentiza. Me da cagadera. Todo el show virtual a ratos carga, a ratos se cae. Modo entropía. Si algo cae, puede que vuelva a cargar, como puede que vuelva a caer. Corto por lo sano. Desprendo el enchufe macho de la zapatilla. Lo conecto de nuevo. Se reestablece la luz roja. Doy con el botón del control remoto. La luz se pone verde, pero sigue sin señal. Aprieto el botón como quien quiere resucitar a un enfermo en coma. El mensaje sin señal persiste. Paso zapping a través de una programación inexistente. Fiel metáfora de la vida, a minutos de que todo acabe, y no reste otra cosa que apagarlo...