jueves, 27 de diciembre de 2018

Especial PSU en LUN. Parte con una noticia sobre el "Pollo" Castillo, el estudiante de Ingeniería civil industrial que se hizo youtuber y que detesta la oficina. El especial sigue luego con otra serie de casos. Una chica que se quedó dormida dando la prueba y que hoy trabaja en un sello discográfico; una abogada que odia los tribunales y que encontró su vocación viendo tele; un periodista que le inyecta quesos a las hamburguesas; una cientista política que hace terapias alternativas; una ex estudiante de ingeniería química dedicada a ser bar tender. A un costado de la primera noticia, una breve nota comienza con el título "PSU ¿Fin del mundo?". Todo les demuestra a los perdedores de la prueba que su derrota no debiera llevar al desaliento apocalíptico, sino que todo lo contrario, hacia un temprano optimismo, impulsado con el adrenalínico espíritu del emprendimiento. El reseñista de la nota se encarga de enfatizar que la Universidad no es ni por mucho la única alternativa, que en un mundo altamente competitivo la profesionalización es tan solo una de las tantas aristas con las cuales el sistema de cosas promueve la realización formal de los individuos. La desconfianza hacia la excesiva demanda de estudios superiores se hace patente, y lo curioso es que aboga indirectamente por la posibilidad del emprendimiento individual como forma de "salir adelante", de “ser alguien". Entre la garantía universitaria del diploma de limitación y la posibilidad de emprender una actividad rentablemente exitosa, media entonces la zona cero de la expectativa. Decía Pessoa: “no soy nada, aparte de esto, guardo en mí todos los sueños del mundo”. El esfuerzo, el riesgo son vistos aquí como el motor y a la vez como el corolario de un proyecto de vida, condicionado siempre por las variables socioeconómicas, y acaso por trabas de otro orden mucho más sutiles. Así, motivado por una brecha educativa cada vez mayor, al perdedor de la PSU siempre le quedará aquel consuelo de la meritocracia, el ansiolítico perfecto del sistema, la fórmula mágica con la cual el desdichado podrá revertir su destino y enrostrarle a los dioses del materialismo su heroica hazaña, aunque cabe preguntarse, en este punto ¿cuántos de esos entusiastas serán capaces de superar el arrojo inicial? ¿cuántos de esos podrán realmente imponer su marca y sobresalir o, por el contrario, cuántos se inclinarán por el camino del “preferiría no hacerlo”, impulsados por la severidad de sus circunstancias o, inclusive, por decisión propia? ¿cuántos serán llamados a sobrellevar el purgatorio, a trascenderlo mediante su brillante despliegue de virtuosismo o, por el contrario, mediante su inmejorable suma de inercias o desaciertos? Puede que la PSU no sea el comienzo ni el fin de nada, sin embargo, cobra –para muchos- la cualidad de la esfinge, volviéndose una encrucijada que puede conducir al aspirante a la cumbre o al despeñadero, a la sublime ilusión de su éxito o bien al encuentro desvelado, enceguecido, con la realidad.