miércoles, 26 de agosto de 2020

Un pastor evangélico alega represión de parte de oficiales de carabineros en contra de un culto por reunir a sus fieles y transgredir las normas establecidas por el gobierno. En una entrevista en Chilevisión sostiene que la persecución contra el pueblo evangélico viene desde los orígenes del Pentecostalismo, y hoy, bajo el contexto del covid, se ha acentuado con la excusa sanitaria. El cuestionamiento que queda volando es el siguiente: ¿el cumplimiento de un orden público en aras del bien común riñe necesariamente con las libertades colectivas, en este caso, las reivindicadas por esta comunidad religiosa? A través de la discusión se dejan ver las diferencias internas dentro de la propia iglesia evangélica, cada cual adjudicándose la representación del resto. Están los que llaman a respetar los dictámenes de la autoridad del Estado y postergar las reuniones hasta nuevo aviso (Emiliano Soto); y están los que ponen en primer lugar la libertad de agrupación frente a lo que ellos llaman políticas represivas (José Lema Tello). Unos se basan en el respeto a los procedimientos gubernamentales en pro del “amor al prójimo”; los otros insisten en la bandera de lucha de la libertad de culto amparándose en los postulados de la Constitución y la Convención interamericana sobre Derechos humanos y, curiosamente, en una “ley de Dios” que se diferenciaría de las leyes terrenales hechas por los hombres. Sobre este punto, José Lema Tello repite que ellos no pretenden asumir la vocería de toda la comunidad evangélica, solo llaman a una horizontalidad, a un cierto ánimo de diversidad que, a su juicio, no se presenta en la Iglesia Apostólica Romana, con sus distintas jerarquías de poder. Es por eso que Lema Tello cuestiona a Emiliano Soto, diciendo que él solo es “Ministro del Señor” y no de los hombres, y, a su vez, Emiliano Soto le rebate señalando que con esa actitud cae en actitudes abiertamente anárquicas y contrarias al respeto de la autoridad que se deduce de cualquier hombre de fe. Podríamos decir, con seguridad, que gracias a un conflicto en pandemia, la ciudadanía puede apreciar dentro de la propia Iglesia evangélica a sus propios “liberales” y “conservadores”: los que se rebelan contra las vocerías, contra el gobierno y contra el propio bicho, argumentando que la única ley que respetan es la ley divina; y los que llaman a acatar las órdenes de los superiores, fundamentando que esas órdenes constituyen la palabra, la ley que resguarda los derechos básicos de toda la comunidad. Quién pensaría que los evangélicos, luego de saberse un grupo de feligreses más o menos homogéneo y de predicar maldiciones para todo el mundo profano, terminarían exponiendo con escándalo sus propias divisiones, sus propios estigmas, sus propias heridas en las manos, sin conciliación aparente.