viernes, 2 de marzo de 2018

Una verdadera zoología del insulto: perro, zorra, insecto, cerdo, vaca, oveja, víbora, pajarraco, hiena, gallina, sapo, pavo, burro, rata, gusano, sabandija, arpía, ganso, simio, etc, etc. En cambio, la palabra humano sigue siendo considerada como lo que no es. Una palabra cínica, una palabra amarilla. El día en que el idioma por fin reconozca la palabra humano como insulto, habrá que salir a la calle para gritarla a los cuatro vientos.
Entrevista de trabajo en el Liceo René Descartes. Llegué allí de pura chiripa. Me dirigía en un principio rumbo a la estación Miramar, a seguir la caravana busca pega, cuando de improviso miré hacia arriba en toda la curva de Avenida Valparaíso con calle Quinta. Aún quedaba aquel liceo recóndito a la altura del Cerro Castillo. Cambio de planes; solo había que subir un par de cuadras para seguir escudriñando alguna vacante. En verdad la volada fue muy cartesiana: Se pensó de pronto y se hizo. Junto a la reja de la entrada se encontraba una inspectora de patio. Le entregué el curriculum y me preguntó qué profe era. Ante la respuesta, replicó que justo estaban necesitando profesores de Lenguaje, puesto que recién ayer se había retirado alguien. Demasiada coincidencia en un lapso de tiempo y un espacio tan acotado. No podía ser mejor. Entré y la inspectora se dirigió con el curriculum directamente hacia la oficina de Utp. Incluso, hasta se dio el lujo de darme un consejo: "Di que necesitas la pega". Le respondí que de hecho la necesitaba. Esperé un par de minutos en el patio del colegio hasta que la inspectora regresó todavía con el curriculum en mano. "Su curriculum estaba mal hecho", decía a lo lejos mientras se aproximaba. Evidentemente en broma. Ella no podía aguantar ni el gesto de su propia talla. Así que, al ver que solo asentía, replicó: "No, a las 1 y media. Entrevista con la UTP". Para hacer la hora, y capear la buena noticia, alcancé a darme una vuelta por el centro sin problema y con toda confianza. 

De regreso para la entrevista, la inspectora me señaló que subiera sin más y hablara con la recepcionista. Esta al desconocerme preguntó si ya había hablado con la UTP. Le dije que no, que la inspectora había coordinado con ella previamente. La recepcionista entonces, sin tener idea de la coordinación a sus espaldas, llamó a la oficina para confirmar. Bastaron unos minutos para que bajara la jefa de la unidad técnica. Durante la entrevista se habló a grandes rasgos del horario, los montos, el tema disciplinar y el tema académico. Aclaró que ese era el filtro necesario, que aquí "sí se podía trabajar" y que estaban evaluando otras cinco entrevistas más antes de la efectuada para tomar luego una decisión y llamar más tarde a cada uno de los profesores entrevistados en caso de sí o de no. De ese modo, la Utp se despedía amablemente, aunque tanto urgida por los mil y un trámites aún pendientes que evidenciaban su ya agitada preocupación. 

A la salida me interceptó la inspectora y preguntó cómo me había ido. Le respondí simplemente que la jefa había quedado de llamarme "como suele ser". Improvisando algo de entusiasmo, agregué que ojalá quedara en el Liceo y pudiera ejercer de una vez por todas. Al notar lo dicho, la inspectora saltó de inmediato, y dijo si estaba seguro, porque sabía de comentarios de otros profesores que en el Liceo la cosa administrativa igual era complicada. "Si no, pregúntale al profesor de religión". Apuntó de inmediato hacia un caballero que entraba a la sala de profesores con paso cansino. "Él dijo que si le preguntaran dónde estaba el infierno, respondería sin duda que aquí". Luego de esa acotación inesperada, abrió la reja de salida y me deseó lo mejor. La llamada se supone que debería suceder en estos momentos, o durante la tarde noche. De lo contrario, habré salido de aquella entrevista con un ánimo endiablado, cachando de antemano que no todo lo que se piensa necesariamente tiene que existir.