domingo, 17 de mayo de 2015



Abrir los ojos, la mente, el corazón, estamos ante la cultura del abrir, el discurso de vanguardia implica abrir algo que estaba vetado por los medios o por el poder o por nuestras propias fuerzas ocultas. De alguna forma es el clásico discurso de la verdad como misterio (esoterismo) que tiene su parangón en freud con lo inconciente (o en hesse con su rotura del huevo para romper un mundo). Se trata siempre de despertar algo dormido, de abrir algo escondido, de romper algo hermético.... escribiendo pareciera que uno se delata, que abre o rompe algo para derivar a otra cosa ¿por qué no abrir más que simplemente los ojos, la mente y el corazón (metáforas de cierta interioridad que sublima nuestros pensamientos y su mundo cotidiano)? Si es la cultura de la exposición, ¿por qué no ir hasta el fin y abrirse de ropas o de entrañas? En la escritura intimista, por ejemplo, un confesionario impúdico que juega con abrir y cerrar la puerta al mundo con tal de dejar que entre algo de polvo y de luz. El efecto mediático de los diarios, por su parte, siempre construir una realidad a la medida del afuera... Habría que apostar, en cambio, por dejar algunas cosas ocultas en el tintero, dejar algunos elementos de la imaginación o de la pasión en secreto, con tal de salir hacia afuera, hacia la vida pública con más ímpetu y deseo (no precisamente de cambio). Las intenciones, siempre ocultas, de los otros, son el arte de la sugerencia. Solo podemos expresar lo que no se ha dicho. Solo podemos juzgar lo visible. Sin embargo, detrás de eso existe todo un iceberg de posibilidad, hundiéndose hasta el fondo... De un libro, por ejemplo, solo se deducen las páginas, todo el trabajo de edición, de escritura, de publicación está implícito, escondido, de alguna forma, y hay que reconstruirlo, o derechamente imaginarlo.... En una tierra vacía se puede o instalar un vertedero, un supermercado o una nueva plaza... En una pieza vacía, a oscuras, se puede reconstruir más de alguna historia insomne.... Pienso en esto, mientras la puerta del refrigerador, vacío, me sugiere querer comprar mercadería para la semana, es el vacío que exige su porción de mundo, nuevamente, aunque no fuese precisamente por razones elevadas ni ambiciosas, sino que por simple necesidad.