sábado, 5 de noviembre de 2016

Reviso el correo gmail. Sin expectativa de que haya mensaje de nadie. Me encuentro con el mensaje de una alumna. Un mensaje de auxilio. Dice que ayer faltó a clases a causa de la protesta en el Troncal. Motivo por el cual no pudo asistir al cierre de promedios. Habla sobre un monólogo dramático que debe. Explica que en un comienzo lo hizo con otro compañero (su pareja) pero que finalmente decidió hacerlo por su cuenta. Espera mi comprensión. El monólogo va adjunto en formato word. Abro el archivo. Las primeras líneas del monólogo rezan lo siguiente: "Era día viernes, y por alguna razón me sentía abrumada, lo cual no solía ocurrir, ya que pasaba todo el tiempo haciendo cosas. Estudiando, trabajando, todo lo que pudiera ocupar mi mente. Así que decidí ir un minuto al mirador (...) Lo tengo todo, y para llegar hasta aquí me alejé de cualquier cosa, o persona, que pudiese distraerme. Ahora solo me hace falta una palabra: voluntad, para arrojarme al vacío o para dar el siguiente paso". Parecían las líneas de una suicida en potencia. Ella diría que se trata solo de un trabajo pendiente. La ficción da para mucho. Descargo el archivo para su revisión. Cierro la cuenta gmail. Me dispongo a ordenar todo lo que resta por leer. De inmediato, me llega como un rayo la noticia sobre la muerte de dos dramaturgos chilenos. Busco entonces un libro sobre el origen de la tragedia. Un apunte obligado sobre la diferencia entre tragedia y drama. Cuestión que en clases quedó inconclusa. Y que la propia alumna del mensaje, al parecer, consiguió entender a su manera.