viernes, 17 de mayo de 2019

Acabo de pasar por la plaza. Una niña iba en un triciclo seguida de su madre. Un paco hacía guardia en una patrulla, cerca. Vio a la niña y le dijo: -Te la cambio-. La niña vio inocentemente la patrulla. Apretó fuertemente su triciclo. El paco saludó a la madre. Esta le sonrío. Fue hermoso.
En el contexto de una clase sobre el texto expositivo, le mostré a los cabros un reportaje sobre el uso de la benzodiazepina como droga. Uno de ellos al fondo atendía el celular mientras el de al lado de jockey le tocaba el hombro. Al finalizar el reportaje, me dirigí a ese grupo de chicos. El de jockey preguntó, irónicamente, dónde podía conseguir una caja. "Es cosa de googlear", le respondí, aludiendo al mercado negro y a su facilidad de acceso, explicado por el propio periodista del video. Luego, le pregunté si había consumido alguna vez alguna clase de sustancia ilícita. Dijo que no, que era sanito, pero que conocía a alguien que sí le hacía. Los demás se dieron vuelta misteriosamente, durante un silencio repentino, para saber de quién se trataba. El cabro aquel volvió a tocar el hombro del chico del celular. Este, al verse señalado, se pronunció y dijo que quién no la ha hecho alguna vez. (Se sabía implícitamente que este cabro le hacía a alguna cosa, quizá marihuana, quizá coca, pero solo captando la indirecta del grupo del fondo). Los demás dijeron yaaaa! Una vez dicho aquello, el cabro se atrevió y me preguntó de vuelta si acaso yo no había consumido alguna droga cuando "joven", -En sus tiempos de universitario, cómo no le ha hecho a algo, o puro estudio usted?- replicó el cabro, esperando la respuesta angustiosa. Seguramente, y siguiendo lo del video, el chico asociaba esta conducta a lo vío. El que no cachara sería catalogado inmediatamente como perkin. -No, nunca-, le dije, -no cacho nada-, repetí, como para intuir más o menos qué es lo que me iba a responder este joven drugo. El cabro se rió inmediatamente y dijo: -Adóoonde, usted sí le ha hecho a algo. Usted tiene que cachar. Solo que se hace el leso-. Al fin, la respuesta esperada. No podía delatarme respondiéndole con la verdad frente al curso, pero tampoco podía mentirle del todo. De todas maneras, se trataba de un secreto a voces, solo atendido por estos cabros, los pillos, los más drugos de la clase. La benzodiazepina mental, por otra parte, ya había cobrado la memoria del resto de sus compañeros que, inadvertidos o quizá demasiado indiferentes, no pescaron mucho y siguieron leyendo el texto que tenían enfrente como si se hubiesen estancado en un bad trip, y la clase a su alrededor no hubiese sido otra cosa que una emanación de su inconsciente, demasiado imbuido en su volá.