martes, 28 de febrero de 2017

Pynchon

Un loco de la u, amigo, escritor muy a su pesar, que escribe como poseído una infinidad de cosas, muchas veces disparatadas, otras geniales, me habló cuando lo encontré al paso sobre una novela de Thomas Pynchon: El arcoiris de gravedad. Decía que sería su próxima lectura, después de terminar con la saga de David Foster Wallace. Recuerdo que hablaba sobre la creación de una especie de revista folletín. En la portada estaba la bandera de chile empalada sobre el anónimo trasero de alguien. Una metáfora de nosotros mismos, decía de forma jocosa. Con el humor distinto que le caracterizaba. A veces las lecturas se parecen a sus lectores. El amigo es profesor, igual que yo. Muy a nuestro pesar. Su polola me decía la otra vez que renunció por un tiempo a la pedagogía para dedicarse a vender, cosa que se le da bastante bien. Según él volverá pronto. Mientras tanto, me decía que seguía escribiendo. Que se imagina que en un futuro podría dedicarse enteramente a escribir. Volverse de esos freelancer que vive de escritos por entrega. Algo solo posible en la Norteamérica de Mailer, le decía. No, algo posible en la república de tu mente, me replicaba. Alguien a quien admiro sinceramente, precisamente porque se parece a Pynchon.

El finiquito

Me informa la secretaria que debo ir a buscar el finiquito. Enseguida la duda me corroe. El sudor actúa. ¿Por qué habría de tener finiquito, si mi contrato fue renovado? Voy donde la oficina del instituto. La secretaria me señala que debo firmar el finiquito. Le pregunto que por qué, a cuál finiquito se refería. Como K en El proceso, no sabía de la existencia de ese tramite pero se me interpelaba a cumplirlo. La secretaria al constatar la incertidumbre, la estupefacción ante ese papel inoportuno, me explica que se trata de una cuestión meramente interna. Un procedimiento que la directora tuvo que realizar para hacer valer legalmente el año de trabajo de cada profesor. Significa en el fondo que no estaré despedido. Que seguiré con la renovación del contrato, volviendo a empujar la rueda infinita de la obligación, solo que mediante la simulación de un finiquito sin remuneración, para facilitar el impasse burocrático de nuestra jefa. La secretaria, en un momento de confianza, explica que todos los años tendrá que ser así. Que ese será el modus operandi de ahora en adelante. Mediante la existencia de un finiquito fantasma, nuestro contrato quedaba sellado. Tal cual un sisifo de los tiempos modernos, como empleado de una educación formalísima, me tocaba, junto con otros colegas, compañeros en ausencia, firmar un documento sin efecto. Esa firma era el símbolo recursivo de nuestro destino laboral. Llegando a casa, el comprobante de ese falso finiquito cae al suelo. Antes de recogerlo, lo primero que se vislumbra es el cero, el cero que representa la nada pero también a su manera el eterno retorno. La eterna simulación.

lunes, 27 de febrero de 2017

Giordano Bruno y Trappist 1

“Existen, pues, innumerables soles; existen infinitas tierras que giran igualmente en torno a dichos soles, del mismo modo que vemos a estos siete (planetas) girar en torno a este sol que está cerca de nosotros.” Giordano Bruno, sacrificado por la Inquisición en 1600 al negarse a renunciar a sus ideas sobre la infinitud del universo.

Más de cuatro siglos después, la NASA anuncia el descubrimiento de una pequeña estrella situada a 40 años luz, que tiene siete planetas rocosos como la Tierra girando a su alrededor, los cuales podrían albergar agua en la superficie.

Giordano Bruno > Iglesia.
Uno de los Carabineros que acudió a la casa donde se suscitaron extraños fenómenos paranormales, dijo que "invocó al diablo" tratando de decirle que se retirara del lugar. Una reacción ridícula para algunos, pero también atemorizante para otros. La ciudadanía dividida entre los incrédulos que aplican la razón lógica y científica y los creyentes que profesan a todas luces la existencia de fuerzas todavía inexplicables conspirando en la zona. Unos se creen con la superioridad moral de acusar superchería infundada y buscar evidencias empíricas a toda costa; otros defienden la tesis paranormal hasta las últimas consecuencias, criticando el escepticismo galopante de los primeros. La reacción errática de aquel Carabinero, siendo protagonista in situ de los hechos, nos hace pensar en qué poder tendría la ley actual ante la manifestación de fuerzas que atentan contra el propio orden racional de cosas. Ahí cualquier clase de criminología se vendría abajo solo por estar tratando con agentes de origen desconocido. Por eso mismo, ante la falta de un procedimiento legal que cubra la posibilidad latente de lo paranormal dentro del ámbito humano, no sería descabellado recurrir a un grupo tipo X Files, dando la cara por lo institucional, o a una figura similar a John Constantine, un detective de lo oculto trabajando por su cuenta, lidiando con métodos mágicos, sobrenaturales, que desafían la ley, yendo más allá de la propia moral. La situación paranormal en Puerto Montt, todavía inabordable por la contingencia, invita a imaginar un panorama ficcional, digno de novela de Alan Moore, y a evaluar la intervención de esta clase de personajes. Y, después de todo, ¿por qué no? Ya que hace rato, en Chile, lo inexplicable se ha vuelto el motor de los acontecimientos. Por no decir, el engranaje oculto de su realidad.
Alud en Los Andes, y casi simultáneamente, fenómenos paranormales en un poblado de Puerto Montt. No hay que buscar afuera. Tenemos nuestro propio show de Cosas extrañas en clave pop, nuestra propia Dimensión Desconocida.


Por recomendación de mi viejo veo Hell or high water. El año pasado, por cuenta propia, vi Arrival. El dilema entre el neo western y la novísima ciencia ficción. Mi propuesta de Oscar para este año, definitivamente, se debate entre padre e hijo. Todavía sin consenso.

jueves, 23 de febrero de 2017

Quintero y Trappist 1

Veo la noticia sobre el descubrimiento de un nuevo sistema planetario a 40 años luz del nuestro, compuesto por siete planetas, tres de los cuales serían habitables, con fuertes posibilidades de albergar agua. Los siete planetas girarían en torno a Trappist 1, un astro enano llamado así por el telescopio que lo descubrió. La noticia me llega como un rayo de luz, como una premonición vespertina justo en el momento que llego de un viaje expreso a Quintero, en busca de otros parajes costeros distintos al del habitual puerto. La travesía dentro de la misma costa sublime por inabarcable, a través del límite marino que delinea la Quinta, tenía también, a su manera, algo de odisea cósmica, pero más una odisea hacia adentro. Como es arriba es también abajo, según la ley hermética. Caminando por Quintero uno observaba si acaso la gente seguía costumbres similares. Si acaso también había eso que llaman vida. Se iba entonces en busca del agua que identifica el suelo que se pisa, pero también en busca de la mirada detrás de esa agua, detrás de los pasos que la confrontan. Esos pasos, los de la gente alrededor de este poblado, eran también, a su manera, los míos. La órbita que seguían era también la del agua que define el sentido del espacio. 

En una parte del trayecto, por Avenida Francia hacia abajo, había un par de jóvenes abrazados mirando el horizonte de la caleta. En la caleta se podía apreciar un pequeño monolito con una leyenda. La leyenda decía: "Todos los caminos de todos los destinos de la tierra van a dar al mar". Arriba el cielo nublado, como un espejismo, como una proyección de ese encuentro. Más abajo, en la plaza cercana a la municipalidad, en el nudo urbano, un par de viejos jugando ajedrez completamente solos en el interior de un parque infantil. De fondo sonaba música ochentera envasada, venida como desde un tiempo remoto. Un tiempo a años luz. El juego de los viejitos era tan tenue que parecía el de un goteo impredecible. El contraste entre aquella pareja de jóvenes mirando hacia el mar y el de los viejos jugando solitariamente, tierra adentro, era como una síntesis de toda la humanidad. Lo que la identifica así no es la inteligencia, sino que su forma de interpretar el espacio, la presencia y la existencia de frente o de espaldas a lo inconmensurable: el mar, el mar que vacilante les baña, y que no promete otra cosa que un futuro incierto, titilante, más allá de toda mirada, de todo horizonte. 

Seguía andando sin un plan definido, solo dejándome llevar por un ritmo como líquido, al vaivén del paso de algunos coterráneos. Llegaba hasta el final que circunda Quintero con la playa de Ritoque, para tomar luego el camino de regreso. No sin antes hablar con un par de cabros que hacían dedo hacia el interior, tampoco sin un mapa, solo con el territorio. Pienso, luego de leer aquella noticia, que si existiese otro sistema con un planeta similar a la Tierra, que pudiera albergar agua y vida en potencia, tendría también que albergar espacios como los de la costa de Quintero. El límite, de ese modo, debería ser el mismo: el sutil y a la vez turbulento límite entre el agua y el vacío, trasvasado por el sentido, el terco sentido que pretende superar la propia expansión del universo.

Mecha corta

"Mecha corta" se les dice a quienes se ofenden rápidamente en un contexto de hueveo o los que explotan fácilmente al verse acorralados ante la falta de argumentos. En la red social veo muchos casos de mecha corta, que ante la menor desaveniencia o insulto se lo toman todo demasiado en serio y salen corriendo, o bien, en el peor de los casos, eliminan y bloquean al o los sujetos en cuestión. La versatilidad de la pantalla ofrece un nutrido campo de interacciones, pero también da paso para malentendidos discursivos, bajo la lógica de relaciones frías por demasiado distantes. Zizek hablaba algo parecido en un video sobre "la corrección política como nueva forma de totalitarismo". Decía que mientras más cercanos somos con el otro, mientras mayor confianza, se propicia el espacio para una atmósfera saludable de contacto obsceno. Ponía el caso de la condescendencia de un jefe con su empleado. Entre más respetuoso era, paradójicamente la relación subalterna se fortalecía. En cambio, el mismo empleado con sus colegas de trabajo podía dar rienda suelta a la máxima desfachatez al estar con ellos libre, abierto al humor negro, al doble o tercer sentido, bajo una mirada horizontal. Se sigue de ese modo un contrato implícito, donde cada quien se burla del otro o incluso se insulta, agarrándose a chuchadas, sacándose la madre, bromeando sobre la condición de cada uno, poniéndose apodos, cambiando de roles, chistes en su mayoría denigratorios, captando que no por eso la relación se va marchitando, sino que al contrario, se va afianzando. Entre los pares uno puede decirse toda clase de groserías, incluso llegar a humillarse, pero subentendiendo que todo eso es puro hueveo. La gracia está en saber rebatirle al otro con una cuestión más ingeniosa. Ser rápido. Ser vivo. De hecho, quien dentro de ese contexto se llegara a ofender o se enojara, pierde. Se vuelve un mecha corta. Por supuesto, que hay límites y límites. No se trata tampoco de pasar a llevar a diestra y siniestra. Sino que de cachar, de reconocer cuando la cosa viene en buena y cuando viene en mala. Pero, por lo mismo, en la red social, al dar cabida a un sinnúmero de contactos, muchas veces conectados gracias a una relación fantasmal, inexistente, digamos, en la "vida real", el menor atisbo de discordia o de ataque ad hominem puede dar lugar a una odiosidad sin límites, al no existir aquel contrato obsceno subyacente que florece entre los lazos más personales y honestos. Eso puede verse representado en una distopía tipo Black Mirror, como la del episodio Hated in the Nation, en el cual ciertas figuras públicas eran odiadas por gente que no estaba de acuerdo con sus dichos y sus acciones, y que, al etiquetarlas con un hashtag de odio, iban muriendo de forma misteriosa. O en la sociedad reflejada en Nosedive, donde todos van subiendo una especie de puntaje de acuerdo a su valoración positiva de los otros y de si mismos. El simple hecho de ser valorado de forma negativa redunda en un menor puntaje, y por ende, en la ignominia y en la ruina. El peligroso punto en que ya nadie podrá decir nada del otro porque todo resultará digno de censura. El establecimiento de un respeto frío y también cínico. Una virtual dictadura de la buena onda.

martes, 21 de febrero de 2017

Con un amigo nos acordamos de un video de Vicentico donde salía de negro con un bastón, seguido por niños haciendo una coreografía y apuntando con unas pistolas. Pequeños murgueros, pequeños Oliver Twist sudacas del otro lado de la cordillera. Era Se despierta la ciudad, de su primer álbum solista. Por allá por el año 2003 el tema sonaba fuerte. El amigo decía que en el video Vicentico tenía un leve parecido con King Diamond, una impronta rockera con un tono festivo. Incluso el solo de la canción pasaba piola por un solo de heavy metal. Se trataba de una analogía musical un tanto fanática, producto de la nostalgia, en una época en la que Vicentico recién comenzaba su carrera en solitario como Ex Cadillac, y en la que el rock iba volviéndose poco a poco una trinchera, una trinchera de chicos jugando a creerse malos, desafiando su miserable realidad: "el niño se acerca mostrando su dedo, la gente se asusta y se pone a gritar".

lunes, 20 de febrero de 2017

El otro festival

Se me ocurre la genial idea de venir a Viña. Taco del terror, gente como fuera de sí. A la altura de Av Valparaíso, el mimo Blanquito haciendo su rutina clásica, hueveando con los autos que pasan por ahí. La gente a su alrededor se ríe casi al unísono. Uno de los locos dijo que nada contracorriente, por el simple hecho de que se arriesga a desafiar a más de algún conductor de malas pulgas. De repente, de puro morbo, uno se imagina que algún conductor baja y le para el carro al mimo. Pero nadie lo hace. A pesar de que le tocan la bocina en numerosas ocasiones, de forma impetuosa. El público lo avala. Nadie lo puede detener. La risa se toma la calle. El mal humor al volante se evapora.

Más allá, cerca de la plaza viña, a pasos de la galería de caracol, se observa al viejo baterista improvisado que una vez fue premiado por Farkas pero tuvo el pésimo destino de sufrir el robo de su nueva batería. Se halla a un costado justo detrás de un contenedor de basura verde. Tiene instalado su equipo de música, un cartel donde explica quien es y qué hace, y unos cuantos cachureos armados de tal forma que parezcan un equipo completo de percusión. El viejito le pone empeño, y canta sobre la base de música envasada, como si fuese su propio karaoke callejero reciclado. Unos pocos cabros se ponen a su alrededor. Le pasan algunas monedas. Apañan su show con una mezcla de empatía y de curiosidad. El viejito aclara, después de un par de canciones, que lo que él hace también a su manera es parte del "festival de la gente". Después de su declamación final, se toma un descanso. Bebe algo de agua, y ordena el desorden de su pequeño montaje.

Al caminar dos cuadras más adelante, en toda la esquina de Plaza Sucre, increíblemente se encuentra el flautista misterioso en andrajos, a estas alturas, una leyenda viva. Su figura sin embargo no convoca gente ni por virtuosismo ni por solidaridad, como en el caso de los otros dos personajes. Su figura atrae por una suerte de miedo, enigma y excentricidad. A su lado, mientras toca su monótona melodía de viento, la gente pareciera que pasa como encantada. Tal cual un flautista de hamelin, va coordinando el sonido de su instrumento con el del paso gris y a ratos exasperado de la gente, que cruza por ahí imbuida de nervio y también de euforia por el ambiente festivalero. Nadie lo mira más de un minuto. Uno que otro le pasa unas chauchas de manera ritual.

Sin proponérselo, de esa manera, la Avenida Valparaíso tiene su propio Festival paralelo, a vista y paciencia de los transeúntes que participan directa o indirectamente de él, haciéndose testigos o volviéndose cómplices del show que montan el Blanquito, el viejo baterista y el flautista misterioso, sin glamour ni coordinación alguna, en un espectáculo aleatorio, completamente gratuito, solo movido por el hambre, las agallas y un mantra inexplicable que comienza solapadamente a invadir toda la ciudad.

domingo, 19 de febrero de 2017

Dialéctica en Trova

Un loco y su amigo hablaban sobre la vez que lo dejaron plantado, y sobre una ocasión en que le dieron una dirección equivocada de trabajo. El amigo insistía en que se trataba de un par de casos sin importancia. El otro loco le aclaraba que no se daba cuenta que vivía en un mundo 100% materialista. Que los idealismos respecto a la confianza y el mutuo de acuerdo se hallan mediados, en gran medida, por la vara del interés. El loco, bastante más letrado, hacía lecturas referentes a Marx, la Biblia y Nietzsche. El amigo, protagonista de aquellos episodios, sin tanta teoría, solo se basaba en el hecho de que aún confiaba en las palabras "salidas del corazón", en la posibilidad de que no todas las intenciones fueran completamente egoístas. Ante eso, el loco le replicaba: "La dialéctica, compadre, la perdida dialéctica". Una cuestión eminentemente práctica, según él, que podía verse reflejada en el simple hecho de que la mesera del local exigiera la cuenta antes de que ellos se pusieran a tomar. Demostrando cierta desconfianza, o bien una medida todavía desconocida para los clientes. Él agregaba: "La historia. Se mira a huevo la historia. Pero todo se puede explicar en tesis, antítesis y síntesis. Esa es la idea de Hegel, que luego Marx aterriza, para explicar cuán cagaos estamos". El amigo suyo, sin cachar tanto sus ideas, pero tratando de seguirle la corriente, aclara: "Pienso que después de todo, lo importante es comunicarse, wn, comunicarse". El otro loco finaliza diciéndole: "Y organizarse, recuérdalo". El amigo suyo asiente, levantando un vaso lleno de cerveza. En un choque de vasos podía resumirse un incipiente comienzo, una espumante dialéctica sin otra ambición que su trasnochada promesa. La mesera había vuelto hace un rato a la caja, antes de escuchar el remate discursivo del loco y el amigo. Vuelve al puesto justo cuando ellos acababan de brindar. Dejó caer la cuenta rápidamente sobre la mesa. Sin tranzar palabras. Los amigos, al ver cómo el papelito se deslizaba tenuemente entre los vasos, se miraron sin más y siguieron bebiendo.

sábado, 18 de febrero de 2017

Tornado de almas

Mientras terminaba de escuchar el Dystopia, último álbum de Megadeth, caí dormido de repente, bajo un calor inusual y el sonido de las distorsiones. En el sueño me encontraba junto a una banda tributo llamada Tornado de almas, formada por algunos locos del colegio. Era Noviembre del año 2005. Tocaban en el contexto de las alianzas de fin de año. El sonido se me hizo parecido al que alguna vez escuché a una banda real del colegio, llamada Pobres cristianos, un rock con un sonido crudo y rudimentario. El recital de Tornado comenzaba justo después de una competencia de juegos típicos. Cuando tocaban, a casi nadie parecía gustarle semejante estridencia. Las monjas hacían muecas como de desagrado, guardando una paciencia fingida. Los únicos que vacilábamos la música éramos unos pocos arriba en la tarima del segundo piso. Los temas propios pasaban en banda, aunque disfrutados de forma solapada. De pronto comenzó el tema Tornado of souls. Entre el abucheo generalizado surgieron de la nada unos gritos de aliento. El episodio en el que arrancaba el célebre solo de guitarra era sin duda el más vacilado. Hasta que de pronto uno de los jueces de las alianzas determinaba que el tema debía acabar, por exceder los cinco minutos de demostración, máximo tiempo requerido para cada show. Se armó un motín de cabros y cabras que le exigían al juez continuar con el tema hasta que acabase. Las monjas bajaron a poner orden. Sin éxito. Acabaron sumándose a la masa de alumnos ensordecida con el virtuosismo del solo a lo Marty Friedman. 

Al acabar el tema, se escuchaba desde la alianza roja, nuestra alianza, una seguidilla de aplausos y silbidos exigiendo “otra!, otra!”. Los locos de la otra alianza, la alianza más flaite, exigían literalmente parar el hueveo. Se armó después una camorra más o menos. Entraron el inspector y las monjas nuevamente a poner orden. En eso entraba la otra alianza. El número era el baile de moda de unas cabras, vestidas de prenda ligera y excesivo maquillaje. Uno de los integrantes de Tornado, a lo lejos, descansando con el bajo, me comentó que parecían un montón de groupies animando el rock (en realidad otro loco amigo mío decía que parecían prostis, pero esa acotación en ese momento no venía al caso). Las cabras se veían entusiastas, aunque una de ellas miró hacia el frente, algo nerviosa por la vara alta que dejaron los chicos del tributo a Megadeth. Comenzaba el show. Las chicas se movían sensualmente, ante el ritmo de una cumbia. Justo cuando una de ellas, la más rica, hizo una performance improvisada, algo así como un solo de guitarra pero en modo baile, siendo ella el solo o la guitarra, el loco a cargo del sonido de la radio escolar comenzó a hurguetear entre los cables para arreglar la amplificación. Al teje y maneje le siguió luego un chirrido momentáneo, y en eso abruptamente se acabó el sueño. 

Desperté por la mañana, acalorado, de manera brusca, como si hubiese llegado de un mosh violento. Miré hacia el equipo y la radio seguía prendida, pero ya no sonaba nada. Prendí de esa forma el pc y traté de recordar el nombre de aquella bailarina, para completar en mi mente su número solista. Solo un recuerdo vago se asomaba. Una silueta difusa oscurecida por las cavilaciones. Mientras tanto, la música de la radio volvió a sonar de forma milagrosa. Entonces acabé anotando mentalmente: Now I'm safe in the eye of the tornado.

viernes, 17 de febrero de 2017

En Plaza Victoria unos punkis tocaban música cerca de la estatua de los leones. Grata sorpresa. Un grupo de gente se arrima a ellos. De pronto llega un evangélico con megáfono y vocifera su monserga apocalíptica. Trata de capturar la atención de los presentes, atención que los punkis se habían robado. Se desata así una pequeña lucha por acaparar público. Los punkis suben el volumen. El evangélico recurre a otro discurso. En un momento este se marcha, y una señora, en cambio, comienza a repartir volantes entre la gente. Algunos los reciben. Otros siguen su camino. Los punkis, al darse cuenta que la gente se va marchando, bajan el volumen. Comienzan a guardar los instrumentos. Se dan las manos en señal de victoria. Algunos de ellos dicen ir por unas bálticas. Otros planean regresar a Bellavista a machetear. Mientras tanto, a lo lejos, se ve al evangélico del megáfono cruzar la calle con bolsas de mercadería.

jueves, 16 de febrero de 2017

El ascensor y la estatua

Al doblar por una esquina cercana a Molina, se aprecia desde abajo la demolición del ascensor del Espíritu Santo. Ese ascensor pareciera que hubiese estado deshabitado hace mucho, a pesar de que subía una que otra alma foránea. Avanzo un poco más hacia el centro, doy con el Parque Italia, que parece estar acabando su remodelación. Veo desde afuera la estatua de la loba luperca amamantando a Rómulo y Remo. Se ve que la estatua tiene una forma distinta. Como si los primogénitos de bronce hubiesen vuelto a nacer en el seno del plan. Se sigue un trayecto rutinario, pero la ciudad prosigue sometida a sus vaivenes. Bajo la entrada de aquel ascensor pronto a demolerse, hay ahora un contenedor de basura, y, más allá, la reja abierta de un night club. Señoritas debaten a sus anchas mientras fuman y hacen tiempo para volver al trabajo. Por otro lado, justo frente a la estatua de la loba, se levanta un nuevo jardín que antes no existía, y el camión de la construcción va sacando los bloques de yeso y la tierra derruida, casi de forma sincronizada. Sigo avanzando, una joven camina raudamente en dirección contraria y se dirige hacia el lugar de la plaza para asomarse un minuto. Luego prende oportunamente su celular y saca una foto de lejos, hacia la fachada de la plaza. Por un momento pensé en asomarme también para echar un vistazo al lugar, pero elegí apurar el paso. En el espacio de unas cuatro cuadras se manifestaba entonces, por un puro asunto circunstancial, la imagen de una reescritura de la historia: el ascensor del espíritu santo, que simboliza a la iglesia, caído a pedazos lentamente, compartiendo el lugar de las meretrices; en cambio, la estatua de la madre loba y los bebés, que simboliza a Roma, reconstruida, libre ya de intrusos, adquiriendo colores nuevos, ante la mirada pálida, impávida de los transeúntes de verano que circundan el límite de la calle.
Un gato en el techo de la casa vecina mira fijamente hacia acá. Tengo la ventana y la cortina de la pieza abiertas. Los ojos del gato envían una señal perturbadora. En cualquier momento imagino que salta. Pero no lo hace. Continúa mirando. Levanto la cabeza, entonces se mueve hacia otro lado. Se hace el weón. Como no quiero ser menos, dejo de mirarlo. La noche continúa su sigilo silencioso.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Bruno Bernal, atleta y poeta

“Me llamo Bruno Bernal, vivo feliz con mi soledad y con mis costumbres ermitañas, soy como un álamo güacho, o como un tamarugo en el desierto, soy como un pájaro de largo vuelo que despliega sus alas en busca de libertad”. ¿Palabras de un poeta? Más bien son las palabras del corredor porteño Bruno Bernal, a estas alturas ya considerado una leyenda. Según cuenta en una entrevista, comenzó a correr motivado por la Naturaleza, a los 35 años en Lonquimay. Luego de su trabajo de aduanero, se internaba a través de la soledad de los bosques y los bordes de los riachuelos. Al llegar a Valparaíso continuó como funcionario de la aduana, y fue allí que consolidó de a poco su figura de corredor inmortal. Se dice que corrió en la gran maratón del año 2001, alcanzando una marca histórica. Escuchar sus consejos deportivos era como escuchar los resabios de algún monje zen, que de pronto encuentra en la actividad atlética una filosofía de vida. Un justo medio. Un haikú cinético. Recuerdo haberlo visto pasar por Barón, y en otra oportunidad cerca de la Altamirano. Cada vez que pasaba por ahí, otros corredores anónimos lo saludaban con una suerte de simpatía pero a la vez con un respeto como milenario, más allá de lo mediático. No se le conoció familia ni descendencia. Tampoco se sabe mucho de su vida personal antes de su etapa de atleta, y eso es lo más esencial de todo. Tampoco se sabe mucho sobre su desarrollo profesional. Solo se conoce su obra, su espíritu incansable proyectado hacia un destino. Bernal era además un lector y un poeta. En su pequeña casa coleccionaba diarios con las últimas efemérides del mundo en más de veinte años. Era prácticamente tan hábil lector como corredor. Hablaba de la historia del chile decimonónico tan bien como hablaba de sus aventuras y desventuras maratónicas. Escribía, en sus entretiempos, de vez en cuando algunos poemas, a modo de calentamiento mental. Escribir versos era también a su manera una forma de correr, a través de una pista imaginaria: la hoja en blanco. Desplegando un trayecto sobre la marcha. Escribir y correr eran para Bernal, a fin de cuentas, una misma cosa. 

Conversábamos con un amigo a propósito de su partida. Su figura recuerda a ratos a los poetas beat. Aunque sin los excesos de estos últimos. Solo quizá su carácter subterráneo, de culto, de devoción a la vida y a la energía que en ella imprimía por cada gota de sudor y por cada letra sobre el papel. Al escribir sobre este literal caballero andante, pensé en Robert Walser y su clásica novela El paseo. En aquella novela los acontecimientos se le iban presentando al protagonista a medida que iba paseando sin un motivo demasiado sólido. El paseo era en cierta medida una escritura de su vida sobre la cual reflexionaba su condición mendaz. En Bernal se podría hacer el símil con su ejercicio atlético. Cuántas experiencias fue capaz de conjurar en ese límite cinético de la vida con su disciplina. Eso solo él lo podía saber, en ese su movimiento indomable, pero también riguroso. Podríamos decir que Bernal fue un poeta del atletismo. Y estaríamos haciéndole justicia. Pero también podría llamársele un atleta de la poesía, puesto que su verdadera obra era indistinguible de su pasión. En fin, uno de aquellos personajes entrañables del puerto, que parten con él y en él acaban habitando, recorriendo cada espacio como si fuese el último, pero también el primero. Nuestro propio bartleby del atletismo. Nuestro maratonista de la poesía.   


martes, 14 de febrero de 2017

El origen del día del amor

Según se lee en un artículo reciente de ABC historia, el origen de la fiesta de San Valentín es en realidad de índole pagano. Tiene su comienzo en las "Lupercales", un festival dionisiaco y orgiástico que se llevaba a cabo en la Antigua Roma con objetivos netamente de depravación y sexualidad. Se dice que tiene un origen mitológico, en un período donde supuestamente se hacían sacrificios humanos. Los jóvenes eran disfrazados de lobo y bañados con sangre de cordero por un sacerdote, luego de lo cual iniciaban un peregrinaje hacia Roma, mientras acometían toda clase de obscenidades y eran azotados con correazos, en un ritual que significaba la pérdida de la inocencia y la virginidad, el paso iniciático del caos a la civilización. La Iglesia al saber sobre aquellas prácticas tomó cartas en el asunto y cristianizó el antiguo rito durante el siglo V, app., siendo reemplazado por el actual día de San Valentín, basado en el hecho de que este santo desafió al emperador de Roma del siglo III en nombre del amor de Cristo. Mucho más tarde, se sabe que este mismo santo fue decapitado por tratar de casar ilegalmente a soldados de guerra durante el gobierno de aquel emperador. Solo a modo de referencia, cuando el fuego de la pasión decaiga, cuando los corazones ya no den abasto, indaguemos en la historia y pensemos en esta bizarra y legendaria efeméride. Una genealogía del amor nunca viene mal.

Mi hermana, un tierno ateísmo

Mi hermana chica el Domingo dijo algo que francamente me sorprendió. Luego de que la madre la reprendiera porque según ella le contestaba demasiado, al llamarle la atención por pasar mucho tiempo conectada a internet, le dijo a mi hermana que se le estaba "entrando el diablo". Ante eso, mi hermana responde: "pero, mamá, si el diablo no existe y dios tampoco". La madre, creyente, me dijo que la dejara, que era el arrebato típico de la pre adolescente, que ya se le iba a pasar, que era común a su edad soltar alguna que otra herejía. Primera vez que la escuchaba decir eso. A pesar de que hoy ya no signifique nada negar a dios ni a cualquier otra entidad metafísica, me pareció que aquella frase salida de la boca de mi hermana cobraba otro sentido. Un sentido no tanto filosófico, sino que de repulsa a ciertos límites. De un mini ateísmo motivado por el carácter. Ahora el misterio está en saber cómo ella llegó a esa declaración atea. Si la leyó de alguna parte, la escuchó de alguien en el colegio, o, algo mucho más improbable, si simplemente le nació de manera espontánea, sin ideas preconcebidas.

Luego de que la madre la retara, pensé entre mí que el hecho de que mi hermana haya dicho eso merece una segunda lectura. Que habría que dejar un poco de lado los resentimientos y sentarse en una especie de mesa a reflexionar sobre la primera vez que dudamos de las ideas que nos imponían los mayores. De inmediato, se me viene a la mente el cortometraje "Mi amigo Nietzsche" en donde un niño descubre por su cuenta el Así habló Zaratustra en medio del basurero de la ciudad, (y también, en parte, a los "maestros de la sospecha" de Paul Ricoeur: Freud, Marx) gracias al cual logra subir sus notas en el colegio y empieza a proferir una serie de blasfemias y de ideas nietzscheanas que acaban preocupando a sus padres. Mi hermana, por su parte, nunca me comentó que había leído algo semejante al libro del corto, antes de aquel día Domingo en que estrenó su frasecita. Ni tampoco me confesó que la escuchó decir a algún otro compañero en clases. O a algún profesor o profesora nihilista. El secreto de mi hermana continúa incógnito. Nunca nos dirá ni a mi ni a mi madre cómo fue que dejó de creer en el diablo y en dios. En cambio, seguirá tiernamente terca en su pequeña pieza propia, gozando del privilegio de su edad, en donde nunca nada se toma demasiado en serio, profesando un amor "religioso" por sus ídolos musicales, sin mayor explicación que su propio ánimo desenvuelto.

lunes, 13 de febrero de 2017

El meta soltero

Es cosa sabida que en el universo existen dos clases de solteros, radicalmente distintos entre sí. Está el soltero exitoso, el que lo es sencillamente porque quiere serlo. El Don Juan, el Casanova insufrible, que cambia de pareja como cambia de calzoncillos. El que quizá no teme tanto al compromiso. Solo que lo encuentra tremendamente aburrido. A este soltero se le podría catalogar como el soltero que quiere y puede, bajo toda circunstancia. Está, en el otro extremo, el soltero perdedor, el que lo es porque no puede evitar serlo. Aquel que se propone buscar pareja pero termina haciendo amigas. Esta clase de soltero puede que desee el compromiso para salir de su estado solitario. Pero en realidad solo busca una salida temporal. Un revolcón para no cagarse de frío por la noche. A este soltero se le podría llamar, sin duda, el soltero que quiere pero no puede. Sin embargo, entre estas dos categorías se levanta una tercera. Desde el fango mismo de la castidad y la promiscuidad. Aquel que quizá pueda pero tampoco quiere. El fenómeno. La rara avis. “El meta soltero”, aquel que solo se dedica a escribir y reflexionar sobre la soltería. El contemplador de la derrota y del triunfo ajeno. El eterno jugador. Su verdadera reputación siempre será desconocida.
La hora en que ya todo se cree perdido de manera irrevocable, pero también la hora en que ya todo lo que venga constituye una ganancia. No hay un reloj adecuado para ese momento. Llega sin más como una intuición silenciosa, un parpadeo sutil después de la última resaca de realidad...

domingo, 12 de febrero de 2017

La Alianza Kakuhido

Un amigo comparte una bizarra noticia. Se trata sobre un grupo de hombres japoneses que ha declarado la guerra a la festividad capitalista de San Valentín. Por supuesto, se trata de hombres solteros y desafortunados en el amor. Se hacen llamar "La Alianza Revolucionaria de Hombres a los que las Mujeres no encuentran Atractivos". (Kakuhido). Según ellos, su consigna principal consiste en "aplastar el capitalismo del amor”. Este grupo Kakuhido dicen que fue fundado en 2006 por Katsuhiro Furusawa, quien leyó el Manifiesto Comunista de Marx luego de ser rechazado por su novia. Después de su lectura, concluye que la falta de popularidad con el sexo opuesto se trata en definitiva de un asunto de clase.

Al terminar de leer la noticia completa, saco una sonrisa. Uno, por el grado de absurdo del que son capaces los japoneses, que no termina de sorprender. Y dos, por el hecho de que esta simpática anécdota, más allá del posible debate político, resulta única en su género. Digna de novela. Digna de distopía. No puedo pensar, por ejemplo, en una marcha de solteros protestando contra el capitalismo de San Valentín, en Chile. Solo a los japoneses, con su imaginación y locura, se les podría haber ocurrido.

La vida sexual de Pessoa y de Kant

Doy con una novela titulada "La vida sexual de Fernando Pessoa" de Salomo Dori. El título me recuerda inmediatamente a otro ensayo llamado "La vida sexual de Immanuel Kant" de Jean Baptiste Botul. Uno podría pensar de repente que la vida del primero era abundante, y la del segundo, completamente nula. Pero esa sería una interpretación prematura y antojadiza. Entre la castidad del filósofo y la heteronimia del poeta, se teje no una diferencia radical, sino que más bien una complicidad secreta. Ambos vieron en el sexo una cosa crucial, ya sea por oposición o por enmascaramiento. La lectura de sus obras estaría incompleta si se dejasen de lado aquellos libros. Aunque, pensándolo bien, la literatura de cualquiera estaría incompleta sin alguna alusión al sexo, por escasa, por solapada que fuese.


sábado, 11 de febrero de 2017

De regreso por la noche, en el karaoke de la esquina cantan Creep de Radiohead. Justo en la parte que dicen I dont belong here, unas gringas borrachas cruzan la calle. Unos flaites las siguen. Parecen hablarles en un inglés marginal. Dan jugo un rato, y luego las dejan ir.

viernes, 10 de febrero de 2017

Ejercicio erótico narrativo (el trazo secreto)

Recuerdo que, en ciertas ocasiones, cuando el acto estaba a punto de arrancar, la previa se daba por azarosas circunstancias. Era la consecuencia de una conversación demasiado íntima, al compás de un jazz trasnochado, o bien el desliz luego de una voladera inusual, en conjunto con unos cuantos grados etílicos. La cuestión con ella fue más o menos así: Perdíamos noción sobre quien empezaba, entonces ya me veía envuelto en su figura paulatina, en sus curvas peligrosas, y era en ese instante el tacto lo que afloraba, lo que remecía la susceptibilidad. Un leve cosquilleo que desembocaba en carcajada o en un toque más osado, que iba naufragando por todo el cuerpo desde el cuello hasta el pecho, dejándonos atónitos, oscilantes en esa cadencia, incendiando los genitales hasta el punto de su cocción, mientras la conspiración continuaba, y la música ya no se distinguía del ritmo general de esos sentidos, y el saxo de ese entonces (solo de Coltrane) no se distinguía ya del sexo, puro y duro. 

En un momento ella paraba. Su silencio era parte del erotismo de la situación. Creaba un suspenso dulce por demasiado secreto. Parecía susurrarme al oído lo caliente que estaba su entrepierna. Entonces las manos temerarias iban bajando, hurgando a través del monte, dando con la zona próxima a la cérvix, rozando con furia el origen de la vida. A las manos luego se sumaron los labios, sintiendo correr de a poco el fluido de la vertiente. Los gemidos se iban pareciendo al coro de la improvisación, susurros nocturnos, sudorosos. En los cuales ninguno lograba entender realmente lo que decíamos, y no importaba, porque esas palabras no decían, solo tenían un ritmo, un ritmo efusivo, a ratos fragmentario, confundido con la atmósfera de la música, haciendo juego con la luz baja y el humo de marihuana saliendo por la ventana, escapando por el agujero negro de la noche hacia la calle vacía, libre en ese momento de figuras y de sujetos. Libre de guardianes voyeristas.

La cuestión, de ese modo, continuaba, muy a pesar de nuestras intenciones. Sobre la cama en posición de caballito, los miembros seguían consumiéndose, su trasero brillante iluminaba la oscuridad como la luna misma, a medida que mi puñal atravesaba su hendidura profunda, pero en un instante, al erguirme, sus manos delineaban la espalda abriendo un tajo, dibujando un trazo secreto, perverso, que solo sus ojos podían deletrear. En ese roce misterioso zozobraba, el aliento no alcanzaba a emitir la lectura cabal. La expresión, la interpretación fidedigna de lo que sentía. No era más que el cómplice de esa marca sangrienta en la espalda. No pretendía tampoco indagar en ella. No buscaba increparla sobre su pequeño delito, sobre su pequeña huella en la carne. Iría en contra del contrato de fuego que en su tiempo firmamos. Aquella marca como un texto críptico que solo ella podría recordar en toda su ley, al otro día, cuando cada quien regresase a su rutina, desvelado, disipando la memoria de toda aquella locura. También el arañazo todavía fresco cuando veía mi rostro en el espejo sucio de la casa. Quizá solo la evidencia o la ilusión fatal de aquella madrugada, en que creía reconocerla y escucharla más allá de sus asentimientos y confesiones dolorosas. 

Luego del viaje de regreso, su mensaje interno informando que llegó a salvo. Parecía más amable de lo que reflejaba en un principio su ímpetu caluroso. De regreso a la pieza, las cenizas de los cigarros que anoche se fumó, las voy recogiendo como cada una de las palabras que durante la sesión omitimos. En el mensaje, un corazón para coronar la improbable expectativa.

jueves, 9 de febrero de 2017

El infinito turbulento

Durante el lapso de menos de una semana dos amigas han mencionado a Henri Michaux. Busco un libro suyo. "El infinito turbulento". En este se repiten las palabras droga, vacío y viaje. Me hago de inmediato su lector.
En una vuelta por la Feria del libro de Quilpué, me encontré con una novela de Enrique Vila Matas que no había tenido la oportunidad de hojear: "Doctor Pasavento". Versa sobre un narrador que va en busca del paradero de Robert Walser, de quien admiraba su inclinación por el anonimato, la satisfacción por una vida sencilla y el rechazo categórico a la gloria y la fama (literarias). Alrededor, mientras comenzaba la lectura del día, se avecinaban algunos escritores y escritoras de los cuales no se sabía mucho, pero que guardaban el ímpetu necesario. No me atrevería a llamarlos emergentes. Entusiastas creo que calza mejor con su definición. Sin leer mucho sobre ellos, y escuchando alguno que otro poema, se percibe a simple vista una sutil camaradería. No una cuestión sectaria, aspiracional, sino que un asunto de simpatía, de relación orgánica. Si uno comienza a hilar fino, uno puede llegar a encontrar lazos que creía imposibles en el contexto de una lectura. Cuestiones humanas, demasiado humanas. Poéticas o anti poéticas hasta decir basta. Sin embargo, esa parece ser una característica de los escritores de Quilpué: su espíritu medio Robert Walser, su renuencia a abandonar la provincia de la escritura.

El compás, la cruz y el graffiti

Cada vez que se pasa frente a la Gran Logia de Chile de Av Brasil con Carrera, se puede ver debajo de la columna con el logo masónico un graffiti de anarquía. Lo raro es que siempre que se pasa por ahí permanece imperturbable. Como si el hecho del graffiti fuese insignficante. Una vez, un par de punkis okupa de yungay pelaban el cable por fuera del edificio, cuando el graffiti seguía ahí. Puede que ellos lo hayan hecho. En otra ocasión, un grupo de gente aparece por la salida de Errazuriz, esperando que comenzara el culto de la iglesia evangélica a un lado de la Logia. Esta última, sin embargo, es la única que casi siempre se ve desocupada. O recibiendo gente de forma clandestina. Se podrían especular muchas cosas respecto al misterioso lugar. Pero ninguna sería lo suficientemente real. A un costado del compás masónico, en la parte alta, se encuentra la cruz evangélica. Junto con el ya clásico graffiti de anarquía sobre la columna. Todo en el espacio de una cuadra. Solo en Valpo pasa eso. Solo en el puerto esos tres símbolos pueden hallarse juntos, sin que ningún porteño o extranjero que pase por ahí parezca perturbarse.

The Lobster

Después de ver la película The Lobster, imaginé durante la noche la creación de un anti reality, en donde un grupo de solteros del país es confinado en un hotel, dentro del cual tendrán que pasar 45 días siguiendo reglas absurdas para encontrar pareja y volver a reintegrarse a la sociedad. El castigo por cada regla que no cumplan dentro del hotel sería ejemplar. Se les tendría prohibido andar solos, siendo acompañados todo el tiempo por una mascota o por compañeros de piso. Además no podrán recurrir a la auto complacencia hasta el lapso de que encontraran una pareja adecuada. Durante la tarde, se les obligaría a capturar solitarios en los bosques. Durante la noche, se les representarían de manera teatral las bondades de la vida con otra persona. De vez en cuando saldrían a la ciudad aquellos que hayan logrado el objetivo. Por supuesto, de manera paralela, se mostraría a los solitarios en los bosques, armando una conspiración para rebelarse contra el sistema de cosas. Un reality de ensueño al más puro estilo Buñuel, que sería algo así como la sátira social del amor.

martes, 7 de febrero de 2017

Muere Todorov. En la U dice una compañera que leíamos prácticamente puros autores muertos. Una excepción a ellos era Todorov. Se hablaba de dos de sus libros: La conquista de América, Nosotros y los otros. El motivo era siempre el rollo de la otredad, categoría explotada a la saciedad por nuestra escuela. Saco sin embargo, de entre el estante, su Introducción a la literatura fantástica. En una parte del libro se deja leer: "Para que la escritura sea posible, debe partir de la muerte de aquello de lo cual habla; pero esa muerte la vuelve imposible, pues ya no hay nada que escribir". Intento, con estas palabras, revivir los pensamientos que surgían de su lectura curricular. No doy con otra cosa que con el testimonio de su imposibilidad, en este texto. El otro es siempre otro. Esté vivo o muerto. Lo único que ha desaparecido fue el lector de aquellos años. Su lectura universitaria. Lo único que paradójicamente sigue viviendo es su escritura sobre la muerte. Aquí y ahora, sobre el estante, inaugurando un límite indefinido.
En los momentos de soledad de la pieza, reflexiono sobre mi cercanía al cambio de folio, y hago un recuento de las cosas materiales que he logrado, o mejor dicho, las cosas que he logrado adquirir como propiedad. Echo un vistazo rápido a la pequeña pieza. Veo el closet lleno de chaquetas. La estantería con los libros, los cds originales y las películas pirata. Abajo del estante del notebook, las carpetas con discografías grabadas en mp3. Luego, el equipo de música comprado hace años, con la radio Ritoque sonando de fondo, y el dvd arriba de la tele vieja de la casa. Todas y cada una de esas cosas, en su insolente cotidianeidad, serían prácticamente lo único que podría categorizar como "mío". Todo lo otro o es desechable o es alquilado. No contento con eso, sigo buscando, levanto un poco la vista, y de repente aparece sobre el closet el título de profesor, lleno de polvo, escondido entre unos curriculums mal impresos, a modo de bonus track. Ah! y en el cajón del velador, los audífonos, un matacolas y, más al fondo, la arrugada carta de ruptura de mi ex, confundida entre unas boletas de honorarios ya vencidas.

lunes, 6 de febrero de 2017

Suena Burning Heart de Survivor por la radio, y mientras ocurre no puedo evitar pensar que los golpes en la vida (sí, esos de los que hablaba César Vallejo) son los que dejan, los que impulsan la aventura interior. Los golpes al ego, al orgullo. Los sucios golpes. Cuando se resienten la existencia toma un sabor más intenso, una mezcla de vergüenza y de estoicismo que encandila la voluntad. Cuando eso pasa, reconoces que la mano que alguna vez arrullaste en forma de corazón, puede también volver a instalarse en el rostro pero en forma de puño, y eso es lo que logramos subrayar al final de la jornada: el tierno sarcasmo de las cosas que se aman. La mano que escribe sobre los golpes es a la vez la misma que sueña con la belleza.

domingo, 5 de febrero de 2017

En su visita a Santiago el año 2014, Paul Auster confiesa: “Escribir es como una enfermedad, el mundo real no es suficiente”. Un año después, tras recibir el Premio Formentor de las letras, Ricardo Piglia señala: “Uno escribe porque está desajustado con la vida”. Reflexiones que ambos hacen, como se dice, cuando ya vienen de vuelta. Frases con un tono concluyente, que revelan, en el fondo, el por qué hacen lo que hacen. Hay en esas confesiones una suerte de poética del desajuste. A mi modo de ver, suenan mucho más reales y honestas que esa tendencia mesiánica del escritor como portavoz de la sociedad o como agente de cambio. Cualidad en suma predecible y sospechosa. Prefiero a eso la escritura mínima, la ficción como alternativa posible, el desarreglo moral.
Hay en los narradores no sé si una necesidad, sino que una obsesión por atacar cabos, encontrar patrones. La realidad se les aparece a estos como una materia prima, ilegible, inconmensurable, una gran voz cósmica que rezuma energía pero también vacío. Su búsqueda o su tentativa podría analogarse con el mito del laberinto del minotauro. En esa inclinación por los relatos del mundo, interminables, los narradores parecen seguir el hilo de alguna Ariadna afuera del laberinto. El laberinto puede ser a ratos su propia mente. Y la Ariadna que buscan una sublimación de sus deseos ocultos. Pero claro, hay quienes se pierden en el laberinto indefinidamente, hasta regodeándose en su interior, y otros quienes buscan el centro y desean regresar invictos. Más allá de esto, existen, sin embargo, narradores que se parecen más al minotauro de Borges, seres que habitan el laberinto pero que solo desean escapar de él, para superar su condición ínfima. Estos últimos constituyen una especie aparte. Ya no siguen ningún hilo, solo caminan dejando atrás unas huellas fortuitas. Acaso el trazo de una trayectoria vacilante. Me atrevo a decir que estos narradores, ocultos, siempre desplazados, constituyen una promesa emergente. Quizá no un éxito editorial, sino que un legado subterráneo. Ya no el relato del héroe, sino que el no relato del monstruo. Los narradores minotauro que ya no sigan a ninguna Ariadna, que ya no intimiden con un intrincado relato, porque solo buscan la salida del laberinto, en espera de la estocada final, equivalente al punto al final del texto.

viernes, 3 de febrero de 2017

Un amigo me comenta por interno su panorama de hoy viernes por la noche: empezar la tercera temporada de Breaking Bad, serie que le recomendé luego de que él mismo, hace dos viernes atrás, me pidiera algo entretenido en qué distraerse. Le digo que vale la pena quedarse en la casa un viernes por la noche a verla, aunque se pierda de salir a carretear. Preferir ver Breaking Bad a simplemente salir por la noche pareciera ser, a estas alturas del partido, signo de renuncia, fanatismo, madurez o una bizarra mezcla metanfetamínica de todas esas cualidades. Recuerdo que, tras ver la primera temporada, me señalaba cómo Walter White fue capaz de llegar al límite al construir su imperio de cristales azules, con un fin en un principio éticamente correcto, para luego sufrir en carne propia la transmutación de sus propios valores. Decía que era mucho mejor fabricar algo que beneficiaría a tu círculo aun a riesgo de matarse uno mismo (simbolismo del héroe) que fabricar algo que sería potencialmente dañino para todo el mundo, sabiendo que la ambición de poder también conlleva su cuota de autodestrucción. No estaba de acuerdo con las consecuencias de las acciones de Heisenberg. Sin embargo, la adicción tiene su origen arraigado en un vacío psicológico y existencial irrenunciable. El dilema de Walter White no es otro que el que nosotros mismos nos hacemos en nuestro fuero interno: hacer lo correcto o hacer lo necesario para sobrevivir. Ese dilema no aplica solamente para el negocio de la droga. Aplica para la propia vida. La capacidad de elegir, al filo de la navaja, entre un camino u otro, asumiendo que el viaje de retorno no está garantizado.
“La irresponsabilidad es parte del placer del arte. Es la parte que las escuelas no saben reconocer”. James Joyce. Sueño con que algún día, en una realidad paralela, esta misma frase me la repita un alumno irresponsable en clases, jocoso, irónico, insolentemente jovial, y continué su cometido sin problemas.

20 poemas contra el amor nerudiano

En la lectura poética de El Clandestino en Quilpué de esta noche, se homenajeó a Gabriela Mistral. La mayoría eran poetas mujeres. Sus lecturas eran diversas. Simpáticas ellas. Ninguna parecía demasiado intimidante desde una perspectiva feminista. Al contrario. La presentación oscilaba entre lo musical, lo lúdico y lo ideológico. Hubo algo, sin embargo, que me llamó la atención en la lectura de la última chica. Le pregunté su apellido. Era impronunciable. Se llamaba Verónica. El libro del cual declamó tenía por nombre "20 poemas contra el amor nerudiano", en directa relación intertextual con el clásico poemario del vate. Una relación antagónica, paródica.

Luego de leer esta chica sus versos llenos de referencia al cuerpo erótico, liberado del yugo del hablante lírico adorador de musas, se refirió a los hombres, también poetas, que escuchaban su declamación con entusiasmo. Poseída por la energía de su puesta en escena y en parte por el vino del local, instó a que alguno de ellos diese su opinión sobre la performance, puesto que estaba englobada dentro de un conversatorio sobre escritura femenina, en correcta complicidad con el organizador del evento (que no paraba de echar tallas para parecer empático, siendo también objeto de tallas por parte de una de las lectoras). Al ver que casi ninguno se animaba a opinar o a participar de la convocatoria, nuestra joven poeta arrojó al vacío, mejor dicho, al silencio del local, una pregunta retórica: ¿Qué acaso ningún hombre se atreve esta noche?. Ante la inexistencia de la respuesta masculina, un par de poetas en el grupo en una mesa dijo que esta noche, al ser dedicada a Mistral, sería completamente femenina, por supuesto, para parecer condescendiente con la sutil propuesta de la chica. El animador dice que, ante la interrogante, los hombres podrían quedar para el micrófono abierto, instancia en que casi siempre todo se dispersa, y en donde ya los invitados se van yendo, quedando solo un momento marginal para dar todo de sí o declamar a la mala sin ninguna clase de filtro.

El impasse quedaba, después de todo, resuelto: los hombres de la noche, los poetas, se tomarían el micrófono abierto. La chica de los poemas parecía ya acabar su show para volver con sus amigas o compañeras en otra mesa. En eso, me armo de coraje y le digo a Verónica una última réplica antes de acabar. Le digo que en realidad nosotros esta noche solo vinimos a tomar y maldecir. Por eso la renuencia. Ríe de forma solapada, comprendiendo que en el fondo es así, aunque sonase a un juego irónico. Luego de acabar el evento, me acerco a Verónica para despedirme. Me dice que por qué no leí. Le recalco la razón de que el micrófono abierto resultaba poco digno, ante el hecho de que ya todos querían que la lectura acabase. Y le hago saber además que esta noche era de ellas, en honor a la Gabriela. Ella asentía sonriente, sin ninguna clase de respuesta aprendida, con soltura fresca, casi embriagante. Prometía aceptar la invitación por facebook, mientras agarraba su bolso y el celular iluminado en el bolsillo de su chaqueta. En aquel gesto de despedida intuía que nuestra falta de protagonismo en la lectura no era sino otra forma de adoración. Que el hecho de estar en un rincón, murmurando, sintiendo su poesía femenina sin llegar a comprenderla, era ya a su manera una maldición. Un último verso indescifrable, la constatación de que un puro asunto de lectura y de escritura jamás podrá hacer la diferencia entre nuestro sexo.

jueves, 2 de febrero de 2017

Couve el realista

Adolfo Couve señala en una de las entrevistas de La tercera mano: "Me cuesta mucho menos pintar que escribir. Cuando pinto estoy feliz, pero no estoy creando. Se crea en el dolor nomás. La felicidad va en contra del talento. El talento es dificultad". Ciertamente existe un arte para la cabeza, frío, académico, impersonal, condenado a quedarse en los anaqueles de la indolencia, constatando su falta de compenetración con la realidad. El otro arte, el arte doliente, genuino, será siempre para el corazón y para la vida. Couve decía que su pintura le permitía traducir su estado de ánimo o bien retratar cierto aspecto de la existencia, sin interferir demasiado en ella. En cambio, su escritura estaba más cercana a una pasión, exponiendo sus contradicciones y secretos como si fuesen parte de su arte, siempre en el límite crítico del lenguaje, en la frontera del lenguaje con la propia vida. Sin un grado de perturbación no es posible crear nada. La eterna satisfacción a la que aspira el optimista no puede estar más lejana a la aventura de la creación. Porque esta para manifestarse requiere de un goce medio doloroso, medio epifánico, siempre. Por eso Couve se consideraba ante todo un realista. Aunque no un realista de la mímesis, sino que un realista que se deja traspasar por la realidad como una especie de maestra. Todo lo que admira tiene esa cotidianeidad que puede incluso desasosegar. Entiende que hacer arte no es recluirse ni apartarse, sino que estar aquí mismo, "ponerse vivo". Todo lo que admira tiene, en definitiva, ese rostro crudo de los "vivos", como diría Vila Matas: “retratos de la conciencia de paseo por el mundo, saboreando su bocado de vida, radiantes en su desesperación”.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Eternime: la ficción de seguir vivos.

En un enlace se hace mención a un proyecto latente: "eterni.me", surgido de un programa de emprendimientos del famoso MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts. El proyecto consistiría en la creación de un avatar online a partir de nuestra presencia y actividad en la red, para que así, tras nuestra muerte, ese avatar pueda seguir interactuando con nuestros deudos. En definitiva, la posibilidad de que un avatar se haga pasar por nosotros eternamente, superando la muerte física a través de una vida eterna virtual. Las mentes del gran proyecto dicen que observaron la conducta de las personas cada vez que un amigo suyo en facebook muere. Estas siguen interactuando con el perfil inactivo del fallecido, paradójicamente "dándole vida", de modo que el perfil acaba deambulando como un fantasma en el medio de la red social, un alma en pena que no acaba de desatarse. De manera increíble, el perfil, a pesar de que su usuario ya no siga existiendo, continúa "siendo", sin necesidad de abrir sesión, sin necesidad de una resurrección. Aquellas mentes pensaron en esto y decidieron llevar el proyecto a su idea definitiva: crear una aplicación que sirviese para llegar a crear una memoria virtual de los muertos. Inclusive generar un clon digital que pudiese, mediante un intrincado y complejo sistema de algoritmos, reproducir la hipotética actividad de los muertos tal como si estos en realidad siguiesen vivos en el mundo real.

La pregunta que sigue a aquella idea es ¿cómo será posible que una aplicación pueda replicar nuestro comportamiento después de muertos, basado solamente en nuestra actividad virtual? La interrogante sobre la viabilidad del proyecto Eterni.me ya ha sido formulada por la visión del celuloide, como puede verse en el episodio Be Right Back de Black Mirror, donde una viuda prueba a revivir a su marido a través de la subasta de un "gemelo virtual" que replica su conducta precisamente basado en su historial de red. O en Trascendence, en la cual la conciencia de un científico era cargada, después de muerto, hacia una suerte de red mundial, capaz de conectar con la esencia misma de la realidad y gobernar el mundo. Ninguno de los panoramas ofrecidos parece alentador o demasiado entusiasta con respecto a la ambición de la inmortalidad, cuestión que obsesiona últimamente a los científicos del transhumanismo y a los discípulos de la singularidad. El problema del proyecto es que esconde una intención megalómana. Puesto que si nos preguntásemos ¿cuántos podrían tener una vida virtual después de muertos? la cantidad de aspirantes sería más reducida que el número de personas que mueren por condiciones naturales o azarosas. Lo que daría espacio para una especie de "elite" privilegiada. O el propio hecho de preguntarse ¿para qué seguir viviendo en la red eternamente? echaría por tierra el sentido del proyecto dentro de un marco limitado de posibilidades.

El punto es que el proyecto eterni.me no contempla el efecto devastador de su esencia: el hecho de que nuestro propio avatar post mortem no sea más que una completa ficción, una lectura antojadiza y acomodaticia de nosotros mismos, complaciente, quizá hasta mejorada, pero completamente falsa y servil a los intereses del propio proyecto, bajo la apariencia publicitaria de una vida virtual después de la muerte, que mantenga a nuestra otrora comunidad satisfecha con ese simulacro. ¿Seguiría ese avatar en línea emulando nuestras propias acciones? ¿Escribiendo inbox misteriosos y perturbadores como secretos de ultratumba? ¿Dando matches al sexo opuesto en busca de una relación desde el más allá? ¿Saludando a sus amigos con el mejor de los gestos con un fin únicamente narcisista? Solo una cosa parece completamente cierta respecto al naciente proyecto de la inmortalidad en línea: no será gratuita (ni tampoco honesta).

Se me vienen a la mente en cambio los nobles pero también terribles pensamientos sobre la muerte que poseían los poetas de antaño. Mary Shelley con su Mortal inmortal, en la cual la milenaria ambición por la vida eterna puede llegar a convertirse, lejos de lo que creen los científicos optimistas de nuestro tiempo, más en una maldición que en una bendición. Un mal sueño del cual el alma romántica solo desearía despertar: hacia la muerte. Borges resume, en uno de sus poemas, este sentimiento vital de la muerte, cargado de sentido mortal: 

"La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres.
Éstos se conmueven por su condición de fantasmas;
cada acto que ejecutan puede ser el último;
no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño.
Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”.

Imagino los eternos rostros virtuales revividos en la red por el proyecto Eterni.me, planos, carentes de nervio, de autenticidad, de vida real, de MUERTE. Y no puedo evitar tener pesadillas tipo Black Mirror.