lunes, 24 de noviembre de 2014



De la época del colegio francamente no recuerdo ninguna materia ¿quién en su sano juicio recordaría absolutamente todo? La escuela se trataba de salir de la prisión personal para acabar tus días imaginando un futuro hecho borrones en la pizarra, se trataba de salir juntos de alguna clase de prisión espiritual... la de que el mundo nos pertenece, cuando a lo sumo recordamos unas cuantas jugarretas en el patio, unos cuantos dolores de corazón y algunas canciones pegajosas... se trataba de forjar alguna clase de actitud, y eso lo daba el estilo que ingenuamente se hacía propio, esa ingenuidad era nuestra barricada, era esa cimarra un escape placentero pero trágico, como la música... nadie entendía para qué mierda se estudiaba y sin embargo se entendía el ritmo de una época, una victoria pírrica frente al sinsentido de la formación... frente al crudo paso a la adultez... aquella incertidumbre, aquel ruido nos pertenecía por defecto.

jueves, 20 de noviembre de 2014



La legitimación a través del discurso, puede ser algo riesgoso, las palabras tienen su doble filo, por más rigor que se aplique está siempre el sedimento del carácter, de la personalidad, de una posible herida... el lenguaje como lo conocemos algo muy tardío, no se sabe cómo ni de dónde pero habla por nosotros una memoria inefable, alguna clase de instinto ¿a eso tan informe se pretende llamarle yo? en cada palabra que arrojamos contra el otro y el universo (bombardeado de conceptos) vamos enterrando ese secreto personal ¿para qué entonces la verdad? recuerdo a una chica que dijo algo así como que la verdad es pura tregua: un momento de distensión para continuar con el movimiento incesante.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

La escena de la ventana

Pienso en la escena de la ventana del cuadro de Juan Pablo Castel en El Túnel. Aquel detalle que María fue la única en percibir, la mujer solitaria mirando frente al mar, aquella escena que parece una premonición y, a la vez, una destinación. A partir de instantes decisivos, de detalles enfermos es que el artista envuelve la mirada en el otro. En el caso de Castel, la mirada de la musa es el reflejo de su propia obsesión sin lugar en la sociedad, y luego la sórdida trama y luego la persecución, la incomprensión y el asesinato. 

Durante una relectura del libro, mientras permanece la ventana abierta y el recuerdo de unos cuantos amores ingratos, caigo en la cuenta de que el sentimiento no puede encerrarse en una fórmula. Detrás de esa fachada de etiqueta, de esa razón fría y compuesta, crear es un crimen, es excavar un túnel hacia cualquier parte, y como dijese Castel: "¿Cuántos de esos imbéciles habían adivinado que, debajo de mis arquitecturas, debajo de esa cosa intelectual, había un volcán pronto a estallar?".

jueves, 13 de noviembre de 2014

Interstellar




Interstellar, bellísima ópera cósmica. Amor y relatividad, se busca salvaguardar aquel abismo insondable. Desde Platón a Blake, el misticismo sigue siendo el hecho de que pertenecemos a las estrellas, somos polvo de estrellas, los fantasmas del futuro, y el conocimiento no hace sino escudriñar en ese secreto. "Lo que una vez fue imaginado, hoy está demostrado". La película nos vuelve a situar como niños ante aquellas preguntas esenciales ¿Qué es el amor? ¿Qué es la ciencia? Hace que el espectador conciba en ese visionado, mientras piensa simplemente en el espectáculo, en la cita victoriosa, en el fin de consumo personal, el límite difuso que lo posterga de aquellos conceptos que por abstractos parecieran destinados a una elite poderosa o a un montón de románticos soñadores perdedores, paradójicamente sin tiempo ni espacio en el mundo de todos los días, en el mundo de los que se creen normales, terrenales, iguales o cinematográficos, ante la inmensidad.

Bunge en su texto fundante ¿Qué es la ciencia? plantea que esta se encuentra en todo momento abierta al azar a través de la experiencia subjetiva y postula que el error es condición para avanzar e ir en pos de una búsqueda perfectible y potencialmente infinita de la verdad. Ahora bien, si la obstinada pretensión de objetividad se va reciclando indefinidamente en pos de la experimentación con los fenómenos, entonces esa misma objetividad es paradójica en esencia y la misión hacia la Verdad virtualmente imposible. Decía Nietzsche que el edificio entero de la ciencia está cimentado sobre “arenas movedizas”. Es quizá ese ímpetu optimista, esa fe ciega en el saber y el poder, lo que empuja al método científico a establecerse como único y particular, como “ser” en definitiva, a pesar de su estrecha ligazón con el devenir. El propio Bunge, al hablar sobre el carácter abierto del conocimiento científico, señala que “los sistemas están vivos”, cambian sin pausa alguna, y además que el sabio moderno es un generador de problemas que se entrega a lo desconocido y va más allá de los fenómenos. Es esa sed de más allá lo que mueve al científico a disputarse como el “hombre de conocimiento”, (o como en la película, el “héroe”, el lacayo de la NASA). Sin embargo, un craso error limita su visión: la vieja oposición sujeto/objeto que se ve encarnada en si mismo, inaugurada por el cogito cartesiano y que como una sombra envuelve todos los espectros del saber moderno. He ahí el talón de Aquiles. La separación misma del estudioso de su objeto de estudio. La película de Nolan se aventura precisamente a eliminar esa separación haciendo de ese fin un arco argumental: el viaje que supera las barreras del espacio y del tiempo conlleva en si misma su propia carga sensible, la promesa, el reproche, el recuerdo y la reconciliación, el círculo está completo. Toda la tecnología, toda la ciencia ficción lista y dispuesta para la odisea del sentimiento.

En 2001, película pionera, el misterio era la incertidumbre respecto al origen y el destino del ser humano, el centinela como señal, como guía y a la vez como incógnita… sitúa al espectador frente a lo sublime, en palabras de Schopenhauer, lo terrible por incomensurable. La película de Nolan se propone pasar del amor como esencia intangible al sentimiento como el arraigo vital frente a lo desconocido, invierte la metafísica, de manera inaudita obliga a los astros a aterrizar, es un viaje hacia adentro, el universo, las leyes físicas, la materia oscura serían el telón de fondo de esa aventura incierta. Más que la reivindicación del sentimiento como fórmula redentora me interesa la vinculación que se creía perdida entre la razón científica y el reino de lo sensible. El esfuerzo de Nolan en la película, aunque hollywoodense, situando nuevamente a una sola porción del planeta, se siente renacentista y, hasta cierto punto, humanista. Busca que entre el cine, la ciencia y el corazón no haya sino un agujero negro de distancia: “Aunque los sabios al morir entiendan que la tiniebla es justa,
porque sus palabras no ensartaron relámpagos
no entran dócilmente en esa noche quieta. Rabia, rabia contra la agonía de la luz”

martes, 4 de noviembre de 2014

Desde la escolástica medieval hasta la afirmación de Roland Barthes de que prácticamente todo es relato, "literaturizable", recuerdo una pregunta capciosa del profesor Nordenflycht: ¿Qué es literatura? Nadie respondía porque en el fondo la pregunta no tenía respuesta alguna, aunque el curso no se dignaba a responder mejor dicho por el temor que suscitaba la actitud desafiante, no se atrevían a desarrollar el más mínimo argumento más por miedo al ridículo o por ignorancia de parecer bárbaro ante semejante luminaria... sin embargo había uno que otro balbuceando un desatino, una frase incompleta, ahora por miedo al silencio categórico de la clase.... respuestas desafortunadas pero geniales en ese contexto dubitativo: "es aquello que no se puede expresar fácilmente con palabras", o "aquello que tiene un significado invisible". Ante esta última el profesor repitió la pregunta como un mantra, y recuerdo que dijo: "¿esa es la definición para un fantasma? vuelva a leer". Dispara usted disparo yo: la clase era una ejecución silenciosa de egos, ante el miedo de definir algo que no admite definición. Era cuestión de actitud. Y hasta hoy retumba el eco de esa pregunta, tanto que no se la imagina sin la anécdota, sin el miedo de articular esa palabra maldita con un aire de desazón o sarcasmo.


Escribir de noche en cada línea escarbando algún secreto, un tumor de la nostalgia, nada ha pasado... imagenes construidas en un rincón del interior, algo se siente acabar desde hace rato, el placer de dar algo por terminado, sea lo que sea, por mínimo, efímero... mientras suspiro la vida tras el último café en sobre, un pequeño apagón en la radio me decía que pronto amanece y es la necesidad de transcribir algo, ese galimatías para hacerlo legible a quien sabe quien ¿quizá alguna, que dejé atrás? en la facultad? o algo en la bilis de los días por venir... como sea las palabras se hacen pocas... la tarea comienza , algo acaba ¿qué era? lo que pensé escribir? el sueño, la música, el camino infernal de las intenciones.