miércoles, 5 de julio de 2017

Luego de la última hora, el día Martes, el auxiliar del aseo había estado barriendo la tierra húmeda del patio producto de la lluvia fugaz de la mañana. Iba saliendo y al bajar la escalera este sube, por su parte, hacia la sala desocupada. Las sillas revueltas por todos lados. Rastros de materia traslucidos en la pizarra blanca. Sobre la mesa, vestigios de la convivencia. La realidad apócrifa de cada clase había acabado, y lo único que restaba era el desorden de su existencia, la vacilación de su desenvolvimiento, durante los últimos días lectivos. El auxiliar acababa su labor, seguramente, y cerraba todo de nuevo. Lo único que persistía abierto era el basurero. Llegaba de pronto a la sala cercana a la oficina, echaba todo el desperdicio de la jornada al tacho, destinado a repetir el mismo ciclo, la misma labor, una y otra vez. "No nos darán vacaciones de invierno", me explicaba al entrar a la sala de profes, "siempre hay algo que limpiar". Me repetía esa última frase acaso como una explicación resignada o determinada. Le decía que faltaba poco para el verano, notando la sensación chacotera que, sin embargo, albergaba su sonrisa corta. Al salir de allí, el auxiliar sacó una lonchera con la colación y, acto seguido, una pequeña biblia. Alcanzó a abrirla en alguna página al azar -o, a lo mejor, elegida misteriosamente-, miró al techo, y se puso a leerla con los brazos cruzados.
La nueva: Mineduc sugiere que ciertos colegios se valgan del sorteo en vez del sistema por orden de llegada para matricular a sus alumnos. Ante la ineficacia de las filas y las largas esperas burocráticas, se cortó por lo sano y se dejó al "azar" el destino de los inscritos. No es, en todo caso, nada tan reciente. Ya se había hecho mención sobre el uso de la tómbola en un colegio de Ñuñoa, un par de años atrás. Lo más absurdo de todo es que plantean la medida como si fuese la solución definitiva. Seguramente, los responsables lo que buscan en realidad es ir instalando de a poco la teoría del caos en cuestiones educativas. Para ellos "el caos sería lo justo", como diría el Guasón. Una medida limpia, imparcial. En apariencia, libre de interés. Sin embargo, no tienen en cuenta el factor de las probabilidades, la pugna siempre latente entre la decisión y el determinismo. Y ya que entramos en la lógica de los juegos de azar, considerando a la sociedad entera en cuanto lotería, habría que comenzar a repensar cuánto de azar y cuánto de deliberación habría detrás de todo aquel jueguito. El matemático Henri Poincaré, por ejemplo, ya había observado hacía un tiempo que juegos como la ruleta parecen de azar, pero esconden una serie de factores no observables a simple vista que propician la causalidad de ciertos resultados, no su "casualidad". De esa forma, habría que cuestionarse en qué método de azar, en qué galimatías conceptual piensan estos nuevos genios de la selección educativa, ya que sabiendo la costumbre de los casinos en general, "la casa invita pero siempre gana". Si se fuese un poco más allá con la onda del azar aplicado al orden social, podría incluso el sistema de sorteo ocuparse para la política misma, y ¿por qué no? de seguro tendríamos una representatividad más acorde a nuestros tiempos caóticos, una mucho más aleatoria, y así terminaría todo de irse a la reverenda, pues el azar se volvería por fin lo más democrático del universo.