viernes, 21 de abril de 2023

Para la semana del libro, todos los cursos tuvieron que adornar sus salas con motivos de diferentes autores. Al Cuarto B le tocó Gabriel García Márquez. Como yo estaba a cargo del curso, durante el reemplazo de una colega, tuve que participar y darles ideas a los cabros. Ellos trajeron cartulinas para pegar en la puerta, con recortes del Gabo y algunas imágenes de portadas de sus libros y fragmentos de sus obras. Un detalle fue el que encendió la mecha. Uno de los cabros, no recuerdo quién exactamente, había traído un aviso de cartón con la leyenda: "No molestar. Leemos memorias de mis putas tristes", en referencia directa a la novela homónima. El aviso había sido colocado en la puerta de la sala, a modo de intertexto.

Algunos apoderados del curso, durante la tarde, acudieron a la sala. Al parecer, uno de ellos se escandalizó con la leyenda. Fue así que la directora tomó conocimiento y me hizo llamar para comunicarme el pequeño incidente. "Profesor, ¿usted está a cargo del Cuarto B?", preguntó. "Lo que pasa es que un apoderado reclamó por el título de un libro". Le respondí, extrañado, que me parecía raro, porque se trataba de una simple referencia y, en todo caso, era una obra vigente del autor. Polémica, sí, pero vigente. La directora me hizo esperar algunos minutos, intrigado por la exacerbación de ese detalle tan minúsculo, por esa referencia a las putas en una sala de clases, aunque fuese de manera literaria y a través de un Nobel, con un motivo didáctico. Nadie realmente sensato se hubiese tomado la molestia de insistir sobre ese asunto, al menos que su moralina lo delatara.

Al rato, la directora volvió de su oficina. Me comentó de nuevo el tema y dijo que no me preocupara, que ya se le había explicado al apoderado la situación, y que debía entender que se trataba simplemente del título de una novela de ficción. "Se habló con el apoderado. Comprendió que solo era literatura", dijo la directora. Por lo tanto, el apoderado no tenía fundamento para reclamar respecto de una obra de esa naturaleza. Su alusión en el decorado de la sala, en todo caso, no implicaba que los chicos (ya grandes) hubieran bromeado a propósito con ella. De todas formas, la sola idea de una sala a la cual no se debía molestar por la lectura de unas "memorias de putas" seguía pululando como rumor entre los propios compañeros, que hacían correr el cuento entre pasillos. Algunos hablaron sobre "cariñosas"; otros, sobre "viejos calientes", y fue así que la leyenda cobró carne mucho más allá de aquellas páginas. Como buenos cuenteros, esos cabros habían agrandado la cuestión. El cahuín se había vuelto real. Lo mágico radicaba en su morbo.