viernes, 13 de febrero de 2015

“Salimos de un día redondo” dijo ella, luego de que sus pasos suaves por la meditación de la tarde regresaban deprisa a casa, temiendo no encontrar locomoción, pero al ritmo de una lectura poética un tanto confusa que remataba una cita de antología. Recuerdo en la tarde al profesor de meditación que nos mencionó a la conciencia como un "Pepe grillo" inseparable y, a ratos, molesto, que no para de discurrir. En ese trance de casi una hora llegué a interpretar un papel digno de una viñeta un tanto sarcástica, al luchar contra el cuerpo que se resistía a la posición meditativa y a la mente que no dejaba de balbucear como una caricatura.
La imagen de aquel personaje en la mente. Cuando salía de la sesión e iba al local, me sentía uno entre mentirosos. Invitado a una cerveza por el amigo organizador, intenté reconciliar la causalidad de la que hablaba el profesor con la jovialidad del momento. Esa reflexión solo fue uno de los tantos brindis que culminó con una reunión azarosa y acalorada. Llegaban los poetas, leían lo suyo, algunos conocidos, otros no tanto. “Se acabronaron con el micrófono” le dije al amigo, pero la diversión seguía. Como suele ocurrir: unos vienen en la mala, otros se van en la buena, avalados por su prestigio, bolsillo o simpatía, para invitar a unos cuantos feligreses más, aparecidos o simplemente caídos en esa esquina de la avenida.
A la salida, un tipo nos seguía hablando de los poetas de los 80, de quiénes eran los mejores y de que nos hacía falta publicidad y sentido del negocio. Lo seguíamos para dilatar la noche. Frente a un café, le prometió al amigo difundir las lecturas, en un idioma ingenieril que no entendí. No nos invitó a nada. No había dinero. Sí había noche, pero ya no había poesía, no porque Aristóteles España haya muerto, no porque el Premio Nacional valiera callampa, sino que porque nuestra cabeza ya estaba en otra parte, así como la vida, según un poeta francés de cabecera. Entonces me despedí, volví a casa a pie, procuré que el tipo no nos siguiera, saqué las llaves, escribí esto. Llegué a la idea de que ella recordaría exactamente lo mismo, excepto la parte de los poetas. Medité a mi manera en la soledad de la página.
El amigo hablaba de incluirlos a todos, no solo a los poetas. El profesor hablaba de acallar la mente, de integrarse con uno mismo, de amigarse con el "Pepe grillo". Anoté la palabra consciencia no sé por qué. Revisé la billetera y leí la tarjeta de reiki que una mujer del local me ofreció a modo de regalo.