domingo, 6 de noviembre de 2022

Comentario introductorio de mi próximo libro "A destiempo. Reminiscencias e instantáneas".

Cuando pensé en una escritura que pudiera detener el tiempo para capturar el instante decisivo, siempre creí en la crónica. Lo que se escribe en ella es la experiencia directa de una anécdota al vuelo o de un hecho memorable, porque la vida es eso que ocurre y que nos atraviesa al pasar, y que solo se deja traducir en cuanto materia de tiempo. Decía Roberto Merino, en un taller sobre crónica, que “la experiencia del suceso es evanescente”, por lo que su escritura, por definición, es anacrónica. Esta aseveración, sin embargo, no debiera desalentar el oficio, sino que todo lo contrario. Es esa evanescencia de la experiencia en el tiempo la que vuelve la tarea de la escritura una obsesión vital, acaso una traducción imposible de un momento vivido o la reconfiguración del acontecer mediante la carne de la palabra:

En esa obsesión se nos va la vida: la de atrapar el tiempo y traerlo de vuelta, encapsularlo, congelarlo, intacto, sea como sea. El tiempo, nuestro tiempo, recordado, reproducido o, lisa y llanamente, imaginado. (A destiempo)

(…)

En ese tiempo sacudido, asesinado, y sintonizado luego de su interferencia, ahogamos el paso de los días. El presente mismo de esta escritura interfiere, sacude y asesina a sus lectores. No restará entonces otro tiempo que el de ese presente. (A destiempo)