miércoles, 20 de febrero de 2019

Polémica Live Aid. El del año 1985 fue en beneficio de los países de África Oriental, y estuvo compuesto en su mayoría por: Led Zeppelin, Eric Clapton, David Gilmour, Judas Priest, The Beach Boys, Bob Dylan, Paul McCartney, David Bowie, U2, Black Sabbath, Queen, Phil Collins, The Cars, Ozzy Osbourne, Inxs, Mick Jagger, Duran duran, B.B King, Tina Turner, entre otros. El del presente año, auspiciado por Richard Branson, fundador del Grupo Virgin, y a desarrollarse en el lado colombiano de la frontera de Venezuela, contará con los siguientes artistas: Maluma, J Balvin, Gusi, Miguel Bose, Paulina Rubio, Luis Fonsi, Lele Pons, Alejandro Sánz, Mau y Ricky, Maná, Cholo Valderrama, Carlos Baute, Carlos Vives, Juan Luis Guerra. Como respuesta a ese Live Aid, Maduro organizará un recital que llevará por nombre “Manos fuera de Venezuela”, en el paso fronterizo con Colombia. Se desconocen los artistas de este recital así como también las facilidades que puedan dar las autoridades venezolanas para el cruce entre uno y otro extremo de la frontera. Más allá de las disputas políticas que marcan y diferencian cada versión del Live Aid, se extraña la presencia de música rock en la versión actual, en comparación con la de los años ochenta, cuestión sintomática de nuestros tiempos cada vez más “progresistas” y menos imperialistas.

Mi paso por DICOM

¿Cuántos de los presentes en línea estarán en DICOM, esa entidad que registra de manera sistemática y en forma de lista negra aquellos deudores morosos que están inhabilitados para diferentes actividades financieras? ¿Quienes, estando en aquel purgatorio económico, se hallan ahí pero no se percataron hasta el momento de querer pedir un crédito, de modo que la noticia sobre su estancia en Dicom les llega en forma de una condena capital? Muy a mi pesar, yo me encuentro entre este vergonzoso grupo. Intuía más o menos que me hallaba inhabilitado para pedir cualquier clase de crédito, al cachar que tenía una deuda pendiente con el Banco estado, una deuda que, a estas alturas, merced a la carga del tiempo y la indolencia, ha ido creciendo bajo unos intereses prácticamente impredecibles, sumándole a esa deuda la imponderable del CAE; pero no fue hasta que intenté pedir un crédito social a la caja de compensación 18 que el sistema mismo me chocó encima como en un proceso inverso de puerta giratoria. 

El asunto se explica, grosso modo, más o menos así: Luego de una serie de trámites y llamadas expectantes, a la espera de solucionar una situación puntual con el empleador que me impedía poder iniciar la operación crediticia en la caja 18, el ejecutivo central de la caja me sugirió que fuese otra vez a la sucursal de Valpo y hablara con alguien del call center para que este se comunicase con él inmediatamente, en el momento que saliera a flote aquella situación invalidante. Una vez que esto ocurría, y el ejecutivo hablaba por teléfono con la secretaria del call center, esta misma me informaba que efectivamente el empleador ya había pagado una deuda que tenía con la caja, pero que el auténtico impedimento pasaba más bien por una cuestión de índole administrativa. La premura de la secretaria por cortar y ceder el paso a otro cliente era inevitable pero, en cierto punto, inaguantable, ante la falta de resolución del asunto. Llamé entonces a mi empleador y este, adelantándose a la jugada, me confirmó que ya había conversado con el ejecutivo de Santiago, indicándole que ahora el problema le competía a él mismo, puesto que se trataba de un desajuste en el cambio de administración. De hecho, en el registro de la caja figuraba el administrador antiguo, y, a causa de no haber actualizado los registros, cualquier clase de solicitud de créditos quedaba bloqueada hasta poder regularizar aquel cambio. 

Salía de la sucursal con una irónica sensación de tranquilidad: por un lado, los impedimentos para sacar crédito quedaban aclarados, y me eximían de la responsabilidad, delegándosela al empleador; y, por otro, permanecía exactamente en la misma posición en la que estaba hasta antes de ir a pedir el crédito, solo que con la conciencia sobre la regularización de mi estado en la caja de compensación. Fui así, con aquella conciencia en mente, una vez más a la sucursal de la caja, a preguntar por anticipado el tema logístico del crédito, en caso de que el problema del empleador se solucionase antes de tiempo y quedara hipotéticamente libre para pedirlo. Me atendió la misma joven de la primera vez, aquella en que me di cuenta de la morosidad del empleador con algunas cuentas pasadas. Me dijo exactamente lo mismo de siempre: que no estaba autorizada a brindar información de ese tipo, por lo menos hasta que el problema fuera regularizado de manera definitiva (y que tampoco estaba autorizada para dar información respecto a cosas que atañen a la relación del empleador con la caja). Claramente ofuscado, con la intención de presionar pero dejándole un espacio a la serenidad, le consulté si podía hablar con su supervisora para que ella pudiese darme alguna respuesta más satisfactoria. Lo hacía para que la supervisora entrara y pudiera llamar directamente al ejecutivo de Santiago con tal de resolver esa simple pregunta anticipada en el acto. Justo antes de que la joven se dignase a llamar a la supervisora, evitando un conflicto mayor, se animó a preguntarme lo más importante, aquello que debía haberme preguntado desde el principio, y que habría significado conocer desde antes la posibilidad de entrar al universo milagroso del crédito o derechamente irme desterrado, con la cola entre las patas, hacia ese sitio cual cliente cargando su morosidad como un pecado: ¿Está usted en Dicom? Los segundos que siguieron a esa interrogante fueron duros. Nunca en la vida había siquiera razonado que un crédito de tipo social pudiese tener como antecedente excluyente el Dicom. Era lógico desde el punto de vista comercial, bajo los parámetros de realidad actuales, pero inconcebible desde mi completa ignorancia en el tema. La respuesta afirmativa se demoró pero se dejó pronunciar con la seguridad de la resignación. Ya no cabía más réplica en ese momento. Solo alcancé a pronunciar una muy corta sacada de madre, dirigida más al aire que a la joven en cuestión. Dirigida a aquello impalpable que no podía explicar y que me mantenía en una condición ignominiosa. Cualquier intento por pedir el crédito, desde ese instante, resultaba igualmente inútil, aun arreglando el tema del cambio de administración, por lo menos hasta que intentara regularizar las cuentas pendientes que me mantenían atado a aquella zona penitente, el Dicom, el purgatorio de la morosidad, el círculo del infierno restante, en clave financiera. 

A dos semanas de enterarme, no necesariamente de estar en Dicom, sino que estarlo me relegaba a una zona sin créditos, aún no sé si el empleador habrá resuelto el tema del cambio de administración (que ya no viene el caso), y tampoco sé, francamente, en qué momento voy a pagar de una vez por todas las deudas que mantienen “sucios” mis papeles. Uno carga sus deudas como culpas. Eso cualquier moroso lo puede saber en su fuero interno. Se vive al día tratando de ocultar esa situación. Se vive derrochando, ahorrando con desenfado, derrochando otro poco, obviando el hecho casi como si fuese una mancha de nacimiento, pero la deuda crece, y sigue creciendo, y uno, para salvaguardar la honra, se resta deliberadamente del mundo comercial, hacia una suerte de zona marginal que te mantiene sobreviviendo, más o menos bien, pero totalmente ajeno al paraíso de los buenos ciudadanos, aquellos que han obrado de acuerdo a los dictámenes del mercado y han pagado cada una de sus deudas, manteniendo a raya su profunda moral, su sentido del endeudamiento. Estar en Dicom supone, para los renegados como uno, firmar un contrato implícito, asumir las condiciones pero pasarse por la tangente las consecuencias, viviendo la vida como destinado a un auto exilio que uno mismo creó al no leer la letra chica de nada. Ya no resta otra explicación al Dicom que un profundo hedonismo sin medida, o que una necesidad a toda prueba, desprovista de cualquier recurso ante la calamidad.