sábado, 26 de enero de 2019

La firma sueca SPT que participó en la búsqueda del niño Julen caído en un pozo en Málaga también habría sido la que ubicó a los 33 mineros chilenos. La diferencia es que el niño Julen fue encontrado muerto al fondo del pozo luego de extraviarse durante más de dos semanas. Por lo tanto, no hubo aquí espectacularización de la épica del rescate, sino que espectacularización del luto sobre el desastre. Lo que sí une este hecho a lo ocurrido con los mineros es el grado de chovinismo latente que sugieren los medios de prensa. “Toda España se suma a la tristeza infinita de la familia de Julen”, tuiteó el presidente de gobierno. Chile se unía "en un solo corazón" para celebrar el montaje de la heroicidad de sus mineros rescatados. En cambio, España se une en un solo corazón para lamentar con suma congoja el destino funesto de la inocencia. Bajo la mirada del desastre renacen los ánimos nacionalistas. Lo individual, al verse susceptible, se suma al sentimiento del desastre que reflota con tintes de identidad colectiva. "Te podría pasar a ti" parecen decir. "Todos somos los mineros", "todos somos Julen" rezan las consignas, enarbolando un efectista sentido de la conmiseración, con tal de remecer un poco las conciencias de los entes civiles, borrachos de catástrofe, adictos al color humano de la política. Lo espectacular recae tanto en el sobreviviente como en la víctima del abismo, pero el abismo les devuelve la mirada a todos por igual.
La otra vez se nos acercó un compadre en el Muelle Prat y nos preguntó si podía quitarnos un poco de tiempo para hablar sobre los orígenes de distintas ciudades de la Región, a cambio de un poco de plata para salvar el día. Se presentó como un profesor retirado y licenciado en Historia que hace años, por abc motivo, dejó de ejercer para abocarse a lo que él llamaba "investigación errante" (sarcástica presentación que de alguna manera interpelaba mi hipotético futuro). Él mismo nos dijo si acaso queríamos saber aquel conocimiento de primera fuente. El aporte, por cierto, lo dejaba a la conciencia de cada uno. Algunas de las cosas de las que hablaba este loco francamente ya las sabía, pese a insistir en que era información que el turismo oficial omitía sistemáticamente. Pero hubo cuestiones sobre las que no había reparado, como el verdadero origen del nombre Quilpué y por qué se le llamaba Ciudad del Sol, y también respecto a la explicación de por qué existieron asentamientos diaguitas en la costa de Valparaíso, a raíz del descubrimiento de los yacimientos debajo de la Plaza O Higgins durante el proyecto de construcción de los estacionamientos subterráneos. Al parecer, según lo que decía el compadre, el apelativo de Ciudad del Sol venía de un semanario de literatura de los años 30, del cual se extrajo la metáfora de una poeta desconocida. Y sobre lo de los diaguitas, estos habrían sido los primeros en ser descubiertos a la altura de la costa, por lo que el hallazgo habría barrido con todo lo que se sabía del sector en términos arqueológicos. El compadre se encargaba de remarcar que este último hallazgo es más importante de lo que se cree, ya que volvería a poner en la palestra algo que se creía olvidado en la ultratumba de la memoria. Nos confesaba que, de acuerdo a su apreciación personal, mucho del tabú que gira en torno a aquel descubrimiento de la Plaza O Higgins tiene alguna relación con fenómenos paranormales, influencia de las almas de los muertos que allí descansaban. Para los descendientes del pueblo diaguita que aún moran por ahí, la extracción de aquellos cuerpos implicaba una profanación sin precedentes. Como se sabe, los restos arqueológicos ahora son exhibidos en el Museo de Historia Natural de Valparaíso para conocimiento general de la ciudadanía. Lo que comentaba nuestro investigador errante después de todo, no era nada tan novedoso, pero la forma en que lo contaba nos hacía pensar que detrás de aquella paradigmática búsqueda podía intuirse un trasfondo de fuerzas ocultas aún no del todo comprensibles para el entendimiento. El rostro del compadre al relatarnos todo esto era el rostro del profesor resignado, del profesor que no dio más con el sistema y dio un paso a un lado de manera deliberada para dedicarse a una pasión mucho más grata: la revelación de misterios locales, o, mejor dicho, su clandestina hermenéutica. Su interpretación sobre estas cosas, marcada por el conflicto aunque también por el espíritu de la indagación, dejaba entrever un aire a John Silence porteño, un espíritu quizá extinto por estos días, decimonónico por lo enigmático, pero contingente en su sencillez y proximidad desprolija. Luego de entregarnos generosamente su visión sobre el tema de los diaguitas en valpo, le dimos unas cuantas chauchas que alcanzó a agradecer y a apretar fuerte entre la palma de su mano derecha, mientras que con el rostro miraba hacia Errázuriz, con cierto guiño incierto, para indicarnos que debía seguir caminando hacia paradero desconocido, con el fin de seguir en esta, su cruzada mistérica personal.