martes, 16 de julio de 2024

Trump ¿el nuevo Kennedy? Un nuevo giro dramático en el guion de la trama mundial

"Compromise, conformity, assimilation, submission
Ignorance, hypocrisy, brutality, the elite
All of which are American dreams".
Know your enemy, Rage agains the machine

Un nuevo giro dramático en el guion de la trama mundial: Trump fue atacado con un disparo en un mitín en Pensilvania. Se salvó por poco, perdió parte de su oreja. Ante esto, agarró fuerzas, con ayuda de sus custodios, para levantarse y alzar un puño en señal de lucha, momento registrado en una fotografía icónica que ya está haciendo historia. Solo unas cuantas horas después, salieron a la palestra las versiones oficiales que apuntaban a un “lobo solitario” llamado Thomas Crooks como el responsable del ataque, un joven republicano con un arsenal de armas, quien habría donado dinero en el Partido Demócrata y aparecido en un comercial de Black Rock. Vaya casualidad.

Se partieron las aguas, así como se volvió a polarizar la opinión masiva. Por un lado, la izquierda política apuntaba a un presunto “montaje” operado para enarbolar la imagen del candidato, a meses de las elecciones presidenciales. Por otro, la derecha salió a defender a Trump y a considerarlo un héroe y una víctima de una maniobra sucia, a traición. Apuntaron a la violencia del bando opuesto, aunque algunos, más sagaces, apuntaron a otros agentes menos evidentes.

Mucho se ha especulado también respecto a la posible predestinación del hecho, al viralizarse un juego de cartas “Illuminati” creado en 1995 por Steve Jackson. En una de esas cartas, aparece el rostro de un hombre muy parecido al de Trump, con el título “Enough is enough” y una frase que dice: “at any time, at any place, our snipers can drop you. Have a nice day”, que básicamente significa: “en cualquier, en cualquier momento, nuestros tiradores pueden alcanzarte. Buen día”. Por lo bajo, se trata de una extraña coincidencia que podría perfectamente ocultar algo más profundo, velado a la superficie de los hechos.

Todavía el intento de asesinato está a fuego vivo. Digamos, sus repercusiones en el mundo. Crooks fue reducido. Trump se salvó de una muerte segura y, con ello, de una catástrofe política de proporciones titánicas. Su imagen pública se ha disparado por las nubes. Valga la ironía. Ya se hablará suficiente respecto a las responsabilidades implicadas en el tiroteo, y respecto a la naturaleza misma de lo ocurrido: si fue o no parte de un montaje, si fue o no algo conspirativo, cuyos agentes ocultan o son directamente cómplices. Eso ya es materia de investigación policial, con información secreta vetada, quizá para siempre, al común de los mortales, ciudadanos del mundo (a menos que un futuro Julian Assange se infiltre en el sistema y nos difunda, gratis, aquella información prometeica).

Lo que sí se puede afirmar, en base a la sana lógica y capacidad crítica, es que opera, hace ya muchísimo tiempo en Estados Unidos, un auténtico “Estado profundo” con una agenda propia, verdadera maquinaria de poderes fácticos que actúan tras bambalinas del ojo mediático e incluso de los propios poderes del Estado y la Constitución. Es cosa de remitirse al sangriento historial de atentados ocurridos en territorio gringo y que han azotado, una y otra vez, el imaginario hollywoodense y el “american way of life” del norteamericano medio.

Hablemos de las terribles masacres escolares. Del mismísimo atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre del 2001 y, por supuesto, de los magnicidios que se cuentan prácticamente desde los orígenes del “país de la libertad”. Hay que remontarse al siglo XIX y al siglo XX. Ahí tenemos a Andrew Jackson, el séptimo presidente, quien habría zafado de unos disparos. Luego, los presidentes Roosevelt y Truman, también sobrevivientes a ataques similares, al igual que Trump. Menos suerte corrieron el resto de presidentes, sobre todo J.F. Kennedy, asesinado a sangre fría por Lee Harvey Osvald, otro “lobo solitario” reconvertido en “tonto útil”.

Se podría seguir con la extensa documentación en torno a los asaltos políticos en Yanquilandia, y esto solo sirve para demostrar que el “Deep state” norteamericano es real, y no se trata de una sola conspiración. Estados Unidos parece, así, un asesino de sus propios líderes políticos, un Cronos devorador que está dispuesto a fagocitar a sus propios hijos. Hay todo un accionar sistemático de sabotajes, encerronas e intentos de asesinatos que empañan la ilusión democrática del heredero de la anglósfera. El Servicio Secreto pudo haber reducido a Crooks en el momento del disparo y, sin embargo, no lo hizo y esperó el momento de la ejecución para actuar. Se trata de algo demasiado sospechoso.

Asimismo, muchos de los testigos del evento ya habían advertido sobre la presencia de un tirador misterioso a metros de Trump, y casi nadie se dio por aludido, solo cuando ocurrió lo que ya todos sabemos. El Deep state ha operado aquí seguramente (¿junto a la CIA? ¿El Pentágono?) si comprendemos a estos poderes en las sombras como aquellos que orquestan determinados eventos, de manera discreta, maquiavélica, pero impactante. Ya ha ocurrido y seguirá ocurriendo. Se trata de realizar un ritual en vivo, instalar un “shock mediático” con el fin de entregar una señal contundente.

Lo que se puede decir sobre dicha señal está anclado en la contingencia. Se sabe que Trump no es muy amigo del bloque atlantista y globalista que ha estado de parte de la OTAN en la política exterior norteamericana. Un eventual triunfo del “hombre orquesta” (visualizado así por Benjamín Solari Parravicini) significaría un problema para la estrategia geopolítica en Ucrania y, de hecho, para la propia instalación del progresismo en las esferas occidentales.

El propio Alexander Dugin, pensador ruso, lo ha manifestado de esta manera, y ha respaldado a Trump en esta encerrona que tiene mucho de “ritual de sacrificio”. El motivo, sostuvo Dugin, está en el recambio de la arquitectura del poder. Trump presentaría a Estados Unidos como un polo fuerte, como el más fuerte, en consonancia con Rusia, China e India, pero en un escenario “multipolar”, algo distinto a la visión unipolar de los globalistas, representada por el bloque “demócrata” de Obama, Clinton y Biden.

“El mundo multipolar es un sistema de soberanías, mientras que los globalistas quieren el poder planetario exclusivo, que cayó en sus manos durante el colapso del Pacto de Varsovia y el colapso de la URSS, que ahora se les escapa y a la que se aferran con locura. Los globalistas finalmente han pasado a la táctica del terror directo”, declaró Dugin, a propósito del atentado a Trump. A todas luces, la figura de Trump divide las aguas del mundo. Hay gente que no lo quiere vivo. Digámoslo de frente. Poderes a los que no les conviene su carrera política, o gente con sensibilidad de izquierda que rechaza lo que él representa. Los primeros son a quienes hay que apuntar los dardos.

Ahora bien, no se trata de buenos o malos. Se trata de distintos polos y agentes que se disputan el poder desde diversos frentes. Un juego de tronos a nivel planetario. Trump representa, como ya ha analizado Paloma Hernández, solo otra faceta de la elite, si se quiere, una “contra elite” financiera, opuesta a los intereses de la elite globalista dominante, que pretende, más o menos, lo que ya advirtieron Dugin, Cristina Martín Jímenez, Alfredo Jalife, Pedro Baños, y tantos otros analistas geopolíticos: una gobernanza mundial sin un contrapeso real. Por lo pronto, la figura política encarnada por Trump -no su persona, ojo- trasciende en esta coyuntura peligrosa, y simboliza algo mucho más grande que él mismo y que las circunstancias que lo envuelven: la crisis profunda no solo de Estados Unidos, sino que de Occidente entero, una crisis civilizatoria, incluso de carácter espiritual, bajo la cual cabe la posibilidad de levantar un nuevo arquetipo, un arquetipo heroico.

El postulante errático (mini ficción)

"Su obra no cumple con los requisitos de inclusión. Sus antecedentes biográficos no lo acompañan", le dijo el burócrata al postulante. Este se devolvió con el manuscrito, mientras apretaba los dientes. Derrotado, salió del centro que le había negado el espacio, un espacio arrebatado por motivos oscuros, inenarrables, espacio que -iluso- creía poder recuperar. Se sintió atacado en lo más preciado. Golpe bajo, de parte de los idiotas ideológicos. Era inútil. Todo estaba planteado de tal manera que siempre iba a perder. Para alguien en su condición, sin duda. "Todo lo que no encaje con el perfil exigido será expulsado de las redes y los círculos de la cultura, sin apelación. Es la política de los tiempos", le repitió un cercano, que más bien parecía invitarlo a la renuncia. Perplejo, atacado, comprendió que la única manera era renunciar a su antiguo nombre. Entonces, volvió sobre sus pasos, decidido. Como el mundo de los poetas lo había condenado al silencio, convirtiéndolo en un perfil borroso, una figura fantasmática, de aparición odiosa, se armó de huevos y se abocó de manera inexorable al ejercicio invisible de la palabra.