jueves, 21 de abril de 2016

Se dice que hay quienes no pueden amar sino literariamente. A puertas de ser todavía lego en la materia, se corre el riesgo de caer en aquella denominación. Pobre de aquellos. Pero quizá, después de todo, no tan pobres. Porque todavía les queda la palabra. Algunos dirán: El consuelo del impotente. Sin embargo, la palabra como una garantía. Como una sublimación del placer frustrado. Como un psicotrópico del deseo. Quizá como un remedo de algo que pudo ser o que aún puede ser. Una pura potencia. O una condición sine qua non. Como por ejemplo, cuando se le reprochaba en broma, recuerdo, a cierto personaje el hecho de amar inocentemente solo los recuerdos o los pocos momentos instantáneos con una mujer muy querida. Siempre repetía a cada rato: "Déjenme piola con mi fantasía". La idealización de aquellos momentos el sujeto las encumbraba a experiencia límite. Se sentía satisfecho con solo intercambiar un par de palabras con aquella a quien amaba. Ponía en el altar la relación y se inclinaba ante su musa a la manera del medieval amor cortés. Por supuesto, con un pie forzado que solo nosotros entendíamos. Un código ficticio, una manera implícita de decir que el trato con aquella mujer (completamente idealizada, sustraída de si misma) debía de ser carácter sublime, para de ese modo, volverlo aún más absurdo. Solo para proyectar en aquella mujer unas cualidades ultraterrenas que ella ni por asomo sospechaba. El personaje no intentaba ligar ni ir más allá. (Aún teniendo mano por otros lados). A su manera, estaba encarnando al quijote interior. Dejaba un poco de lado, a propósito, la carrera seductora del Don Juan, siempre conspirativa y demandante, para inclinarse ante la idea romántica de una mujer ideal. Ese quijote interior es quien crea a su musa. La persona real, la chica en cuestión, no tiene nada que ver. Se ama en realidad una imagen. Esa es la idea que nos hacemos del amor, cuando invade la primavera del instinto y su consecuente sentimiento. En todos nosotros, los hombres, pugna un quijote y un don juan disputándose su porción de realidad. Unos, idealizando el amor y a su musa, y otros, simplemente, tomándolas con astucia. Para demostrar, en el fondo, que aquello llamado amor, como un asunto profético, reverencial, o, por otro lado, como algo absolutamente subjetivo y personal, a estas alturas, continúa descolocándonos, obrando de formas misteriosas, revolviendo nuestra mente, nuestro sexo, y por supuesto, nuestro corazón. Como diría el escritor Lawrence Durrell, en relación a la fantasía de nuestro amigo: "Hay sólo tres cosas que se pueden hacer con una mujer: Se puede amarla, sufrir por ella, o convertirla en literatura".