miércoles, 24 de abril de 2019

En Tvn declaran que, "tal como en un capítulo de Cincuenta sombras de Grey" Johanna Hernández habría firmado un Contrato de sumisión con Francisco Silva, en el que se le indicaba qué hacer, adónde ir, qué decir, qué leer, incluso qué comer. Francisco negó tajantemente la existencia de tal contrato de sumisión. Todo esto, en el marco del juicio por el asesinato del profesor Nibaldo. Las declaraciones que hacen ambos son, a todas luces, contradictorias. El matinal insiste en el carácter de puzzle de la investigación, como si no bastara con el simbolismo de las piezas dispersas (lo mismo decían, por ejemplo, sobre el caso Hans Pozo). La pregunta que aún permanece en primera plana es ¿quién dice la verdad? La pregunta que me hago yo, en cambio, es ¿importa la verdad realmente? ¿importa la verdad para los presentes, o prevalecerá siempre el poder de la interpretación de los hechos, auspiciada por los abogados del diablo? ¿La verdad será siempre, acaso, ese campo de batalla en que prevalece una versión de la cruda realidad, o aquella zona cero, ese sector limítrofe en donde los involucrados se niegan mutuamente, sin fin, enarbolando proyecciones ilusorias a su conveniencia? La justicia, en este caso ¿acabará siendo únicamente aquel "principio tranquilizador" sobre el cual descansará el supuesto equilibrio, ya no digamos de la verdad, sino que de las interpretaciones parciales sobre el hecho de sangre? ¿quién dice la verdad? ¿importa quién dice la verdad?
En el día del libro, después de clase, un alumno se acercó y me mostró La interpretación de los sueños de Freud. "Supongo que lo conoce. No, no crea que lo leo para el colegio ni nada. Lo leo para mí". Sostuvo por un rato la portada del libro frente a mis ojos. Luego, preguntó: "¿Sabe de algún otro autor que pueda explicarme este libro? Es medio complicado entenderlo". Le expliqué que Freud de por sí era difícil, porque alternaba la teorización psicológica con la crónica de las propias experiencias psicoanalíticas. El cabro se refería al lenguaje demasiado técnico, "elitista" que ocupaba el autor en ese libro en particular, no pudiendo ser comprendido a cabalidad. Le seguí explicando que, en efecto, su pluma iba orientada a construir las bases de una nueva disciplina, por eso se dejaba leer, a ratos, demasiado herméticamente. El cabro luego se refirió a otro autor que estaba siguiendo. Se trataba de Lacan. Se refería a este como un sucesor, pero se dio cuenta que le servía todavía menos para explicar a Freud. "Este otro es aún más complicado", sostenía el cabro con cierto dejo de resignación. En eso, volvió sobre su mochila y sacó otro libro. Era la Introducción clínica al psicoanálisis lacaniano: teoría y técnica de Bruce Fink. Según él, en ese libro que estaba recién hojeando paralelamente al de Freud, el autor hacía un resumen más o menos bien detallado de los lineamientos generales del pensamiento de Lacan. "Profe, busco algo como esto, pero en Freud", señaló, en el momento que dejaba nuevamente la portada de este libro frente a mis ojos. Para cerciorarse de que su inquietud iba en serio, se dedicó a buscar entre las páginas del libro el índice, con tal de que cachara la estructura que él estaba buscando, estructura que ansiaba poder descubrir gracias a la recomendación de alguien más leído. Lamentablemente, y muy a mi pesar, no pude recomendarle nada similar a lo de Fink respecto a Lacan, puesto que en materia de bibliografía psicoanalítica apenas tengo una edición Ercilla de La interpretación de los sueños del año 88, toda roñosa y perteneciente a una colección llamada Las más grandes obras del conocimiento. De hecho, la edición que me había mostrado el cabro era mucho más bonita y completa que la mía. No recuerdo, eso sí, la editorial, demasiado imbuido con la inquietud inicial del cabro respecto a un posible hermeneuta de la obra de Freud. Frente a la imposibilidad de darle alguna recomendación bibliográfica digna, a mi mente vino un solo autor como una invocación: Carl Jung. “¿Conoce usted a Jung?”, le pregunté al cabro. Este dijo que había leído sobre él pero no mucho. Sabía que era discípulo de Freud, sin embargo, desconocía su obra. “¿Tiene él acaso algún libro que explique a Freud así como Fink explicó a Lacan?”, preguntó, esta vez, ansioso. Mi respuesta fue del todo franca, no queriendo darle falsas expectativas respecto a mi escaso conocimiento. Le dije que Jung no hacía eso, pero le podría servir para entender el psicoanálisis “desde otra vereda”. El cabro volvía a cuestionarse a qué vereda me refería. Le hice saber que era un psicólogo que se desligó de la escuela freudiana para diseñar su propio método a partir de una cosmovisión más amplia. “Básicamente, en lugar de entender los sueños como simples emanaciones del inconsciente, se refiere a ellos como símbolos. Toma elementos de otras culturas para construir esa interpretación”. Al escuchar el comentario, el cabro quedó igual de metido que antes, pero parecía entusiasmarle la idea de buscar a otro autor afín al problemático Freud, motivado por la búsqueda de alguien que lo explique con la navaja de Occam. No pudo dar con aquella referencia exigida desde su lectura del inconsciente, pero, en cambio, sumó a Jung a la lista de posibles estados del arte. “Buscaré a ese Jung. Si habla de los sueños, me sirve”, decía el cabro, despidiéndose, al mismo tiempo que guardaba el libro de Freud y el de Fink. Aproveché de recomendarle el Recuerdos, sueños y pensamientos, libro que, a diferencia de Freud, tengo entre mi catálogo en una edición decente, Seix Barral, forrada entera con tapa dura. Apenas escuchó el nombre del libro, se devolvió para que se lo anotara. Sacó una pequeña hoja en blanco de entre su cuaderno y pidió que se la escribiera sobre el libro de Freud como apoyo. Así, el cabro se llevó la hoja anotada con el nombre de Jung y su solícito libro. Guardó repentinamente la Interpretación e, inmediatamente, hizo un gesto con los dedos que sostenían la hoja en la que figuraba inscrito el Recuerdos, un gesto no se sabía si de apropiación o de aprobación. Apuntando esto último, me veo en la pieza escarbando entre el estante para dar con el libro de Jung. (Quizá, si me baja el espíritu solidario, hasta puede que se lo preste). Al encontrarlo, lo abro casi instintivamente y, al cambiar una página al azar, doy con la siguiente cita: “El destino quiere ahora que en mi vida, lo externo sea accidental, y solo lo interno rija como sustancial y determinante”.