jueves, 13 de febrero de 2014



Hay quienes entienden la poesía como un sucedáneo de la excentricidad. ¿Chile, la capital de los poetas? Se agotan las vacas sagradas, se aburguesan los románticos en su propio espejo, la poesía pasa a ser una consigna para hablar de los bellos extravíos de la clase superviviente, un “hacerse la América”, un canto a lo cotidiano y a lo divino envuelto en cepa de turismo. Un amigo decía: “¡Vamos! Chile no crece gracias al vino navegado de los poetas. El proceso real son los "bytes", los datos que podemos interpretar mentalmente”. El comentario iba en relación a una imagen de Prometeo, una suerte de representación de la poiesis entendida como una empresa, una empresa prometeica que busca transmutar el sentido de las palabras.

En la imagen se le puede ver recibiendo el castigo divino. He ahí a los poetas emergentes. Los cuervos del ego no dudan, como enviados del horror y del poder, en engullir su interioridad, sus vísceras, miedos, ambiciones, hasta el infinito, mientras ellos, juglares de turno, en los bares de antología, de acuerdo a la temporada estival y el sentimiento etílico, continúan su mafia lírica al alero de sonrisas y aplausos. La poesía es su píldora de la autocomplacencia, la benzodiacepina que los hará caer en el centro del asfalto, faltos de vísceras y de dinero, pero con el yo henchido de deseos y becas estatales.

Seamos francos: hacerse de un nombre, de una imagen, es ya postular a un puesto, es ya una lógica del interés. Volvamos a las preguntas esenciales ¿Para qué poetas en tiempos de miseria? Holderlin tocó en el nervio ¿Para qué semejante mascarada, el circo de los artistas del verbo, cuando ante el llamado del hambre es la palabra la que se resiente? La poesía no es inocente. Expulsada de toda república, quiere volver como funcionaria. A esa lotería se suben los escribientes. Se creen su angustia de la influencia, y esperan el homenaje como un cheque a largo plazo. Lo que no entienden es que quienes se embarcan en escribir de verdad nacen póstumos. A ellos, los nombres, los títulos, los conceptos, le suelen llegar con aliento de muerte, al menos que se haya nacido en cuna de oro, como se dice, e incluso esa materia no garantiza nada excepto su propio artificio.

Pienso en esos escribientes colocando sus agallas, su jovialidad, sus escasos años de vida en empresas que solo suman concesiones e intereses, en lugar de moldear su visión del mundo de acuerdo a un estilo propio. Cada quien hace lo que estime conveniente, sin embargo, es preciso que se reconozcan, alguna vez, en el negativo de la imagen que ellos mismos crearon. Delimitar, tantear los horizontes, barrancos, de sus abismos personales, puede ser el oficio, la labor de hormiga de quien escribe. Allí se arrojan las excusas, premisas, deseos, mientras el mundo a tu alrededor continúa su ciclo de plantaciones y de cementerios.

La poiesis del mundo seguirá a pesar de la tinta y la sangre. Ni siquiera es necesario el cartón del marginal ni la celulosa del iluminado; todos invocarán a la musa en el regazo de sus fines, y celebrarán la materia que salga eyectada al mundo como si fuese el polvo antes de un adiós prometedor.