jueves, 10 de agosto de 2023

A veces me gustaría dejar todo botado y dedicarme a otra cosa... y eso que recién ingresaré a carrera docente. No sé, podría dedicarme de lleno a escribir y financiarme con la plata de alguna fundación. Total, hay quienes hacen lo que quieren y ganan a destajo. Recibo propuestas de pega, con gusto.
Otro fragmento de la novela romántica existencial que estoy escribiendo, que ya lleva bastante avanzado. Fragmentos cada vez más intensos y con carácter de thriller. Lea y opine:

Aun con aquella mirada penetrando dentro de mí preferí seguir andando, forzando al olvido a enterrar los recuerdos de Judith que, como esfinge, no paraba de aparecer. Llegué hasta una tienda cercana al paradero donde pasaba la locomoción colectiva, para comprar algo caliente y espantar el frío satánico que empezaba a surgir, pero, en ese mismo momento, me di vuelta y la vi a ella, acercarse.

Vino a mi mente una batería de recuerdos fugaces, agridulces, corriendo y entrelazándose unos con otros, recuerdos que cubrían el mismo espacio, los mismos rincones, las mismas orillas de aquella ciudad que, alguna vez, fue testigo de nuestra extinta complicidad. Y caí de golpe contra el pavimento.

Mi rostro se estrelló, sin palabras, porque la acera, la calle, la ciudad se había vuelto la zona muda del sacrificio. Había escrito sobre la tormenta perfecta y finalmente se produjo. Había dicho que las intenciones y móviles serían revelados, impulsados por el avasallante devenir de los acontecimientos del mundo, y ahí me tenían, mudo, paralizado, en el ojo de un huracán emocional.

Mi cabeza retumbó como nunca. Apenas escuché sus gritos y sus sollozos, sin antes advertir el fuego del ritual muy bien inflamado en la memoria. Mirada. Azote. Ruido. Siempre lo supe: aquel golpe, aquel golpe en aquel tiempo y en dicha calle nos estaba destinado. Nuestra violencia era el destino mismo, manifiesto.

Caminé de regreso, indeciso entre volver a la casa a masticar el dolor o dirigirme a la comisaría. Conforme pensaba, el dolor inflamaba el corazón, agitado. La noche me abría paso y me indicaba el camino que debía seguir, tal vez el único que siempre urdimos, a la sombra, el único que nos condujo de forma inexorable a esa tormenta, a ese silencio y luego a estas palabras, necias palabras que nunca hicieron justicia.