viernes, 24 de marzo de 2017

Pedagogía y principio de incertidumbre

Con el director profesor de física hablamos, luego de clases, sobre una prueba que debía rendir el primer ciclo, una prueba de matemáticas, que a la profesora del ramo se le había olvidado encargar. El director empezó a divagar luego sobre la no existencia de los números imaginarios. Que eran números que no pasaban en la escuela. Que solo aplicaban para ciertas mallas matemáticas. Que de hecho a la profesora se le habría extraviado esa prueba por tratarse sobre números imaginarios. "¿Como era ese poema de Parra que hablaba sobre lo imaginario?", preguntó el director. Le dije que era El hombre imaginario. Que ese concepto podría perfectamente aplicarse a la educación. Una educación imaginaria. El director asentía la talla, y sacó enseguida el tema de la ciencia, cuestión que parecía, a todas luces, apasionarle. Hablaba sobre la teoría de la incertidumbre, sobre la posibilidad de que la observación altere el estado de aquello que se observa, no pudiendo conocer así su estado natural. Le hice saber que la teoría de Heisenberg aplicaría también para los alumnos en clase. Nunca se sabe con qué cresta irán a salir a cada momento. Risas. Le mencioné además acerca de la teoría de la relatividad. Decía que aún no ha podido establecerse una conciliación entre aquel estudio de lo macro (física relativista) y el estudio de lo micro (mecánica cuántica). Agregó el director que aquella luminaria que pudiese conciliar ambas visiones en un todo de seguro se forra. "Pero estos cabros son un verdadero desafío a las leyes de la física", señaló luego, refiriéndose a los alumnos que habían salido del instituto antes de haberlo notado. Fuimos a ver si no quedaba nadie en la sala. Efectivamente todos se habían escabullido minutos antes del timbre. El instituto se transformó de repente en la metáfora del principio de incertidumbre. A lo lejos, en la esquina con una compañera, uno de los cabros envía un saludo especial. "Heisenberg" le dije finalmente al director. Él movió la cabeza hacia ambos lados. Volvió a la oficina, mientras los cabros de la esquina esperaban a un compañero que repentinamente apareció de la nada, desde el pasillo. Los alumnos, más vivos, sujetos a su propia ley imprevisible, auténticas partículas en movimiento, siempre más rápidas que la mirada observadora de la pedagogía.