martes, 11 de junio de 2019

Segunda visita a la psicóloga. Conclusión: por ahora, siga haciendo lo que ha estado haciendo normalmente. Deje que las cosas fluyan, por lo menos hasta la próxima sesión. 
Durante la mañana divisé algo que me llamó mucho la atención: una chica de rasgos negros, seguramente haitiana, caminaba por Condell hacia arriba, a la altura del Ripley, con dos bolsas verdes de mercadería y sobre su cabeza sostenía una botella de detergente líquido. Lo hacía con tal naturalidad que apenas conseguía inmutarse. Extrañamente, la gente que pasaba a su lado no lucía demasiado asombrada por el virtuosismo de su acción. Al contrario, la miraban como quien mira a cualquier otro transeúnte cargando chucherías con las manos en las bolsas pegadas al asfalto. Un patrón que sin duda se repite, puesto que hace unas semanas también había divisado a otra chica en plena carretera vía Quintero, con una pila de cajas de Super 8 y productos similares sobre su cabeza, bordeando el perímetro de las micros que por allí pasaban para subirse y vender de lo suyo. El equilibrio en el que trabajaban era tan espontáneo, armónico y libre de impostación, que resultaba difícil diferenciar entre la materia sobre sus cabezas y la materia entre sus manos. No cabía entre ellas otro límite que el del aire suspendido y la gravedad subyugada bajo la planta de sus pies. El verdadero arraigo de las chicas parecía recaer, finalmente, sobre ese equilibrio inaudito, sin el cual su andar perdería frontera, dirección, acaso sentido.