jueves, 28 de julio de 2016

Ayer, durante la introducción a la poesía, pasamos las actitudes líricas. Justo cuando explicaba ejemplos de alguna actitud apostrófica, un alumno se alza y pregunta si había visto la noticia sobre el joven que golpeó a un chofer por no cobrarle tarifa de estudiante. Le dije que no tenía idea. Que casi no veía las noticias. Entonces dijo que ahí había un ejemplo de actitud: "de un puro mangazo se lo recordó", replicaba el cabro, casi orgulloso de la hazaña. Me reí un poco y le insistí que estaba bien pero que me refería -solo para proseguir la clase- a la actitud lírica. El cabro obstinado, afirmaba: -pero si la lírica se trata de actitud pues, pura actitud-. Se supone que en calidad de formador se debe abogar por el dialogo antes que por la violencia. Eso sería en verdad velar la intensidad de los hechos. Porque aquel joven, en su condición y en su contexto, no pudo haber reaccionado de ninguna otra forma en ese instante. No quiere decir que se justifique. Pero créanme que cualquiera, en su fuero interno, ha sentido, en determinado momento, el impulso y la necesidad de la violencia. Porque incluso los que creen tener el monopolio de la cordura incurren en hechos irracionales. Y un exabrupto resulta a la larga más espontáneo y honesto que cualquier elaborado juego de razones y palabras. El cabro no comprende en absoluto el contenido teórico; nunca en su santa vida ha entendido sobre malditismo ni poesía beat, pero entiende sin embargo algo todavía más importante: que la propia actitud ante la vida lo determina todo; que hay que ser doblemente temerario para asumir sus consecuencias; y que, a ratos, un mangazo en el hocico bien dado, en el momento preciso y por una razón justa, puede ser tan poético como cualquier poema o canción memorable.
La emoción de Stranger Things creo que no se vive tanto en un afán desmedido de originalidad, sino que en saber sintonizar con la elegancia y oscuridad de los ochenta, transmitiendo esa sintonía en el celuloide de la pantalla con estética y sentimiento. Existe una tesis que suscribo de Simon Reynolds sobre la retromanía en el fenómeno del rock. Me aventuro a afirmar que estamos en la época del revival. La retromanía propuesta por Reynolds se manifiesta no solo en la música, sino que en la cultura misma casi como un estilo de vida. Y es por eso que Stranger Things cala hondo. Habla de los misterios, las pesadillas pero también los sueños de una época que por su capacidad de asombro todavía guarda un lugar en nuestro cine interior.