miércoles, 31 de agosto de 2016

Voy a la cocina y todo el departamento repentinamente oscurecido. No se aprecia nadie de al fondo. El calefont corriendo y el agua dada del lavaplatos. Debe ser ella, pensé entre mí, la única vecina del departamento, aquella. Prendo la luz y el piso de la cocina inundado por completo. Sucede porque el lavaplatos se tapa de comida, y el sistema para el agua caliente obliga a dar la llave del lavaplatos para que funcione el calefont. Salgo por un momento y vuelvo a la pieza. Cuando regreso a la cocina, estaba ella secando el piso. Pregunté cínicamente qué había pasado, aun sabiendo de antemano qué pasaba, para iniciar conversación. Dijo medio enojada que había olvidado destapar el lavaplatos para dar el agua caliente, que por eso estaba todo repleto de agua. Le expliqué que es preciso siempre destapar el lavaplatos antes de bañarse, porque sucede lo que sucedió hace un momento. Dijo que se le había olvidado, y que iba a hablar con el arrendador, porque no cuesta nada, de acuerdo a sus palabras, contratar un gasfiter y arreglar esta cuestión (sic). Se le notaba medio urgida, por la prisa que tenía en salir (acostumbra a salir los miércoles de noche). Le ayudo a abrir la ventana de la cocina para ventilar y ayudar a secar. Agradece sin más y regresa a su habitación. Se aprecia todavía un pequeño reflejo en el piso. Se alcanza a vislumbrar una sombra de alguien, ya no sé si de ella que se aleja o de yo mismo que sigo como idiota estático en la cocina. Lo único que ha sido testigo, al fin y al cabo, de nuestra efímera sociedad: el reflejo del agua que se desvanece de ventana hacia la noche.

martes, 30 de agosto de 2016

Distopía Pokemón

Imagino por un momento un futuro distópico en el que los pokemones, luego de romper con la virtualidad a partir de un misterioso hackeo al juego, logran invadir la tierra y atrapar a los seres humanos en pokebolas para conquistar el mundo, liderados por el pokemón más poderoso: Mewtwo. Entonces, un grupo de programadores anarquistas busca el origen de aquel hackeo responsable del fin de la humanidad, y emprenden una misión para revivir al pokemón legendario, Mew, mediante una maniobra cibernética, con el fin de hacerle frente al líder de los pokemones y volver a encerrar a las criaturas en el mundo virtual del cual nunca debieron salir. Sin embargo, se darán cuenta, al final, que Mewtwo solo era el eslabón de una cadena de poder mucho más grande. Ficción o realidad, he ahí un argumento para una serie o una novela cyberpunk.

lunes, 29 de agosto de 2016

En la mañana para tomar la micro a clases, una chica delgada, rubia lisa, con un abrigo blanco, seguramente estudiante, comenzó a alegar contra el micrero que no le pasaba el boleto que le correspondía a pesar de pagar con tarifa rebajada. La micro en cuestión iba llena. Solo me percaté de cierta parte de la discusión. El micrero no emitía ninguna razón demasiado elaborada a excepción de un par de exabruptos. Se dejaba intuir fácilmente su incomodidad. Los pasajeros, por su parte, impertérritos, no atendían el pequeño incidente. Se les veía absortos en sus respectivos asuntos. La chica le reprochaba al micrero que estos suelen ser demasiado arbitrarios, dándoles más preferencia a amigos y conocidos. En cambio, parecen “patear la perra” (sic) cuando se trata de pasajeros con beneficios, como si ellos tuviesen la culpa de un servicio y costo que el propio Estado subsidia. Más allá de estas razones a simple vista habituales, la reacción de la chica fue completamente serena, inclusive algo flemática, casi como si estuviese monologando con el micrero en disparidad de temperamento. La chica defendía algo lógico: la exigencia del boleto como seguro de vida. (Yo casi nunca le presto la debida atención al boleto. Incluso hay veces en que pasa un sujeto a pedirlo puesto por puesto, y me veo en la penosa necesidad de buscarlo y revisarlo, rozando la desesperación por tener que volver a pagar la tarifa completa). La situación esa vez, sin embargo, fue única, porque el contraste entre los implicados era demasiado evidente. El micrero, que se supone lleva el control, lucía fuera de sí, cerrado en si mismo, inclusive de mal aspecto y de mala gana. La chica, en cambio, delicada, tranquila, completamente sujeta (como el resto de nosotros) al arbitrio del chofer y al destino de la máquina, lucía más íntegra, aunque sin ocultar la molestia por el impasse. Cuando hubo terminada la discusión, y se manifestaba una tregua silenciosa dentro de la micro, le cedí un asiento vacío a la chica como premiándola por su reacción, pero también, inevitablemente, como una forma de demostrar galantería disfrazada de amabilidad. El típico gesto de civismo al interior de la micro que en realidad esconde una que otra intención. Ella sin más dijo que no, y dio las gracias. Entonces sonrío y me doy la vuelta. Bajando de la micro, posteriormente, ella continúa su recorrido. Se aleja sin rumbo conocido. Reviso el bolsillo de la chaqueta para ver si guardaba todavía el boleto. Y ahí estaba, todo arrugado, por el vaivén del viaje. Un miserable trozo de papel por el cual, sin embargo, uno parece jugarse la vida entera. Y por el cual la belleza, a veces, parece desafiar la falta de orden.

domingo, 28 de agosto de 2016

Nordic Mist

Hay un comercial nuevo de la Nordic Mist que me llamó la atención. En él hay un sujeto que hace una analogía entre el gusto por la bebida y el cine. Dice abiertamente que la juventud de hoy está acostumbrada al "dulce sabor de lo fácil" (quizá aludiendo de forma directa a la sobreinformación de nuestros días). Por lo que, a raíz de ese juicio valórico, cuenta cómo se hacía antes de la era pre internet para conseguir películas. Señala que se debían arrendar en el videoclub más cercano, siguiendo la recomendación del dueño. "9 de cada 10 eran malas", recalcaba el tipo, pero "cada tanto se encontraba una joyita" (Como dato freak se deja ver un póster de Atlantis en un muro del videoclub). Insistía en la idea de que eran tiempos duros, pero que eso le dio el criterio para apreciar el "gusto" con carácter. El eslogan de la Nordic Mist al final del comercial dice literalmente: "separando hombres de niños". La idea gravitante sobre el gusto asociada a la nostalgia de aquello que era más difícil de conseguir pero que por ello tenía más valor. El concepto de la adultez asociada al poder de decisión. Por supuesto, ideas absolutamente convencionales y cuestionables. Se aprecia una crítica indirecta a la hiperconexión en donde cualquiera sabe algo googleando o cualquier consigue algo con la suficiente banda ancha. Una época en donde resulta más fácil fingir que antes, pero en la que también, paradójicamente, resulta más fácil descubrir la verdad. Una época en la que todo parece estar al alcance de la mano, pero en la que el criterio de elección resulta más relativo. El gusto forjado con carácter, el valor forjado por el tiempo: esas parecen ser, hoy por hoy, las nuevas estrategias de venta de nuestra publicidad.
Después de años de haber salido de la U, me ronda últimamente la maliciosa idea de pagar la deuda. No por voluntad propia sino que por presión de la realidad. Comienzan los llamados anónimos, que por supuesto no vuelvo a contestar. Los cobros con voces mecanizadas. Los mensajes spam. Si existiese un lugar en el infierno kafkiano debiera reservarse para esa gentecilla que trabaja cobrando deudas. De todos modos no tenía pensado pagar ni un peso de la deuda universitaria ni bancaria. Sale ahora un artículo sobre una académica que llama abiertamente a no pagar el CAE, cuestión que, aunque no suene del todo creíble, señala al menos que hay afuera un pequeño rumor, un ánimo de morosidad voluntaria, con la vaga intuición de que si se deja de pagar sistemáticamente la deuda en algún momento explotará como un globo que ha acumulado demasiada presión. Preocupaciones propias del último día domingo del mes, cuando la plata precisamente escasea y la deuda en cambio, como su hermana gemela, parece crecer de forma estratosférica.
El incomprendido placer de las horas muertas.

viernes, 26 de agosto de 2016

Las pechadoras

Tengo el recuerdo de un par de chicas que se nos acercaron de noche un día sábado cerca de Plaza Sotomayor. Estacionamos con un amigo por ahí cerca en busca de carrete. Ellas nos pillaron por sorpresa. Nos pidieron cigarrillos. El amigo les dio. Nos preguntaron adónde íbamos. Les dijimos que adonde nos lleve la noche. Ellas dijeron que iban a Mero club. Que tenían entrada liberada por lista. Las acompañamos. Se pusieron más cercanas de lo habitual. Dijeron que estudiaban psicología. Comenzamos a congeniar, hasta que llegamos a la entrada del Mero. Entonces, se colaron a la fila. Dijeron que las esperáramos. Con el amigo desconfiamos. No creímos que volvieran por nosotros de forma tan expresa. Que nos hayan pedido acompañarlas de antemano ya resultaba, por lo bajo, sospechoso. Es algo que, en nuestro caso, no se da siempre. Milagro de la vida o simplemente una movida oculta.

Volvimos sin rumbo fijo, de vuelta a la casa. Recuerdo haber anotado el número de una de ellas. La blanca y más tranquila. Perfume en la ropa, y una vez más hacia el centro. No llamamos a las chicas. Fuimos de improviso al local habitual para probar suerte. Punto clave para vacilar: no pensar ni planear demasiado. Lo que no esperábamos era que las chicas estaban afuera, deseando entrar. Les preguntamos qué pasó y adónde andaban. Dijeron que en “el Mero estaba fome” (sic). Evidentemente, ellas querían entrar al local donde íbamos nosotros. Con su ayuda, convencimos al guardia de hacerles un precio a las chicas. Entraron dos por una.

Ya adentro, la cosa se puso mejor. Entraron en calor. Se desinhibieron. Querían tomar. Le compramos algunos tragos que pidieron. El trago que pedía una de ellas, la más morena y dicharachera, era un Baileys. Lo recuerdo perfectamente. Después fuimos a la esquina del fondo de la izquierda de la disco donde nos solemos colocar cuando andamos solos. Allá conversamos un rato con ellas, mientras bebían y bailaban. Nos sacamos fotos. Un par para inmortalizar la hazaña. Algunos besos y atraques. A medida que avanzaban los temas, sin embargo, las chicas dejaban de hablar tanto. Y lo que resultaba menos provechoso: parecían no estar tan entusiastas con el baile. Porque lo hacían cada vez menos y más distantes de nosotros. Pronto era nuevamente ellas solas y nosotros por otro lado.

Con algunos intentos para recobrar la onda, conseguimos mantenerla. Pero ellas empezaban a pedir nuevamente tragos, cada vez que intentábamos algo. El amigo señaló para sí con la cabeza, intuyendo que algo no iba bien. Era parte del juego y la diversión de la noche, pero se volvía demasiado bueno para ser cierto. Las chicas, al percatarse de que no seguíamos del todo su juego, al ver que no pretendíamos comprarle tragos sin garantía de acercamiento, se fueron alejando poco a poco, de manera un tanto disimulada. Se hizo el ademan de llamarlas para una próxima ocasión, pero, en medio de la confusión del lugar, nos entendieron a lo lejos, para luego irse a otro sitio desconocido.

La próxima vez que salimos también las encontramos, pero ya con la experiencia de aquella primera noche. Andaban igual de simpáticas, realizando la misma técnica de aquella vez, solo que ahora ya no funcionaría. Seguimos de todos modos su vacile, ya que en ningún otro lugar pasaba nada. Nos prometimos solo estar un rato con ellas, para entrar en onda con el ambiente. Hasta que el amigo se aburrió. Seguía con ellas para ver si algo cambiaba su parecer, pero pronto apareció un tipo de la nada que seguramente andaba a la siga. Con el ingreso de ese tercer agente masculino, la situación se iba de las manos. No quedaba otra que abortar misión. Un beso frío en la mejilla, apenas una mirada fugaz, un gesto de despedida hecho a la rápida, sellaban este repentino azar del universo. Fue al otro día, con una terrible caña moral, que pensamos en nuestras heroínas, y las bautizamos como “las pechadoras”, guardando así un lugar especial en nuestros corazones. Cada vez que una chica nos pida un Baileys, en cualquier otra jornada de esparcimiento futura, será entonces como estar brindando por estas salvajes hijas de la noche.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Hoy en un arranque de sinceridad inusual tres alumnos dijeron cuestiones inauditas. Una de ellas, aquella guapa que me trató de viejo el día Viernes con ánimo de broma, entró sin permiso a la sala durante la prueba del otro ciclo. Dijo que lo hacía porque odiaba Matemáticas. Le pregunté que por qué se metía a una clase ajena. Si acaso por oposición le gustaba más Lenguaje. Dijo que no, que solo venía a conversar con sus amigas. Que si fuera por ella no vendría al colegio y “se quedaría en la casa fumando pito con el pololo”. Que lo hace solamente “por el puto sistema en que estoy metida” (sic). Le recalqué: “En el que estamos metidos, señorita”. Otro de los alumnos durante la prueba de Convivencia Social, no lograba dar con las dos respuestas restantes a las preguntas que se le exigía. Se le dijo que por qué dejaría la prueba así. Que por qué no intentaba seguir, y, en última instancia, “chamullear” (el mismo consejo que después le dio a su compañero luego de salir: “chamullear es la ley”). Él contestó sin más que lo hacía porque era nada menos que un mediocre. No todos los chicos se asumen mediocres. Casi siempre apelan al aburrimiento, a la falta de entendimiento o a la rebeldía. Pero asumirse mediocre es ya un paso importante, un paso decisivo. A la salida de la prueba, y al final de la jornada, converso en la escalera con un cabro del segundo ciclo. Me pregunta de qué universidad salí. Le respondo que de la Católica. Entonces se sorprende y dice que cómo puede estar haciendo clases aquí, a sujetos como él que no pescan mucho y que solo ven “el estudio como un trámite” (sic) para salir a trabajar y no los hueven los papás. Que al ser de la Católica debería estar en alguna otra institución “más connotada”. Se le explica que buscar pega fija de profesor dentro del radio de influencias, aunque no lo creyera, es complicado, y funciona prácticamente como cualquier otra pega en Chile: mediante astucia y contacto. Por lo tanto, trabajar en un 2 por 1 es una pega bienvenida mientras se está a la espera de otra oportunidad laboral. El cabro parecía entender el trasfondo del asunto. No se sentía ofendido por la falta de diplomacia del comentario. No esperaba de parte del profesor que dijera que estaba en un 2 por 1 porque realmente le motivase esa realidad. Agradecía, en el fondo, la sinceridad, la crudeza de la verdad. Durante el lapso de una pura mañana, los cabros abrían su interior como nunca. Para despedirse, el último cabro pidió fuego. No pude ofrecerle. No le quedó otra que pedirle a la chica del principio. Caminaban hacia la calle. Una despedida espontánea para acabar con el rictus de la obligación.

martes, 23 de agosto de 2016

Me dicen por ahí que ha ganado el Premio Nacional de Literatura un tal Manuel Silva Acevedo. Busco información y se deja ver un artículo sobre él en Memoria chilena, donde en el encabezado aparece -de forma irónica- la frase: "los poetas están en peligro de extinción".

Julio Ramón Ribeyro, el animal de la escritura


Suena en la cabeza el concepto de "animal literario". No entiendo todavía qué diablos significa. Si no se puede definir bien lo literario por sí solo, menos aún lo asociado a lo animal. Mi viejo decía que era algo que le escucho por ahí decir a un crítico sobre Vargas Llosa: alguien que dada su obra exuda lo que llaman "literatura". O, podríamos decir, alguien que posee, no tanto una obra digna de mérito, sino que un impulso incontenible por producir material considerado literario por sus lectores. Alguien que a mi juicio se define por su pasión por la literatura. Por eso lo de "animal". Pues bien, en el caso de Julio Ramón Ribeyro creo que la cuestión cambia. Posee la cualidad suficiente para ser llamado "animal literario", pero sería apresurado limitar su obra a semejante denominación. Lo que hace Ramón Ribeyro tiene más que ver con la escritura que con lo literario. La escritura libre de categorías y de etiquetas. Ha elegido la prosa como su estilo y también como su forma, no tanto por la ambición de ser llamado "literato", sino que simplemente por el destemplado ejercicio de escribir. Por el placer extraño que causa. "Escribir como hacer el amor, una cosa brutal, fatigante, dolorosa y placentera al mismo tiempo". De hecho, hasta por volverse una razón en sí misma. Nunca suficiente, pero necesaria. Dentro de esa variable, entonces, cualquier otro interés queda relegado a un segundo o tercer plano. Así lo hace ver el propio Ramón Ribeyro en La tentación del fracaso, al cual yo llamo, en cambio, un “animal de la escritura”:

Cuando no estoy frente a mi máquina de escribir me aburro, no sé qué hacer, la vida me parece desperdiciada, el tiempo insoportable. Que lo que haga tenga valor o no es secundario. Lo importante es que escribir es mi manera de ser, que nada reemplazará. Cuando imagino una vida afortunada, millonaria, veo siempre el lugar donde pueda seguir escribiendo. Si no fuera necesario comer, dormir, trabajar, no abandonaría este sitio, donde nada me incomoda, donde gozo del más completo albedrío, donde soy dueño del mundo, de mi mundo, sus fabulaciones, hazañas, torpezas, locuras, el mundo irreal de la creación, al lado del cual no hay nada comparable.



En la mañana me dediqué a escribir puro material evaluativo para las clases. Guías y pruebas. Todo de desarrollo. Un colega amigo, entre talla, me decía que para qué hacía tanto desarrollo, si al final resulta más pega para ti mismo. Le respondí que, al contrario, resultaba más cómodo hacer desarrollo, porque solo se trata de colocar un texto acorde a la unidad y formular preguntas generales, enfocadas, claro está, a la reflexión más que a la respuesta certera. Recuerdo que, a raíz de eso, dos alumnas me preguntaron si lo que estaba pasando les servía para la PSU o no, que cuando iba a pasar materia "de verdad" para la prueba. Dejaban entrever que todo lo que se hacía en clases debía estar en función de rendir una buena PSU, como lo quiere nuestro célebre sistema. No parecían, de ese modo, muy entusiastas con nada que excediera ese propósito mayor. Es la idea todavía predominante sobre la escuela como antesala a la vida laboral, una antesala a ratos macabra para algunos, y a ratos fantástica para otros. Como debe ser en un "país de oportunidades". Para no desanimarlas, simplemente les hice saber que la materia venía después. Que después tendrán su dosis exquisita de condicionamiento clásico. Que lo primero era hallarle el "por qué" a la unidad. Incluso a punta de luchar contra "la paja" que se adhiere al espíritu (y que uno mismo todo el tiempo padece). Hallar eso que no se evaluará en ninguna prueba, que incluso tampoco podrán descubrir a lo largo de su vida, ni con una carrera sólida ni con un trabajo soñado, sino que solo lo encontrarán si dejan atrás sus ilusas expectativas y, en un momento de vacío, se atreven a pensar solo por la libertad gratuita de hacerlo.
La explicación más sincera de un alumno aplicado de por qué le gusta ir al colegio (corrijo: estudiar), a diferencia de los otros: "El conocimiento rockea. La ignorancia apesta".

lunes, 22 de agosto de 2016

Hace tiempo dije que escribir es muy similar a masturbarse, porque son actos en que se piensa en otra persona pero desde una vereda autocomplaciente.

Colegiala desnuda

Me acuerdo haber leído este poema de Jotamario Arbelaez, poeta colombiano nadaísta, hace ya bastante años. De hecho, fue cuando estaba recién empezando a estudiar pedagogía. Uno de esos poemas que te hace replantear la vocación. Lo curioso es que este poema en particular versa sobre un hablante lírico profesor que se calienta con una alumna. Lo recuerdo precisamente por esa singular característica. En narrativa, ya ese tema ha sido tratado de forma magistral por Philip Roth y Nabokov con su célebre Lolita. No he visto, en cambio, ningún otro poeta que se atreva a indagar en ese tópico: el del profesor que sucumbe a sus bajos instintos, a riesgo de sacrificar su imagen pública. He aquí uno de esos poemas clandestinos que desafían lo políticamente correcto, y que juguetean líricamente con lo prohibido. Salud por eso:


Regresa la niña del colegio
Quién sabe qué pensamientos oculta su cabellera negra
Seguramente el profesor calificó mal su tarea
Seguramente que le tocó sus senos
Seguramente le prometió un confite
Regresa a la casa la niña que querría ser desencuadernada
Que gustaría ser repasada por un lector ávido de conocimientos
Regresa con el ánimo de despojarse de sus vestiduras
De estrenar su desnudo para ponerse cómoda
Para poder pensar sin problemas en la regla del tres
Regresa la niña del colegio con ganas de chupar un bombón
Y chupando el bombón piensa la niña que debe haber algo más dulce
Y la sangre circula como miel por su panal florido
y ella siente la voz del atavismo cosquilloso que le dice que
para poder aprender hay que despojarse voluntariamente de todo
Y deseosa de aprender ella se va quitando el vestido
Ese vestido de colegio que con tanto cariño le cosió su mamá
La blusa blanca de infinitos botones
La falda azul ajustada con un gancho de nodriza
Los zapatos del uniforme
Las medias tobilleras que escalan sus piernas derechitas
El brassier que contiene principios básicos de trigonometría
Los calzoncitos de amoníaco
Carpa bajo la cual acampa la prodigiosa respiración de la reina de Saba
Mosquitero de los deseos
Atarraya del poniente
Cabo Cañaveral del cohete carnal
La niña sabe que hay un cinco rayado en mitad de sus piernas
Un coño bien calificado
El honroso diploma
con el cual se gradúa
profesional en el amor
Colegiala del alma
míreme

"qué piensa hacer cuando esté grande"

sábado, 20 de agosto de 2016

Persignarse

El acto de persignarse, persistente en el chofer del colectivo de regreso, bajando por Cerro Barón, mientras escuchaba Nicky Jam. La chica atrás de él, en el asiento trasero, también lo hizo. Sin embargo, no se vislumbraba ninguna iglesia alrededor. Excepto quizá porque a dos cuadras el vehículo bajaba cerca de la iglesia de San Francisco, reconstruida hace no poco sin mucho éxito luego de un sospechoso incendio. El acto de persignarse, siempre un misterio en si mismo ¿Respeto hacia un lugar u objeto sagrado? ¿Una manifestación de confianza en lo que se hace? ¿O solamente una costumbre emulada por cercanía religiosa? Como sea, el persignarse no resulta casual cuando se está dentro de un vehículo en calidad de pasajero. Es quizá la expresión personalísima de una fe interior, que impulsa a nuestro chofer con toda seguridad a través de la ruta señalada. La fe en que alguna causa o fuerza imaginaria oriente el camino que él mismo está todo el tiempo manejando. La fe en que durante ese camino no exista ninguna clase de contratiempo. Solo de esa forma, los caminos de la locomoción colectiva resultan tan misteriosos como los de la propia fe. Debo creer, durante ese instante como pasajero, en que ese acto reflejo funcione; de lo contrario, sufriría el mismo destino que el chofer y que el vehículo. Lo verdaderamente indescifrable fue, en cambio, el acto de la chica. Se le veía arreglada, lista para ir a alguna parte o seguramente juntarse con alguien. Ya no parecía persignarse tanto por el viaje, como a todas leguas sí lo hacía nuestro conductor, sino que por aquello que le esperaba al final del camino, fuese lo que fuese. O quizá solo se trate de una costumbre propia de las personas creyentes, que, a falta de otro símbolo, se tatúan simbólicamente la cruz en el rostro para defenderse y no caer presos de la vacilante realidad. Ya al bajar ella, todo sigue su curso y el viaje continúa en total tranquilidad y parsimonia. El conductor es el único que sigue incólume, cumpliendo con la ruta por la cual le pagan pero, también, trazando, a su propia manera, una ruta secreta, una ruta de persignación escondida a los profanos. Llego al paradero. Le pago al chofer. Y el misterio desaparece. Nada ha pasado, de modo que la fe vuelve a su dominio invisible. Y los pasajeros del vehículo vuelven a su mundo material. Lo que el chofer no sabe es que también ellos conocieron el peligro de confiar ciegamente en el conductor del vehículo. Su desconfianza excesiva pudo haber sido mortal para todos. Pero su fe solo cambiaría la percepción sobre su camino. No cambaría el destino de sus pasajeros, ni el suyo propio. Por lo que la persignación se convierte en una especie de garantía vacía, que, sin embargo, guarda toda la virtud de la invisibilidad. El azar entonces, durante aquel misterioso viaje, se volvía nuestro copiloto.

viernes, 19 de agosto de 2016

Para que los chicos del primer ciclo ubicaran algo de poesía chilena contemporánea, se hizo un recorrido acotado desde De Rokha, pasando por Neruda, la mítica rivalidad; luego Huidobro con su creacionismo; posteriormente Parra con antipoesía; algo de Uribe, también Juan Luis Martinez, Lihn, Lira, hasta llegar a Bertoni. De todos ellos, la mayoría ubicaba más a Neruda, obviamente, y a Parra. Siempre hago esa especie de diagnóstico inicial para ver en qué parada están respecto a la poesía hoy. Se leyeron poemas de De Rokha, de Huidobro, y luego de Bertoni, a modo de comparación estilística. A la mayoría le pareció que ninguno de los poemas tenía nada que ver con lo que ellos creían que era la poesía. Con De Rokha se sorprendieron, algunos, con la forma de disponer la escritura en el papel, sin medida, ni verso. "Escribe terrible loco", repetía un alumno. Huidobro, en cambio, les causó derechamente extrañeza, sobre todo con el Altazor, imagenes poéticas demasiado poco convencionales. "La wea rara" dijeron algunos. Sin embargo, con Bertoni pasó algo distinto. Leyeron "De vez en cuando". Una de las alumnas dijo: ¿qué onda el poema?. Otro compañero suyo repitió "el wn caliente", seguido después de risas y hueveo sin parar. Logran identificar el elemento coloquial en el poema, pero aún así, todavía guardan cierta distancia estética respecto a lo que ellos conciben como lenguaje poético. A pesar de decir chuchadas y cuestiones todavía más groseras con ánimo de conversación, no entienden esa premisa actual tan en boga hoy en día -y que resulta a veces contraproducente para enseñar poesía- sobre la antojadiza semejanza entre lenguaje hablado y poético, y eso, desde otro punto de vista, resulta extrañamente positivo. El cabro que se refería al hablante lírico en el poema de Bertoni como caliente, dijo con total coraje que si "ese loco escribió eso, entonces yo también hago poemas todo el tiempo". Lo curioso es que lo decía no tanto con un ánimo de verse representado en el poeta, sino que como una forma irónica de decir que hasta incluso él, que no es poeta, puede escribir algo mucho más -a su juicio- poético. En resumidas cuentas, y por aquella razón tan particular, pegaron mucho más con De Rokha y Huidobro. Quizá sea ese factor de extrañamiento en el lenguaje el que todavía para los cabros represente y signifique lo poético, y no la tan bullada "escuela de la antipoesía".

jueves, 18 de agosto de 2016

Metallica: Integrados a la auto destrucción.

Con Metallica pasa algo raro. Que uno termina escuchándolo igual más por una obsesión nostálgica que ya por el real placer de escuchar algo único. Recuerdo que por allá en el año 2002 comencé oyendo el And Justice for All en cassette. Sonaba a algo más fuerte y denso que el tan bullado Enter Sandman, himno icónico que luego dividiría a los fans más acérrimos del sonido thrash. Al año siguiente, un amigo me presta dos cassettes mal grabados y con evidentes marcas de vencimiento e incluso pistas regrabadas encima. Esos cassettes eran el Kill em all y el Ride the Lightning. Fue la primera introducción a la época thrash de los chicos de California. Esos dos álbumes fueron la piedra angular de lo que conocería más adelante como metal, paralelamente con la escucha de Slayer y de Megadeth, eterna banda rival formada por un Dave Mustaine que fue pateado de Metallica por diferencias de carácter y de estilo.

Siempre han habido vaivenes en la carrera de Metallica. Muchos de los primeros temas de la banda fueron adjudicados al propio Mustaine, con algunos riff o pasajes compuestos por él, como en The Call of Cthulhu o The four horsemen, reversionado luego como The Mechanix por el propio Mustaine en Megadeth. También luego del lanzamiento de Ride the Lightning se dice que los fans comenzaron a criticar el sonido comercial de la banda al incluir la balada "Fade to black" acusando suavizar su sonido. Pero los incipientes metálicos de la bahía sabían que ninguna banda de rock (o, en este caso, de metal) podía alcanzar el estrellato ni superar su condición subterránea sin alguna mítica power balad. En esos años, sin duda, Cliff Burton era el bastión de la creatividad, con su poderoso bajo y su influencia literaria sobre la estética de la banda. Por citar, por ejemplo, la canción "Por quien doblan las campanas" donde el bajo de Burton lleva la batuta y donde la letra está inspirada en la novela homónima de Hemingway. La muerte de Burton fue, en ese sentido, un antes y un después para la banda. Uno doloroso. Después de sacar la, para muchos su obra maestra, Master of Puppets, fue cuando el Metallica thrash, el primer Metallica comenzó a mutar hacia el Metallica que hoy en día continúa llenando estadios a la par con las grande bandas de rock clásico. Con el Black Album y su arrollador Enter Sandman, luego se volcarían hacia un formato cada vez más cercano al rock pesado, (gracias a la oreja glam de Bob Rock) con Load y Reload, albumes decentes pero que para mi gusto pertenecen no al Metallica thrash sino que al Metallica hard rockero, al Metallica de estadio. Es esa disyuntiva la que muy a su pesar conforma la gran pugna artística de la banda. No han sabido conciliar esos dos polos de forma satisfactoria: el polo comercial y el polo pesado. Han intentado mantener un estilo que recuerda sus mejores años a través del compilado Garage Days. Hasta incursionaron en un proyecto con la sinfónica de San Francisco. A pesar de sonar potentes, nada puede todavía resolver aquella disyuntiva tan arraigada en la esencia de la banda.

El año 2003 se hablaba del regreso a las pistas de Metallica. De oreja a la rock and pop, sonando el primer sencillo después de años de silencio: St Anger. Decepción absoluta, luego de escuchar ese montón de balones de gas ausentes de solos y de inspiración. Definitivamente no era el regreso triunfal que esperaban, ni para los fans más devotos al sonido metal ni para los seguidores más populares. Años después, 2008, de nuevo con la tónica de volver a su pasado thrash, lanzan Death Magnetic, álbum a mi gusto efectivo en su ejecución, con unos cuantos himnos que rememoran lo antiguo pero que, a ratos, redundan demasiado en su propio sonido. Después se embarcan en una aventura musical con Lou Reed, lanzando un álbum todavía más incomprendido que todo lo anterior, sobretodo para la escuela de oyentes de Metallica que es producto de su propia disyuntiva. Ese álbum se llama Lulu, y es, a mi juicio, más una apuesta excéntrica de Lou Reed en conjunto con los californianos que un álbum propiamente de Metallica, una apuesta arriesgada por hacer una simbiosis, a partir de la parada de un Lou Reed en el declive de su carrera, que sigue probando con la experimentación vanguardista, y la parada de Metallica buscando una alternativa, un tubo de escape a su propia estética ya agotada con el paso de los años. Ni Reed ni los propios Metallica parecían desanimados ante las malas críticas. Lou Reed decía: «Yo no tengo fanes. Después de Metal Machine Music todos huyeron. ¿A quién le importa? Estoy en esto básicamente por diversión». Lars Ulrich decía por su parte que los criticaron por Fade to Black, luego por el album negro, más tarde por el Load y el Reload, y, por último, por el St Anger, así que no le extrañaba para nada. Solo querían "desplegar las alas" y probar con algo distinto a las expectativas de la comunidad metalera. Querían probar que también podían hacer cosas ya no por seguir un estilo de manera religiosa, sino que por simple devoción a la música. Ahora se aproxima el nuevo álbum de Metallica. He aquí su nuevo sencillo. Probando sin duda que la otrora banda de metaleros de la bahía de California continúa en la eterna búsqueda de su propia época dorada.


En los ejercicios de escritura dictados en clase, uno se da cuenta de inmediato quienes son los que sienten, no tanto una voluntad de escribir, sino que una devoción hacia el texto. Lo supe cuando, durante la unidad de poesía contemporánea, tuvieron que aplicar escritura automática en una plana de cuaderno. Estaban los estupefactos, que no sabían qué hacer; los indiferentes, que no pescaron la actividad; los aplicados, que hicieron lo que se les pedía, aunque con cierta distancia del ejercicio; y una clase aparte de alumnos, los que parecen ser aplicados pero que en el fondo se hallan absortos escribiendo cualquier cosa, sin filtro de ninguna clase, o con un filtro demasiado suyo, subjetivo. A esa clase pertenecía una alumna, siempre callada, introvertida, que cuando se trata de escribir parece desahogarse, escribiendo largas parrafadas que exceden lo que se le pide. Y lo que es mejor, desde ese punto de vista: que las parrafadas no son bloques sin sentido, sino que tienen cierta inspiración. La chica me pregunta si es obligación entregarle la hoja. Le digo que sí. Entonces saca su celular y le saca una foto al texto. He ahí la diferencia entre alguien que escribe por cumplir y alguien que siente una devoción extraña, particular, hacia el formato texto. En el acto de fotografiar su texto denota no sé si amor, sino que una obsesión. No tanto el escribir por escribir, sino que el impulso de conservar el texto como algo de valor, de un valor secreto, indescifrable, irreductible a notas e intereses.
Un amigo ayer dio con una explicación lógica ante nuestro fracaso en el ámbito de la conquista. "Hay que reinventarse. Frecuentar otros círculos. Damos vuelta siempre en el mismo". Eso se le ocurrió como una Eureka luego de haber probado desinstalar la aplicación de Tinder en su celular, para acto seguido volver a instalarla. Dice que después de eso le llovían los matches, como si al desaparecer del sistema y resetearse se hubiera reinventado a si mismo, renaciendo como un fenix de las cenizas de la indiferencia. Añadía que es muy probable que la aplicación solo te de un margen de tiempo de "ventaja", de matches fáciles y espontáneos, para luego saturarse e ir decreciendo progresivamente tu capacidad de ligue. Le expliqué que es una posibilidad factible porque uno al principio lograba matches sin mucho esfuerzo, incluso con mujeres de otras latitudes muy lejanas. Como que la aplicación misma te da un tiempo de garantía para lograr conectarte, pero luego te deja a la deriva con tus propios méritos y, de esa forma, el asunto va decayendo. Es la trampa del sistema. La ilusión del éxito. No se es en ningún momento uno mismo, sino que es el avatar que, sujeto a las reglas del juego, opera de acuerdo a ciertos parámetros de atracción y de repulsión, previamente programados para triunfar o perecer en el intento, con la atractiva ilusión de la libertad. Porque, después de todo, la realidad, en ese ámbito, es más cruda de lo que se refleja en el propio programa.

Palabras clave: Desaparecer, reseteo, círculos. Ojala en la vida real se pudiese avanzar solo en base a estas tres palabras. Pero la vida misma no es un programa. No hay nada que te haga volver a comenzar con la garantía de que en ese nuevo comienzo logres mayores divisas. Ya que hay un punto en que no se puede volver atrás. Te arrojas y eres echado a tu propia suerte, de inmediato. La experiencia misma se acumula y te pasa la cuenta. Entonces, al final del camino, solo resta superar el círculo vicioso. Blanco y negro. Todo o nada. Ya no concibo otra forma de hacerlo.

Facebook, la máquina de sueños

Facebook ahora, aparte de recurrir a la nostalgia autocomplaciente con la aplicación "un día como hoy", recurre al aniversario de amistades antiguas. Selecciona de los perfiles las fotos en común. Inclusive se da el lujo de proyectar un estimado de cuan buen amigo se es con la otra persona de acuerdo al número contable de likes mutuos a lo largo de la biografía. El punto que demuestra el vacío del sistema: la pretensión de medir mediante elementos cuantitativos algo que solo se puede significar de forma cualitativa cerrando sesión, afuera de la pantalla, de acuerdo a las experiencias y recuerdos más o menos "reales", y que tampoco afuera está del todo garantizado, y está sujeto a todas las condicionantes de la vida extra virtual. Es el intento de la máquina por emular o incluso implantar una vida, para aquellos que puedan eventualmente adolecer de una. Una máquina de hacer sueños.
Tercera clase consecutiva que el maldito segundo ciclo se retrasa con las exposiciones sobre los tópicos literarios. Durante el lapso de dos clases solo han salido a exponer tres grupos. Les advierto que la nota va bajando progresivamente. Eso solo prueba que la entropía es lo único infalible. Trato de forzar ese principio instaurando una variable nueva. Pero si te duermes, el plan se te escapa de las manos. Las planificaciones no son sino un tímido intento de evitar lo inevitable, de amoldar la realidad a nuestros designios, ya sea profesionales o personales. "La entropía es lo único infalible". Me repito a mi mismo para sobrevivir a la jornada.
Es precisa una máquina de sinceridad para limar las asperezas que deja el espectáculo de máscaras del mundo. (2013)

miércoles, 17 de agosto de 2016

Cabros y cabras en clases hablando de los pinches del fin de semana, de quien se comió a quien, de cómo les ha ido en los que ellos juzgan que es el amor (como si hubiese una definición unívoca para eso). Las generaciones actuales, en ese sentido, más despiertas que los propios profesores a su misma edad. La sobreinformación, la concepción posmoderna de democracia, el escepticismo hacia lo establecido son, sin duda, sus principales agentes. Y no debería culparlos por su caótica rebeldía y precocidad, por hacer tan a tiempo cuestiones que uno mismo todavía, a los veintitantos, experimenta, no con total satisfacción. Rimbaud ya a sus 20 había hecho toda su obra para luego exiliarse al África. Gonzalo Rojas, en cambio, hablaba de "demorarse" lo más posible. Ellos parecen venir de vuelta de alguna fiesta todo el tiempo. Uno todavía busca la dirección exacta de lo que cree que entiende por juventud. Antes de que sea demasiado tarde para proclamarse, muy a pesar de todo, vivo.

martes, 16 de agosto de 2016

Arbeit macht frei

Cuando se hallen sobrepasados, saturados, por el exceso de pega, no puedan quitarse de encima el estrés que cabalga sobre ustedes, y solo piensen en el final del día durante toda la jornada, pero aún así sus cercanos insisten con eso de que la pega dignifica, recuerden que en uno de los campos de concentración de Auschwitz se dejaba leer la consigna "Arbeit macht frei" (el trabajo os hará libres). Mediten sobre eso. Es una buena terapia.
Leí por internet una frase extrañísima: "La feroz justicia moral de los buenos comúnmente sirve de máscara a su demonio".
Me entero que hay ciertos alumnos que se fugan del instituto, el cual a pesar de mantenerse cerrado es sorteado fácilmente por ellos, casi siempre durante los recreos, mediante maniobras cada vez más astutas. Y el hecho me pone en una disyuntiva moral. Por un lado, el yo profesor se preocupa, en el sentido de que se genera un ambiente más o menos inestable, que mueve a buscar una pronta solución presionado por las autoridades; y, por otro lado, el yo rocanrolero se entusiasma, pensando que se trata de un signo inevitable de nuestra decadencia educativa. Y que más vale mandar todo a la mierda cuanto antes. No puedo superar esa escisión entre estar del lado de la institución y estar del lado de los beligerantes. Hay allí una disyuntiva donde debería haber una conciliación.

lunes, 15 de agosto de 2016

Vi nuevamente Seven de David Fincher por Cinemax. También habían transmitido Gone Girl, del mismo director, la madrugada pasada. Hay sin duda, entre ellos, un vaso comunicante. En Seven el psicópata logra su cometido. Después de haber matado a cinco pecadores, entonces se entrega a los policías protagonistas. Su plan era ser asesinado por uno de ellos y así cumplir con los dos pecados restantes: la envidia y la ira. En ese instante, durante el último brochazo de la obra, los roles se invierten: el perseguido se vuelve el perseguidor. Algo similar ocurre en Gone Girl con Rosamund Pike en el papel de Amy. Su plan maquiavélico era precisamente desaparecer y luego presumirse muerta, con tal de forzar a su marido hacia ella, exponiéndolo a él y su relación a una ignominia pública. En ese proceso, cae un ingenuo pretendiente de nuestra psicópata. Todas las sospechas sobre su desaparición recaen sobre el marido. Él consigue lavar su imagen frente a la televisión, pero eso solo formaba parte del plan. Cuando ya no es necesario desaparecer, Amy vuelve con su hombre de forma inusitada, moviendo las piezas del ajedrez de tal manera que él se vea obligado a aceptar la relación. Podríamos decir que, así como en Seven el propio policía cae preso del juego del psicópata “redentor”, en Gone Girl el esposo es literalmente “cazado” por su propia mujer. La obra maestra en Seven era el asesinato serial de los pecadores por “mandato divino”. En Gone Girl lo era el matrimonio perfecto hasta las últimas consecuencias. Lo mejor, sin duda, es que en ambas películas gana el villano de forma indiscutida e inexorable. Y en ambas nos hacen creer, desde ese punto de vista, como espectadores impávidos, que ellos tienen el control todo el tiempo, que toda la trama y la fábula va encaminada hacia la satisfacción de sus deseos, para finalmente pensar en las palabras de William Somerset (Morgan Freeman) en Seven y decir que el mundo –según Hemingway- es un buen lugar por el cual vale la pena luchar, pero que, después de todo, solo se puede estar de acuerdo con lo segundo.
Día Lunes, todavía despierto, pero afortunadamente no para trabajar, sino que para regresar al sueño profundo de nada...

domingo, 14 de agosto de 2016

Me dispongo a ver Suicide Squad de David Ayer, pero al enterarme sobre la mala prensa del Joker de Jared Leto, no puedo dejar de pensar en el otro Joker interpretado por Ledger en la película de Batman, el Caballero de la Noche. Pareciera que más allá de tener un fanclub, el personaje se te hubiese metido en el inconciente proclamando soberanía como el guasón auténtico. DC Comics está en aguas divididas por estos dos guasones tan disímiles uno de otro. Sin embargo, hay un factor que mueve a ver la película más allá de la pugna: Harley Quinn. Y cómo no, un festín gráfico y una banda sonora de miedo.

sábado, 13 de agosto de 2016

El desaparecido Richey Edwards

Richey Edwards, guitarrista de los Manic Street Preachers, un enigma para sí mismo y para el rock británico de los noventa. Leo por ahí que el 1 de febrero de 1995, a sus 27 años, Richey volaría hacia Estados Unidos junto a James Bradfield, el vocalista de la banda, para la gira promocional del disco The Holy Bible. Sin embargo, nunca lo hizo. Ese mismo día, a las siete de la mañana, había salido del hotel Embassy, situado en Londres, y se dirigía con su auto hacia Cardiff. A partir de allí, nunca se supo nada sobre él. Regular guitarrista pero, en cambio, un letrista único y atormentado, añadiéndole oscuridad y personalidad a los “Maniacs”. La escritura fue el medio en que plasmó toda su enrevesada vida interior –tal como lo pensase el poeta Cesare Pavese-. Lo más inaudito de Richey como personaje fue que, a diferencia del tan bullado Club de los 27, donde todos conforman, sin duda, un escuadrón suicida, él simplemente desapareció. Dicen haberlo visto en Goa, el estado más pequeño de la India. Otros dicen en cambio haberlo visto rumbo a las Islas Canarias. Nada ha podido ser demostrado. Lo único cierto es que nada se sabía del paradero de Richey. Recién el año 2008 la policía lo declara presuntamente muerto. Pese a no sonar tan fuerte con los Maniacs, quizá su mayor obra, al fin y al cabo, fue su desesperado acto de borrarse del mapa. Pocos artistas pueden darse el lujo no de morir gloriosa o patéticamente, sino que de desaparecer y ser, paradójicamente, recordados en ausencia. Solo por eso, y sin seguir demasiado su música, merece mi respeto.
Señores del poder: El mundo ya es lo suficientemente miserable como para que más encima pretendan eliminar el pan batido...

viernes, 12 de agosto de 2016

Escritura automática

Para la clase de segundo ciclo, aprovechando que quedaba tiempo, se introdujo la poesía contemporánea, luego de una ajetreada ronda de exposiciones pendientes. Solo alcanzó para hablar de la I Guerra Mundial, Tristán Tzara y el surrealismo. Entonces para cerrar la clase, para no acabar en el vacío didáctico, vinieron a la mente, casi como en una epifanía, las técnicas de escritura propias de los dadaístas y surrealistas de la época. Pensé dentro de mí, que por la falta de rigurosidad y la ilusión de libertad que te entregan esas técnicas, podían servir para suplir la falta de ideas producto de una planificación atrasada. Sin dudarlo, expuse al curso el desafío de escribir en una hoja en blanco lo primero que se les viniera a la cabeza, sin filtro alguno, sin censurarse, solo expresar lo que se siente y piensa al instante. “Vomiten sobre el papel lo que tengan en la mente”, les hice saber. La actividad fue un éxito. A pesar de que no la entendieron por la inaudita falta de reglas. Se sentían extraños pero de alguna forma cómodos escribiendo cualquier cosa. “Pueden insultarme si quieren. No importa todo vale. Eso es la escritura automática”. Algunos de ellos ríen. Una de las alumnas replica que se sintió rara haciendo lo que hacía. Otros, no pudiendo escribir, comenzaron a dibujar sin razón, con algunas leyendas debajo de la hoja. No paraban de conversar, era difícil mantener el silencio, pero se mantuvieron absortos ante esa actividad tan fuera de lugar. Así que, colegas de lenguaje, a falta de otra cosa, piensen en sus amigos Tzara y Bretón, usando la escritura automática, el cadáver exquisito e, incluso, el collage dadaísta como métodos para salvaguardar la jornada. La escritura vanguardista, usada de una forma aún más vanguardista, auspiciando la procrastinación curricular.

Los penes en el pizarrón.

Al llegar a la clase de primer ciclo, la última de la jornada, me encuentro con el pizarrón lleno de dibujos de penes. Miré de inmediato al curso haciendo un gesto de negación con la cabeza, mientras reían desaforadamente. En mi mente me acordé de los tiempos de colegio, cuando lo que hacíamos en clase no estaba tan alejado de lo que hacen ahora los propios alumnos. Cómo no pensé en la situación de aquella época como un reflejo de lo que pasaría después, en calidad de profesor. Sin embargo, comprendí el payasismo de los alumnos. No contaba con que, al intentar borrar el pizarrón, los penes habían sido dibujados con plumón permanente. Las risas no se hacen esperar. Me dirijo a ellos y uno del grupo asume la responsabilidad de la gracia. Le repito que debe borrar los penes del pizarrón, y agrego luego, para contribuir al humor de la clase, que aquel que borre los penes del pizarrón con la lengua tendrá una anotación positiva. Uno de los cabros dice que lo hará encantado, y al instante, lo tratan de gay. Por supuesto, todo dentro de un clima de simpatía. Lo curioso de toda la anécdota fue que aparecía solo una vagina dibujada. Les repetí, siguiéndoles la broma, si acaso les gustaba el pene que lo dibujaban tanto. Ríen sin más. Saben que ese tipo de tallas dependen del ánimo del momento. Nadie saldrá ofendido en mala dentro de un ambiente jocoso, alegando discriminación ni mucho menos. Eso solo se comprende siendo parte de la talla. Una vez que terminan la actividad de la clase, el alumno dibujante de penes cumple su palabra y borra sus pequeñas obras. Desde que tengo memoria, el dibujo del pene, usado como símbolo anárquico adolescente, como rebeldía contra la seriedad del curriculum o, en su defecto, como tabú inconciente que se exterioriza en forma de broma de mal gusto, para luego ser eliminado del pizarrón, y, al mismo tiempo, censurado del imaginario moral. Solo durante ese instante, el pizarrón y los dibujos fueron el espejo de la sociedad a escala micro.

jueves, 11 de agosto de 2016

Fe de erratas

En mis tiempos de estudiante siempre pensé en el compuesto "fe de erratas" como se lee: una fe de ratas. Ayer un alumno me preguntó lo mismo. Si esa fe hacía referencia a las ratas o no. Le corregí diciéndole que se trataba de una "errata". Dentro mío, sin embargo, quise decirle: Es así porque solo las ratas tienen fe. Y demasiada fe suele hacernos errar.
A raíz de la publicación de un amigo virtual argentino, que versa sobre la falta de peligro que supone hoy en día la poesía para el Estado, recalco que se trata ya de un fenómeno internacional. En Chile se da precisamente un fenómeno inverso al clásico platonismo. De la poesía como acto terrorista contra el estado mismo de cosas. Tenemos nuestro propio ejemplo paradigmático en la ya célebre existencia de las becas fondart que financian proyectos literarios, las cuales los poetas y escribientes se llegan a pelear sin mediar ningún ápice de orgullo, yendo incluso al extremo de ajustar las voces, las poéticas y los lineamientos de acuerdo a las exigencias de ciertos grupúsculos, perdiendo justamente ese carácter transgresor que hacía que la poesía fuese tan temible para la nación desde el concepto clásico. "Si el Estado leyera con atención, no financiaría poetas", reza una frase de aquella publicación. La poesía pareciera haberse vuelto, en lugar del enemigo público, un funcionario más del Estado. Porque todos los poetas quieren, a fin de cuentas, beber de su teta, todos quieren parecer políticamente correctos de acuerdo al humor de la temporada, porque resulta más cómodo que simplemente escribir a contracorriente de todo, y con solo los cojones de hacer algo verdaderamente grande y anónimo.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Criminally insane

Durante un sueño muy profundo, imaginé una calle sinuosa de la que aparecía de repente un montón de sujetos de todas las formas, en una especie de comic de estilo oscuro. Tipo cyberpunk. Todos tenían que ver con los bajos fondos. Delincuentes de poca monta, detrás de los cuales solo había un camino oscuro, representando a los peces gordos. Los malos de verdad. Los invisibles. De fondo sonaba Criminally insane de Slayer. Parecía todo la representación gráfica de la canción. De repente despierto para trabajar, veo el whatsapp y mi tía me informa que durante la madrugada asaltaron a la familia, prima, primo y abuelos. Me comunico con ellos, nada grave, ningún herido, solo la tensión y unas pocas cosas robadas. Después de eso viene, sin embargo, lo peor: la vulnerabilidad ante el medio hostil. Se es víctima una vez y se puede serlo de nuevo. Esa es la ley de los que no se rigen bajo la ley. Terrible lo que la sociedad puede llegar a desencadenar, lo que oculta pero siempre sale a flote: un montón de imbéciles -seguramente drogatas- reduciendo a los de su propia clase, pero terrible también lo que la propia mente puede llegar a imaginar: la realidad misma con todos sus demonios.

martes, 9 de agosto de 2016

En la flor de la vida

Con un amigo colega siempre bromeamos respecto a nuestro futuro como profesores, dada nuestra condición actual. "A los 18 años, de pendejos en el colegio nos imaginábamos que a nuestra edad (diez años después) íbamos a estar ya consagrados en la vida, con pareja estable, casa propia, buen pasar, todo lo que la sociedad quiere de nosotros, buenos clientes, buenos ciudadanos. Y "nada hacía presagiar" que terminaríamos eligiendo la pedagogía, viviendo al día, arrendando una pieza, sin una relación estable, en realidad, sin ninguna clase de estabilidad, a excepción de un horario fijo, un sueldo que te ayude al menos a sobrevivir y, por supuesto, la indefinida estabilidad de la deuda. Nos compramos el cuento pero no contamos con que la educación era un reflejo de la mierda a nivel país". Éramos demasiado optimistas. Nos imaginamos el bosque completo antes siquiera de conocer los propios árboles. Pero hay en ese optimismo algo que se perdona: el impulso de la expectativa influido por el exceso de tiempo y la energía juvenil. A medida que se crece, sin embargo, ciertas determinaciones parecen acotar ese horizonte. Parecen cercar aquellos árboles o por lo menos sondear la existencia del bosque completo. “Se supone que estaríamos en la flor de la vida”. Es ese sentimiento temprano de decepción, con un tono tragicómico, el que presupone que existe algo que nos hemos propuesto cumplir o imaginar y de lo cual no hemos siquiera vislumbrado ni la sombra.

A nivel intelectual podemos comprender el carácter convencional de todas nuestras ambiciones, el carácter fantástico de todos nuestros sueños. Sin embargo, algo –llámalo pasión, orgullo o voluntad- nos impulsa a cumplirlos, siempre algo que no se puede expresar con palabras, algo que sigue siendo el motor invisible de aquello que deseamos, aquello que después de todo no es tan diferente al dibujo del niño que imagina ser astronauta, o a la fantasía del adolescente que busca dosis desproporcionadas de placer y de aventura, aquello que podemos explicar en unos cuantos caracteres o cifras matemáticas, para luego darle forma, cuerpo y sangre en el futuro. Ese futuro que se vislumbra siempre hostil, dada su incerteza. Escapamos entonces hacia el pasado como hacia la cuna, como hacia el seno materno, lo único cierto de lo cual tenemos escasa memoria, a lo sumo un cúmulo de sensaciones que conocemos como edad dorada –aludiendo a nuestros ídolos musicales o referentes ficticios-. En nuestro ánimo bromista, decimos que ojala existiera la posibilidad de programar un viaje al pasado como Terminator, y advertirle a nuestro yo de ese tiempo que no estudie lo que pretende estudiar o no tome la decisión que según nosotros conduce irremediablemente a nuestro presente. Que si lo hace provocará un futuro catastrófico. Un futuro en que la máquina de la corrección política gobernará. (Cuestión que de todas formas sucederá). Reímos sabiendo que esa posibilidad es incluso más remota que la superación de nuestra propia situación actual. Entonces no queda otra que seguir riendo, sabiendo que siempre, haga lo que se haga, las expectativas se desmentirán, por muy calculadoras y eficientes que resulten, siempre la realidad se encargará de hacerte tropezar en algún punto, para sacarte de tu zona de confort mental y atestiguar el vaivén de tus proyectos, un jodido bumerán que se arroja al mundo para no volver, la forma en que los deseos y sueños penden del hilo de las decisiones y de aquello oscuro pero magnánimo que llaman destino, pero que bien puede llamarse devenir o, simplemente, en idioma moderno: seguro de vida.

El soltero de la familia

En El soltero de la familia, docu película de Daniel Osorio, recuerdo que el amigo del protagonista charla con él respecto al método de apareamiento de los pájaros. Dice que para encantar a la hembra utilizan todo tipo de rituales de cortejo, que van desde el baile hasta el canto, principalmente este último, variando de acuerdo al tipo de pájaro que sean, la voz y el tono. Y que, en cambio, los monos, que se supone son más cercanos al ser humano, "llegan y culean", lo hacen sin tanto aspaviento, aunque claro está, enfrentándose previamente a toda una horda de simios en celo. El amigo concluye que, en ese sentido, el pájaro sería más evolucionado que el propio mono. Pero el protagonista le replica que no se trata de evolución, sino que de simple adecuación. Distintas tácticas para responder a un mismo estímulo primitivo. Lo que llamamos lenguaje en el ser humano no se trataría tanto de una cuestión de evolución. Sino que de un largo y complejo sistema de adecuación. Al fin y al cabo, se vale de métodos similares al ruiseñor o al canario para así, mediante el aparato lingüístico, conseguir la prolongación indefinida de la especie. No son muy distintos a una estrella de rock o a un gran intérprete que, con la fuerza y belleza de su voz, logra cautivar a un número indefinido de féminas. Pero, a ratos, cuando no basta la belleza de la palabra (o del canto que, en este caso, vendría siendo lo mismo) recurre a la acción pura. En materia sexual, entonces, el hombre se mueve invariablemente entre el pájaro y el primate. El gran abismo que lo separa de sus hermanos animales, continúa siendo, sin embargo, su enrevesado universo simbólico, la neurosis milenaria de su cultura. La soltería para el protagonista sería, de esa forma, el silencio misterioso del pájaro que se relega de la naturaleza con su canto derrotado. O, en otra vereda, el mono que se aleja de la manada con su fuerza secreta luego de haber perdido en el terreno de la conquista. Es en ese momento que el hombre se refugia en la palabra, desencantado del mundo y sus batallas, y despliega el aparato de la ficción para no sucumbir ante el deseo de muerte. Se convierte, irremediablemente, en la imagen viva del fracaso de su universo simbólico.
Mañana a las 7 de pie. Inútilmente trato de conciliar el sueño. La pantalla parece que hipnotiza con su afectividad vicaria. Ya me he vuelto inmune al café. Resistencia. Pundonor. Suelo dejar la radio prendida o un playlist sonando toda la madrugada, a modo de anestesia musical. Ahora suena "Entonces es como dar amor" de Spinetta. Pienso en la palabra amor a ver si así puedo finalmente dormir. Afuera el ruido del camión de basura, sonando de fondo, se suma a la mezcla, ironizando la situación. Mientras dentro, en el resto de la casa, una tranquilidad sospechosa, hasta cierto punto inexplicable, de otra forma que no sea durante el insomnio.

Sobre Vinyl

En la serie Vinyl hay guiños claves al rock and roll y al cine. Como cuando el protagonista Richie trata de resucitar de las cenizas su discográfica, cagándose en los especuladores corporativos. Busca algo crudo, duro, genuino. En pleno setentas, nada que sonara a Emerson Lake and Palmer o a Jefferson Airplane. Nada demasiado hippie o sofisticado. Rock, puro rock. Para eso se codea con la cultura negra en las grises calles de Nueva York. No sé si esté la mano de Jagger ahí, pero sí hay ahí un espíritu melómano. La mano de Scorsese aparece cuando inevitablemente se mezcla el negocio de la música con el de la droga, y el protagonista se ve envuelto en una redada de mafia y violencia. Los 70s parecen resumirse, de ese modo, en sonido, sangre y pelotas. En fin, un tremendo desperdicio que la hayan cancelado tan prematuramente. Quizá la serie misma haya querido reflejar el lema de vivir rápido, morir joven, y dejar un bonito cadáver fílmico a la posteridad.

sábado, 6 de agosto de 2016

Principio del formulario
Ella entró al mismo restorán que yo después de pasada la hora de almuerzo. Se le ve hablar a solas, pero no llevaba ningún audífono que desmintiera su soliloquio. Cuando se dispone a sentarse y pedir la carta, curiosamente lo hace en una mesa cercana. Acto seguido, señala de manera fortuita que ambos íbamos al mismo lugar. Llega su pedido. El mío tarda un poco más de lo habitual. Para romper el hielo, pregunta: “Oye, disculpa ¿eres un rati (detective)?”. Le digo que no, y le pregunto si acaso era por la chaqueta. Ella replica que no, que era porque lucía semi formal y, a simple vista, serio. Sucede de ahí la charla típica protocolar: de dónde eres, qué haces, en qué trabajas. Pronto le confieso que en realidad soy profesor. Que por eso quizá me ve serio. Se ríe un poco y continúa comiendo. Llega el pedido y disimulo estar atento a la comida. Después de un largo silencio, ella va al grano. Dice que es reponedora en un supermercado, que tiene un hijo con el cual vive a solas. Que, aprovechando que era profesor, necesitaba de algún contacto para terminar la enseñanza media pero sin tener que pagar por estudiar. “Algo rápido, me carga estudiar”, repetía. Extrañado, le dije que no sabía de nada para acabar con la media de forma clandestina. Que solo conocía la vía institucional. Pero que si sabía de algo podía llamarla sin problemas. Enseguida guardamos nuestros contactos. Un whatsapp de reconocimiento, para acabar con la colación. Se fija en el nombre Gabriel. Dice que le encanta porque suena a ángel malo. Río un poco. Ya agotada la charla, ella pide un postre. Yo pido la cuenta para retirarme. Luego de dejar la propina, ella se dispone a acabar lo suyo. Nada más que hacer. Solo resta despedirse, con número en mano, y una casualidad insólita. Se pasa a veces de ser un desconocido, para luego resultar misterioso, hasta finalmente dar con un calificativo fantástico, y con la promesa de continuar conociéndose. Aunque francamente la chica me daba mala espina, por lo fortuito de la situación y de su acercamiento, cuestión que no se da todos los días y, sobretodo, de forma tan gratuita. Estoy seguro que también a ella yo le daba mala espina, por su mirada interrogadora, y por el hecho de caminar hacia el mismo sitio casi de forma sincopada. Pero nunca sabremos qué es lo que en el fondo quería cada uno. Solo ese montón de palabras dichas a propósito de nada (o con un propósito secreto) durante ese almuerzo fugaz. Guardo entonces el número sin expectativa alguna, solo por la satisfacción de sumar otro contacto femenino en estos días de rutina y de sequía social, aunque solo fuese motivado por una sospechosa coincidencia.Principio del formulario
Saco la basura de la noche anterior en las bolsas de aseo de la cocina. Aprovecho de deshacerme de cuestiones a mi criterio inútiles. Boletas arrugadas, una caja de cereales vacía y una toalla que saca demasiadas pelusas. Voy como es habitual al contenedor de la esquina del paseo de los sueños. Justo antes de lanzar la bolsa, un hombre de barba y de chaqueta oscura, con un atado de cachureos a su lado, urgando entre la basura. Al ver que iba a arrojar lo que tenía en la mano, dijo que podía lanzarlo sin problemas, haciéndose a un lado. Al lanzar la toalla el hombre lo advirtió casi con instinto felino y la atajó él mismo. Dijo que estaba bonita. Agradeció sin más y siguió urgando. Lo más extraño de todo fue que el acto de arrojar la toalla como basura terminó volviéndose un regalo involuntario para el hombre. Lo que uno cree no necesitar, para el otro se ha vuelto una suerte de dádiva. El hombre no parecía acongojado, parecía que lo que hacía -urgar entre la basura- era parte de su rutina, de su estoicismo personal. Miraba hacia arriba como agradeciendo que esa toalla hubiese caído -literalmente- del cielo. La creencia, siempre un vehículo, a veces frágil, a veces necesario, para poder sobrellevar la existencia. El desprendimiento de ya no creer en (la utilidad de) algo, sea ese algo un objeto o una visión de mundo. La filosofía del perro de Diógenes. En realidad uno mismo fue el cínico, arrojando lo que cree que ya no sirve. El hombre solo seguía su instinto dentro de un itinerario de sobrevivencia. Demuestra que, desde el grito de la necesidad, lo deshecho puede convertirse en lo absoluto.

viernes, 5 de agosto de 2016

50 años de Revolver

A 50 años de Revolver: he aquí sin duda una de las canciones más eclécticas de los de Liverpool. Se dice que Lennon y McCartney fueron a una librería de Galería índica buscando un libro de Nietzsche, y Lennon se encontró con El libro tibetano de los muertos adaptado por Timothy Leary. Fue ahí que comenzó su viaje psicodélico. En la introducción, Lennon comienza a leer los primeros versos. "En caso de duda, apague su mente, relájese, y déjese llevar". Había encontrado las líneas precisas para la canción. Entonces, Lennon siguió al pie de la letra las indicaciones del libro, luego de una sesión de LSD. Arrancaba la etapa psiconauta del cuarteto. Morían los beatles rocanroleros , renacían unos beatles vanguardistas, cerrando otro capítulo de la música popular con un disparo a quemarropa.



jueves, 4 de agosto de 2016

Sobre "El soltero de la familia" de Daniel Osorio.



"El amor gusta más que el matrimonio, porque las novelas gustan más que la historia". Chamfort.


Tengo la vieja costumbre de ir a los cines solo. Las contadas veces que he ido con mujeres no ha sido tanto con el propósito de disfrutar la película por sí sola. Los hombres comprenderán por qué. Ir solo es en cierta medida ir libre de condicionamientos. Completamente arrojado a la tarea de sumergirse en el visionado. Sonará egoísta, sonará pedante, pero se trata de una decisión enteramente personal. Así fue como me dispuse a asistir a la función de la película "El soltero de la familia" de Daniel Osorio. El protagonista, el propio Osorio, de más de cuarenta años, dice ser un militante de la soltería. Cuestiona la idea de casarse desde su propia condición, y con ello todo lo que esa idea envuelve: el temor infundado al paso del tiempo, la propia obligación del vínculo sentimental. 

En una apuesta sumamente arriesgada, el protagonista expone su propia vida, desarrollando las aventuras y desventuras de la soltería. Por un lado, está el amigo abogado, que parece ser el demonio de su conciencia, que lo invita a reivindicar su soltería, aduciendo que el negocio del matrimonio no es rentable para nadie y que incluso resulta obsoleto. El propio protagonista, luego de la función, defendía la idea de que, al igual que en la novela de Edwards Bello, El inútil de la familia, el soltero vendría siendo una especie de Inútil para la sociedad. Conversando con su amigo abogado, le dice irónicamente que dedicarse a las letras será lo que le dará éxito, y que la carrera económica es simplemente la carrera fácil, la carrera de los que pretenden quedar bien, de los que pretenden “casarse” con el sistema. 

Conozco pocos escritores que hayan estado de acuerdo expresamente con el matrimonio, a estas alturas del partido, considerando que estamos en plena época del divorcio, del individualismo como bandera y de la emancipación de la mujer. La mayoría de las grandes plumas no hacen sino ironizar al respecto. Nietzsche, Wilde, Mark Twain, por citar algunos. “No puedo dejar de pensar en qué gran obra maestra no se ha hecho en soledad”. Replica el abogado. Nuestro protagonista responde, sarcástico: “Hijos”. El amigo abogado, una especie de soltero exitoso, canchero, en cierta medida, la otra cara de Osorio, le recalca que el casarse a estas alturas resulta poco rentable. Le hace ver a Osorio que ser soltero es lo más rentable dentro de una sociedad altamente competitiva. Una afirmación temeraria, sobre todo cuando se cuestiona directamente el sustrato mismo de la sociedad: la familia. Una crítica hacia el sistema de cosas debería pasar, para el abogado, por una crítica misma a la institución familiar. Hacia el matrimonio y su privatización de los sentimientos y el concepto de la propiedad. 

Por otro lado, en cambio, tenemos la voz de la familia y el psicólogo de Osorio, que vendrían siendo la voz de la sociedad, la mano invisible que obliga a aceptar las exigencias de una sociedad neurótica. Osorio en apariencia actúa de manera displicente, pero encierra en sí mismo las contradicciones humanas de la soltería, su paradoja afectiva y vital. Un compadre del público preguntaba respecto a la disyuntiva entre decidir estar solo o estar solo sencillamente por una cuestión de circunstancia. En la película Osorio repite muchas veces el estar convencido de que ser soltero es la mejor alternativa. Sin embargo, detrás de esa determinación, deja entrever que la idea de estar con una sola mujer de forma permanente también puede resultar deseable. Entonces se regocija en su pasado, en la posibilidad remota de un amor que pudo ser pero que por su miedo al compromiso se vio mermado. Osorio resulta paradójico en su soltería, aunque persiste en ella finalmente. Asume, estoicamente, el cuento que él mismo se ha creído. 

Una de sus ex, que el propio Osorio visita para el desarrollo de su película, le hace saber que su inclinación hacia una soltería radical también es un cuento que él se inventó para no enfrentarse a sí mismo. Osorio, a raíz de esto, y después de la película, concluye que nuestra propia vida está llena de cuentos que conforman nuestro imaginario y nuestra parada ante el mundo, solo que hay cuentos más populares que otros, más “rentables”, o, inclusive, más condescendientes con el sistema de cosas: el cuento del sueño americano, el cuento del amor eterno, el cuento de la igualdad en un mundo que poco a poco se va cayendo a pedazos. La ex de Osorio le hace saber a nuestro amigo soltero que hace falta salir un poco de uno mismo para darle otro vuelco a la vida, pero que, sin embargo, el cuento que nos creemos será el que determinará, a fin de cuentas, hacia donde irá nuestra respectiva micro.
La inquilina misteriosa que aloja en una pieza al lado, la misma que una vez me pidió ayudarle con una maleta pesada, ahora pica unas ensaladas en la cocina, solitaria como ella misma. No había nadie más. Un cuadro a lo Hopper, a solo unos metros de la propia habitación. Voy a la cocina por un poco de agua, para tomar el café después de almorzar. Le pregunto si puedo robarle agua del hervidor, que ella evidentemente había hervido para lo que está cocinando. Asiente sin problemas. Me dice que el calefont ya se ha arreglado solo, que ya no es necesario cambiarlo, como pensaba el arrendador. Luego de conversar con ella, vuelvo a la pieza con la taza de café en la mano. Un rayo de sol impacta desde la ventana entreabierta como para completar la escena. La chica también vuelve a su habitación con un plato de comida caliente. Inevitablemente, las aguas se dividen. De repente, parece que la soledad misma del departamento comenzara a hervir, producto de su propia combustión.

AFPs

En la entrevista de anoche, José Piñera comparó el sistema de fondos AFP con un Mercedes Benz. A pesar del efectismo de su argumento, no pudo haberlo representado mejor: el dinero de todos haciendo funcionar una máquina de lujo que corre perfectamente solo para el sujeto y sus copilotos. Como no hizo otra cosa que defenderse, ese fue el mayor argumento a su favor. Sin embargo, cualquiera sabe que ninguno de los afiliados podrá siquiera comprarse algo cercano a ese modelo de auto con el monto de sus pensiones. Eso demuestra que, al menos a nivel discursivo, se le ha ganado una victoria pírrica.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Preguntas que nunca faltan cuando los cabros y cabras del colegio recién te están conociendo: "Profe, ¿Usted va a salir?, ¿usted ha jalado? ¿Usted es virgen todavía?". Preguntas claramente con una intención sarcástica, pero que esconden, sin embargo, un cuestionamiento profundo: el cuestionamiento respecto a la vida del profesor fuera de las aulas. Parecen cuestionarse, como hacia la existencia de dios, como hacia el prestigio de nuestros políticos, la existencia de la vida social del profesor, sobre todo cuando no hay tanta brecha generacional con sus alumnos. Creen que el que estudia para profesor prácticamente hace un voto de pobreza (e incluso de castidad). Y que la pedagogía en si misma se parece a un monacato religioso, donde la única vida que conocerán sus feligreses se debatirá entre las salas de clases y sus casas para proseguir con la pega pendiente. Lo más tragicómico es que aquel cuestionamiento, aquello que resulta a simple vista una talla pendeja, no está tan alejado de la realidad, puesto que, a ratos, la pedagogía tiene mucho de monacato, de abnegación trasnochada, de espíritu de renuncia... Y pareciera por esto, que la talla de los cabros no está demasiado fuera de lugar, que los profesores para los cuales no existe otra cosa que la pedagogía tuvieran que si o sí "comprarse una vida".

martes, 2 de agosto de 2016

Toca la casualidad de que vivo frente a un colegio. El Agustín Edwards. Como si no bastara con haber trabajado en uno. Hoy cuando iba al baño a sacar la ropa lavada para tenderla, y luego de haber hecho del número dos, suena el timbre de aquel colegio vecino. Lo curioso es que sonó en el instante preciso que iba a sacar la ropa. Prosigo con lo que iba a hacer. Dentro de mí pensé que hasta dentro de la casa uno no deja de vivir bajo reglas. Pensé en ello después del timbre, urgido por terminar luego lo que tenía que hacer, como un perrito de Pavlov reaccionando al sonido. El molesto ruido de la obligación, invadiendo hasta la vida cotidiana, en la que se supone el profesor olvida que lo es y se dispone a ser una persona normal.

Sobre Bala Loca

Sobre Bala Loca: Hay algo en el periodista Mauro Murillo que recuerda a los detectives de novela negra. A Philip Marlowe, quizá por su carácter incorrecto, cínico, hasta cierto punto oscuro. Y al mismísimo Heredia, en su variante chilena, por su compromiso por la verdad contra el poder. Pero en esa carrera hacia la verdad hay también vaivenes. Puesto que una conciencia limpia debe también aprender a caminar sobre el barro de los hechos. Mauro Murillo debe no solo enfrentarse a los peces gordos intocables, sino que contra sus propios fantasmas internos: el fantasma de su pasado farandulero, el fantasma de la familia, el sexo y la droga. Mauro Murillo, en esa vereda, vendría siendo el periodista negro que Chile no merece pero que, sin embargo, necesita.

lunes, 1 de agosto de 2016

Agencia de sueños


Hoy en un restorán del peatonal me llama la atención una pareja de viejitos que miraba la tele al fondo. Daban un comercial –reclame como dicen ellos- sobre el perfume Hugo Boss. Un tipo con facha de elegante sobre la azotea de algún edificio, una mesa puesta cuidadosamente en la que lo esperaba una rubia espectacular, bien vestida y sonriente. Por la atención con la que miraban los viejitos parecían extasiados. La viejita sostenía el bastón metálico del viejito con fuerza, simulando de forma simbólica el otrora aparato reproductor de su compañero. La mesera, baja y joven, parece no mirar la escena, pero, al pedirle la cuenta, se detiene un poco a repasar el visionado del comercial. Pareciera que con un gesto corto en el rostro despreciara el efectismo de lo que ve, pero en el fondo escondiera una envidia secreta. La envidia de la perfección. Del estereotipo. No puedo evitar leer sus sentimientos porque en realidad siento exactamente lo mismo que ella, solo que de antemano me mantengo escéptico, pero debajo de ese exceso de racionalidad al atacar el engaño de la publicidad, se mantiene en guardia el deseo de la belleza y del ideal, aunque sean manufactura de fábrica. 

Recuerdo que un alumno en la clase del viernes pasado, para la última parte de la actividad de los tópicos literarios, preguntó si acaso estaba bien escribir una publicidad basada en el tópico del carpe diem, que tuviera directa relación con el desodorante axe. No escatimé en análisis y le respondí que había dado en el clavo: el carpe diem para el alumno estaba asociado a la cacería sexual, a la fórmula mágica de la atracción. Inmediatamente, ese mismo alumno hueveó a otro por estar viendo publicidad en su celular. El alumno del celular también parecía extasiado, al igual que aquellos viejitos del restorán, pero ahora no de una decrépita nostalgia, sino que de un impulso hormonal por el nuevo modelo de Peugeot. El alumno del carpe diem le decía: -Te la vendieron toda, hermano. Te creíste todo el cuento. Te metieron la publicidad en el cerebro wn como un simio culiao-. Con esas palabras jocosas, quiso decir que el cabro no analizó ni nada sino que se tragó el mensaje completo sin atisbo de interpretación. Y lo que es peor, según el cabro del carpe diem: “se creyó el cuento entero”, es decir, no solo deseó el Peugeot, sino que todo lo que lo envuelve: minas, dinero, éxito. Evidentemente hay un cálculo detrás de la operación publicitaria: la persuasión al servicio del deseo creado. Los publicistas parecen diseñadores de sueños prefabricados en lugar de meros agentes comerciales. Apuestan, como señalaba Naomi Klen en No Logo, todo su negocio al orden simbólico, que es el que tiene mayor poder sobre la conciencia. El producto en si mismo vendría siendo la metonimia de ese simbolismo. Para ellos, los publicistas, lo que compra el común de la gente no es solo el producto sino que un pensamiento, un sueño, un pedazo de vida. La forma en la que los viejitos miraban a esa pareja feliz, elegante, y la forma en la que estaban agarrados uno del otro. Luego, la manera en que uno mismo y la mesera miraba con recelo el comercial y esa tierna escena de felicidad, es también parte del plan. Lo mismo con el cabro de la publicidad de Peugeot en la clase y su compañero escéptico, fanático del tópico del carpe diem. 

Hay sueños y pesadillas que parecen coexistir y chocar unas con otras, armando todo un imaginario propio, un popurrí imaginario de ficciones y de deseos latentes. No parece tan descabellado entonces, como pretendía el cabro de la clase, afirmar que lo que creemos querer no es sino un sueño de fábrica. La educación misma pareciera una gran agencia de publicidad que se encarga de inculcar sueños imposibles en los futuros fracasados de nuestra sociedad. Creamos nuestra identidad en oposición a un sueño que no nos representa, o que solo representa los intereses de otros. No podemos saber a ciencia cierta lo que deseamos en determinado momento de la vida, simplemente porque no nos es lícito definirlo. A aquellos viejitos quizá solo les quedará, después de todo, la nostalgia de una juventud plena de amor, antes de jubilarse miserablemente. A esos cabros en la clase les resta, en cambio, la ambición de un futuro exitoso que promete hacerse realidad pese a la contingencia, pese a la impotencia. Y a uno, por otra parte, solo le resta la posibilidad remota de saberse interpretado en el gesto de una mujer, que pareciera sentir exactamente lo mismo; al menos un atisbo de correspondencia, de mercadería, frente al presentimiento de una ilusión rota.