Más allá de las circunstancias del caso Monsalve, que son materia de estricta investigación judicial, resulta increíble su efecto en el terreno político, es cosa de leer las declaraciones de los agentes del oficialismo al respecto, y las férreas críticas de parte de la oposición.
No quisiera hacer un comentario sobre un tema que copa la agenda pública y que ya está sobresaturado, demasiado relevante, aunque también, en exceso trivializado, al punto de convertirse en un meme o en materia de cahuín digital. Antes bien quería remarcar un hecho no menor: la capacidad de los hechos para producir relatos, o la creatividad inusitada de los relatos para representarlos, por medio del aparato discursivo.
En esa maraña de relatos, el significado de la verdad figura difuminado, (¿existirá algo como la verdad, independiente de la verdad jurídica, en este punto?), por lo que su búsqueda, para el interesado, resulta una tarea titánica, si no dantesca, dado el escenario político nacional y global.
En ese proceso de búsqueda, se puede caer en tergiversaciones manipuladoras, en miradas obtusas, pero también en figuraciones que van un poco más allá de lo evidente. Es ahí en donde entra el papel de la ficción como mecanismo generador de sentido, el terreno donde todo puede ser posible, en la medida que pueda ser ficcionalizado.
Por ejemplo, el otro día, un compadre me comentó una posible trama conspirativa a raíz del tema: la posibilidad de que lo de Monsalve pueda convertirse en un thriller político con toques de terror, en donde el elemento de discordia sea precisamente el pisco sour. Una vieja disputa sobre la nacionalidad peruana del trago saldría a flote con el caso, con efectos geopolíticos y consecuencias dramáticas para todos los personeros involucrados.
A los agentes de la ley y a los investigadores les compete el esclarecimiento de los hechos, para, al menos, llegar a cierta certeza, más allá de toda duda razonable, sobre todo en cuestiones relativas a crímenes. A nosotros, en cambio, y sobre todo a nosotros, los creadores, los analistas de la realidad, no nos queda más que la lectura razonada de la situación y su efecto para el estado país, además de otro argumento para su recreación a través del aparato de la ficción, lo que, a la larga, le permitirá a la narrativa sobrevivir a lo anecdótico, trascender el tiempo; y a la verdad, no darse de inmediato por zanjada.