jueves, 25 de marzo de 2021

A más de diez años de la Operación San Lorenzo en Chile, las cosas para los auténticos protagonistas de esta épica tragedia, están lejos de parecer brillantes. Considerada una de las operaciones de rescate minero más exitosas y mediáticas de la historia, superó incluso al impacto que tuvo la mismísima llegada del hombre a la Luna con el Apolo XI. Sin embargo, todo esto no fueron más que molinos de viento y voladeros de luces que acabaron demasiado rápido y demasiado mal para gran parte de los mineros. José Ojeda, el autor del mítico mensaje “estamos bien los 33 en el refugio” no volvió a trabajar nunca más y pasó mucho tiempo internado en psiquiátricos. Luis Urzúa, el líder del grupo, señala que solo se acuerdan de ellos una vez al año, y seguirá así hasta que quede el último minero con vida y le preguntarán lo mismo, condenándolo a un mantra perpetuo. Para Urzúa, al día de hoy, aún no existe respuesta concreta para la situación que vivieron. Únicamente exige recuperar su dignidad como trabajador.

Mario Sepúlveda, otro de los mineros, se lamenta diciendo que con su grupo nunca pudieron tomar una decisión razonable sobre qué hacer al respecto tras el desastre vivido. Aparecieron contratos millonarios, ofertas para escribir sus memorias, giras por el mundo, cual rockstars de la minería. Desgraciadamente, nada de eso fue real, y hubiera sido mejor seguir unidos como estaban abajo, concluye Sepúlveda, quien fue interpretado por Antonio Banderas para el bodrio hollywoodense del año 2015. Los mineros cedieron sus derechos para la realización de la película y también para la publicación de un libro (“En la Oscuridad” de Héctor Tobar), pero reclaman que nunca tuvieron los créditos de su propia historia.

Durante el año 2011, demandaron al Estado de Chile por su responsabilidad en el derrumbe y la justicia resolvió a favor de ellos. Aun así, todavía no reciben la correspondiente indemnización, a causa de varias trampas burocráticas que se prolongaron más allá de lo debido. “Nosotros somos víctimas, no somos héroes”, afirma Urzúa. Por su parte, Sepúlveda se pregunta si acaso toda esa plata que el Estado les debe, alcanzará a pagar todo el daño provocado. Ciertamente, no habrá dinero fiscal suficiente que aplaque la indignación y que resuelva el trauma. “Ojalá nunca hubiese ocurrido el accidente, para haber seguido trabajando, tranquilo, recibiendo nuestro sueldo, en lo que a nosotros nos gusta" señala resignado Omar Reygadas, otro de los sobrevivientes.

La metástasis de la tragedia acabó siendo un montaje muy lucrativo para el aparataje del espectáculo político. Sin embargo, los mineros nunca vieron los frutos de su azarosa y desafortunada hazaña. El costo de perder el anonimato en pos de un heroísmo involuntario le significó, a la gran mayoría de los involucrados, hipotecar su futuro y su felicidad, día a día, como si hubiesen salido de aquella mina eterna para entrar en otra peor: la mina abierta de la ignominia, el secuestro de su imagen pública en desmedro de su humanidad, mancillada por el claustro, la falta de luces y la memoria ciega. Cada uno de los mineros continúa viviendo dentro de su mina existencial. En pleno Chile encuarentenado, esa es una señal de que todos ocultan y abrigan su propio miedo a perder la libertad, su propia cerrazón interior.
“No es un estado del arte, sino un estado mental”. Iron Maiden, Virus, 1996.