martes, 2 de junio de 2020

Tras la arremetida de Anonymous con el Libro negro de Jeffrey Epstein, han salido en los medios algunas especulaciones sobre redes de pedofilia en Hollywood descubiertas o intuidas supuestamente por músicos como Kurt Cobain, Chester Bennington, Chris Cornell y hasta el mismísimo Michael Jackson (que, dicho sea de paso, fue acusado de abuso de menores en su tiempo, hasta con documental incluido). ¿Dónde están ahora todos ellos? Muertos, oficialmente suicidados, o tal vez, a la luz de estos nuevos descubrimientos, posiblemente “los hayan suicidado”. Muy turbio todo. Pero conviene recordar que las teorías de conspiración son eso, teorías atractivas para el morbo de la curiosidad, para la construcción de leyendas negras, para el insaciable efectismo mediático que, sin embargo, sin el suficiente contraste con la evidencia empírica, pueden derivar en “conspiranoia”. Como comentaba por ahí un amigo: que una parte de la teoría de conspiración sea cierta, no la hace por completo real. Ese es su truco, en todo caso. De que existen manos negras, las hay. De que hay hechos que sepultan una verdad no del todo digerible y execrable, por supuesto que los hay. Sin embargo, ese impulso por asociarlo todo con todo hasta armar en la cabeza un galimatías de ficción puede derivar peligrosamente en el otro extremo de la desinformación, por consiguiente en la posverdad y, consecuencia de ello, en la injusticia. Tal cual señalaba otra amiga por ahí: los niveles de corrupción de la élite no son ninguna novedad (solo basta fijarse en el nexo de Trump con el propio Epstein), sin embargo, no deberíamos creer a pie juntillas en todo aquello relacionado con este destape radical solo porque se alinea con nuestra apropiada visión negativa sobre la oligarquía. Finalmente ¿quién o quiénes son Anonymous realmente? ¿Qué pretenden conseguir y porqué? No se puede dejar de pensar en esta agrupación de hackers como una especie de Liga de las Sombras. Es decir, se adjudican la tarea de denunciar desde las 'sombras' a estos grupos de poder para reformar y rehacer a su imagen las civilizaciones en decadencia en todo el mundo, sin importar los medios que utilicen para desplegar su particular sentido de la justicia. El que vea en todo este rollo una secular caja de pandora evidentemente puede intuir razones escondidas tras el misterio que acusa a los poderosos, aunque también tras la incógnita que envuelve a sus propios acusadores, independiente del rol prometeico que se autoasignen. Para acusaciones de grueso calibre, se requiere medios probatorios todavía más grandes, lo que no resta validez a la legitimidad de las denuncias. Esa es toda la lógica que debería deducirse de un Estado de derecho y de una sana conciencia. La cruda verdad está por ahí, en algún lugar intermedio entre la versión del acusado y del acusador. Ante la duda, siempre es preferible un sano escepticismo. Hace tuya la conspiración, pero indaga sobre hechos comprobados, y descarta lo insustancial. Cobain, Bennington y Cornell te lo agradecerían.
Un tipo en plena calle echándose lysoform como si fuese Agua brava. En otro plano, un payaso arriba de una micro usando la mitad de un sostén como mascarilla. Lo pandémico no quita lo hilarante.