miércoles, 12 de julio de 2023

Y ya que tanto hablan sobre la memoria y sobre la historia (en un año ad hoc para tales disquisiciones), les dejo una frase del maestro Milan Kundera, que recién nos dejó: "La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido."
“Cómo quisiera susurrarte al oído y decirte cuánto te extraño”, me escribió al whatsapp la chica con la cual estoy saliendo. Dijo que era parte de un poema que escribió. “Emprenderé mi vuelo nocturno hasta llegar donde tú estás”, escribió luego. Le dije que estaba muy inspirada, pero no supe si ese último verso correspondía al mismo poema que me dedicó. Al rato, me preguntó cómo le decían los poetas a las mujeres que les inspiran a escribirles. Le respondí que musas. “¿Y cuándo es al revés?”, volvió a preguntar ella, pregunta que me dejó pensando por unos segundos. No creí que tuvieran un nombre distinto, así que simplemente le dije que “muso”, que así le llamaban las poetas a sus inspiradores. Ella mandó una señal de risa. Claramente, la respuesta no la convenció, aunque yo le aseveré que ese sería el nombre correcto para el hombre que sirve de inspiración de una poeta. Según la etimología, la voz griega “mousa”, podría venir indistintamente de una raíz que significa “pensar”, “estar en lo alto” o “deseo y temperamento”. En realidad, la palabra genérica sería “musa”, independiente del sexo del inspirador, pero se habría hecho común usar el “muso” para diferenciar al masculino del femenino. Siguiendo esta nota mental, ella había sugerido que yo era algo así como su “muso”, en un coqueteo muy tierno de su parte. Obvié el detalle etimológico. Hice caso omiso de la calidad de sus versos, y aprecié, sin más, el sencillo gesto afectivo. A veces es preciso dejar de lado el rigor del lenguaje poético para abrazar la simple expresión sincera, merced al incipiente romance. Lo que se deja expresar de manera espontánea, en nombre del deseo y la posibilidad del deseo, adquiere, por sí solo, el lirismo de la intimidad, tan caro a nuestros corazones heridos, aunque prontos a dejarse abrir, nuevamente, en nombre de eso enigmático que llaman amor, para disimular el intenso y siempre vertiginoso lenguaje de eso que llaman poesía.

Existen musas que coquetean con el lenguaje poético, sin dominarlo y adoran al inspirador de sus líneas.

Pero existen, además, musas que reniegan de su ser, dominan el lenguaje poético y abominan del inspirador de sus palpitaciones.

¿Cuál de esas musas será la que trascienda el vértigo del lenguaje poético?

¿Cuál de esas musas será la que venza el desafío del lenguaje del amor?

Viggo Mortensen: "Un poema es el registro de un fracaso".

“Un poema es el registro de un fracaso; no digo que el poema tiene que ser un fracaso, aunque puede que todos los poemas sean fracasos, como todos los cuadros, las esculturas, las fotos, los recitales, los bailes. Pero el poema parte de un deseo imposible, de querer meter, aunque sea mínimamente, o de forma inconsciente, la experiencia individual, personal, en un contexto universal”.

“Sigo buscando un vínculo entre lo que pienso y lo que me rodea, aunque casi siempre termino insatisfecho. Pero sigo escribiendo. Un poema es una bomba casera: más o menos bien construida, si logra estallar, sus fragmentos pueden alcanzar a alguien, armar una nueva idea, frase, una bomba más potente. Pero los poemas no funcionan por sí solos. Un poema no va a matar a nadie ni puede eliminar a la poesía por mucho que podamos odiarla”.

Viggo Mortensen

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Un fragmento del arranque de la clásica novela “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera. Dedicada, en especial, a mis ex amigos que, por diferencias políticas, decidieron alejarse:

"La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?
El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.
¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno?
Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.
Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses.
Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto ha como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.
No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me había recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la guerra; algunos de mis parientes la vivieron en los campos de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá?
Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido".
Milan Kundera: "A pesar de mi escepticismo me ha quedado algo de superstición. Por ejemplo esta extraña convicción de que todas las historias que en la vida ocurren tienen además un sentido, significan algo. Que la vida, con su propia historia dice algo sobre sí misma, que nos devela gradualmente alguno de sus secretos, que está ante nosotros como un acertijo que es necesario resolver."