Mi ex me contó el otro día que, durante Mercurio retrógrado, pasaban muchas cosas inauditas. Atribuyó al fenómeno astronómico la ruptura entre su cuñado y su hermana, y de paso, deslizó también el efecto hacia nuestra relación. Cuando le conté que me habían echado del colegio, sugirió que podía deberse al “momento de crisis” experimentado tras la órbita del planeta.
¿Cómo se explica que ella crea en esto? Siempre hay una explicación lógica y científica, la cual subraya el carácter de ilusión óptica del movimiento retrógrado, toda vez que los planetas orbitan a diferentes velocidades, causando esa sensación de retraso y lentitud en Mercurio.
Para la creencia astrológica, dicha ilusión encierra un enigma que data de los orígenes de la civilización. En específico, en la cultura babilónica consideraban que los planetas y estrellas eran manifestaciones de los dioses, por lo que cualquier movimiento era una señal sobre el destino de los ciudadanos.
El nombre Mercurio es la reencarnación romana de Hermes, el mensajero de los dioses para los griegos. Era el que comunicaba a los dioses con los mortales, presidía los encuentros y las asambleas, maestro de la elocuencia, guardián de los viajes tanto físicos como interiores. Era, además, el guía de las almas humanas en su camino hacia el inframundo. Sus dones eran los de guía, guardián, asesor y comunicador.
Se trata, si se permite la metáfora, de un “coordinador metafísico”, encargado del “cableado” entre los mundos y los seres. Por eso, si el movimiento de Mercurio fallaba, o se retrasaba, la conexión entre los planos elevados e inferiores se perdía. No había comunicación posible. Se perdía la sintonía y reinaba la disonancia, provocando malos entendidos, pérdidas de alineación y de expresión genuina.
De una forma profana, lo “mercurial”, asociado a lo cambiante, a lo volátil, a lo errático, se habría manifestado en nosotros, en nuestras circunstancias vitales, empujándonos a situaciones irreversibles, desviándonos del camino trazado con amor y dedicación.
“El viento apaga la vela, pero enciende el fuego”, dijo mi ex, muy misteriosa, luego de conversar, largo y tendido, aquella vez que nos juntamos, tras mencionar lo del Mercurio retrógrado. Lo cierto es que la frase está atribuida a un tal Nassim Nicholas Taleb. Le manifesté que era una frase ad hoc, muy apropiada, pero que no sabía a qué venía. Ella solo dijo que ya tenía tarea para la casa: averiguar su significado.
¿Para reinterpretar lo nuestro? ¿Para reflexionar sobre los cambios abruptos en esta época del año? ¿Para buscar en los astros las respuestas que no encontramos acá en la tierra, por incomprensión, por frustración?
De todas formas, hay una relación oculta entre la frase y Mercurio retrógrado. Si lo vemos de manera simbólica, hay un nexo entre el viento, el fuego y el planeta del dios mensajero, un nexo que, si se lee y se descifra bien, puede tener un alcance trascendente.
De partida, Mercurio retrógrado representa una crisis, y esa crisis puede tanto condenarte al silencio y al abismo, como empujarte hacia otros rumbos desconocidos, aciagos, aunque abiertos a la experiencia. El viento es lo adverso. Una llama débil puede sucumbir ante su amenaza. Sin embargo, un fuego intenso se alimenta con ella. Y no hablemos de incendios alimentados con el calor satánico del verano. Hablemos de fuego interior, de pira prometeica, de voluntad ígnea.
Si uno logra reactivar ese fuego, entonces, puede reconocer el camino que lleva de regreso a la órbita trazada. Con sumo estoicismo, puede restablecer el equilibrio y no claudicar ante el flujo mercurial de los acontecimientos.
Hay en esta interpretación una magia vetada al escéptico, un sentido poético en un texto que se niegan a leer, por dogmatismo, materialismo o positivismo. Con la suficiente imaginación se puede revertir la lectura lineal de la realidad, y lo que parecía evidente, resulta, a la larga, un intenso ejercicio hermenéutico. Si aquel trabajo no nos estaba permitido, si dicho amor no nos estaba destinado, tal vez sí era posible, desde el punto de vista de los astros, reconectar con la fuente de nuestros deseos. Volver sobre nuestros pasos y regresar al origen.