jueves, 13 de noviembre de 2014

Interstellar




Interstellar, bellísima ópera cósmica. Amor y relatividad, se busca salvaguardar aquel abismo insondable. Desde Platón a Blake, el misticismo sigue siendo el hecho de que pertenecemos a las estrellas, somos polvo de estrellas, los fantasmas del futuro, y el conocimiento no hace sino escudriñar en ese secreto. "Lo que una vez fue imaginado, hoy está demostrado". La película nos vuelve a situar como niños ante aquellas preguntas esenciales ¿Qué es el amor? ¿Qué es la ciencia? Hace que el espectador conciba en ese visionado, mientras piensa simplemente en el espectáculo, en la cita victoriosa, en el fin de consumo personal, el límite difuso que lo posterga de aquellos conceptos que por abstractos parecieran destinados a una elite poderosa o a un montón de románticos soñadores perdedores, paradójicamente sin tiempo ni espacio en el mundo de todos los días, en el mundo de los que se creen normales, terrenales, iguales o cinematográficos, ante la inmensidad.

Bunge en su texto fundante ¿Qué es la ciencia? plantea que esta se encuentra en todo momento abierta al azar a través de la experiencia subjetiva y postula que el error es condición para avanzar e ir en pos de una búsqueda perfectible y potencialmente infinita de la verdad. Ahora bien, si la obstinada pretensión de objetividad se va reciclando indefinidamente en pos de la experimentación con los fenómenos, entonces esa misma objetividad es paradójica en esencia y la misión hacia la Verdad virtualmente imposible. Decía Nietzsche que el edificio entero de la ciencia está cimentado sobre “arenas movedizas”. Es quizá ese ímpetu optimista, esa fe ciega en el saber y el poder, lo que empuja al método científico a establecerse como único y particular, como “ser” en definitiva, a pesar de su estrecha ligazón con el devenir. El propio Bunge, al hablar sobre el carácter abierto del conocimiento científico, señala que “los sistemas están vivos”, cambian sin pausa alguna, y además que el sabio moderno es un generador de problemas que se entrega a lo desconocido y va más allá de los fenómenos. Es esa sed de más allá lo que mueve al científico a disputarse como el “hombre de conocimiento”, (o como en la película, el “héroe”, el lacayo de la NASA). Sin embargo, un craso error limita su visión: la vieja oposición sujeto/objeto que se ve encarnada en si mismo, inaugurada por el cogito cartesiano y que como una sombra envuelve todos los espectros del saber moderno. He ahí el talón de Aquiles. La separación misma del estudioso de su objeto de estudio. La película de Nolan se aventura precisamente a eliminar esa separación haciendo de ese fin un arco argumental: el viaje que supera las barreras del espacio y del tiempo conlleva en si misma su propia carga sensible, la promesa, el reproche, el recuerdo y la reconciliación, el círculo está completo. Toda la tecnología, toda la ciencia ficción lista y dispuesta para la odisea del sentimiento.

En 2001, película pionera, el misterio era la incertidumbre respecto al origen y el destino del ser humano, el centinela como señal, como guía y a la vez como incógnita… sitúa al espectador frente a lo sublime, en palabras de Schopenhauer, lo terrible por incomensurable. La película de Nolan se propone pasar del amor como esencia intangible al sentimiento como el arraigo vital frente a lo desconocido, invierte la metafísica, de manera inaudita obliga a los astros a aterrizar, es un viaje hacia adentro, el universo, las leyes físicas, la materia oscura serían el telón de fondo de esa aventura incierta. Más que la reivindicación del sentimiento como fórmula redentora me interesa la vinculación que se creía perdida entre la razón científica y el reino de lo sensible. El esfuerzo de Nolan en la película, aunque hollywoodense, situando nuevamente a una sola porción del planeta, se siente renacentista y, hasta cierto punto, humanista. Busca que entre el cine, la ciencia y el corazón no haya sino un agujero negro de distancia: “Aunque los sabios al morir entiendan que la tiniebla es justa,
porque sus palabras no ensartaron relámpagos
no entran dócilmente en esa noche quieta. Rabia, rabia contra la agonía de la luz”