miércoles, 31 de mayo de 2017

Cien años de Soledad de García Márquez debutó casi en la misma fecha que el Sargento Pimienta de los Beatles (1967). Se dice del escritor que el boom editorial de su libro fue algo similar a la beatlemanía. Se dice de los beatles que al momento de componer el álbum ya habían experimentado el efecto psicodélico -hasta cierto punto, mágico- del LSD. Como sea, la coincidencia de la novela con el disco no se limita solo a su fecha de origen.

Decía una alumna: -Sea nuestro profe jefe, por favor. Adoptenos-. Lo decía con tal soltura y humor que creía representar tiernamente la opinión de todo el resto del curso. Le devolví una sonrisa sin respuesta, quizá intuyendo la levedad de su imploración. Ella seguía pues, con ese gesto de simpatía, mientras conversaba. De pronto, como aquella alumna, un simple deseo al aire, libre, sin expectativa, por ingenuo, incluso por irónico que parezca, hace querer de nuevo precipitar algo, la emoción desde de la rutina o, simplemente, eso llamado cambio.

The discovery

Hace poco vi una película, The discovery. En ella se hablaba sobre la existencia de la vida después de la muerte, pero demostrada como un hecho científico, gracias al descubrimiento de un tal Dr Harbor. La explicación de este hecho, según el Dr, tenía relación con otro plano de conciencia, no necesariamente con otro plano de realidad paralela o de universo metafísico. Se sostiene en cierta escena romántica del hijo del científico con su enamorada que, después de la muerte clínica, la mente del sujeto se deconstruye; así los contenidos psíquicos del cerebro proyectan una especie de último visionado sobre ensoñaciones que tienen relación con la propia vida del sujeto en proceso de muerte. De ese modo, para Harbor, la muerte sería un proceso, no tanto un hecho ni un final. Debido a este descubrimiento, sin embargo, se recrea una sociedad distópica, en la cual los suicidios aumentan de manera drástica a nivel mundial. Flor de paradoja: descubren la vida más allá de la muerte (física), pero "esta" vida es renegada en pos de la "otra vida" descubierta. El doctor es capaz de llevar entonces su descubrimiento hasta las últimas consecuencias, tratando de usar a la gente con intenciones suicidas para fines experimentales. El hijo está ahí para volver a plantear el viejo dilema entre la ética y la ciencia: hasta qué punto resulta un avance o un atentado contra la civilización. La película intenta soslayar la lectura religiosa con el argumento intra psíquico, pero es inevitable, en un mundo que se va desmoronando hacia su propio vacío centrípeto. Si se pudiese plantear a futuro un escenario semejante, en el cual en realidad no existe un "más allá" del mundo material, sino que solo "otro" plano de conciencia, producido, digamos, por un desorden sináptico durante el proceso mortal, toda la concepción de la muerte conocida se volvería solo una abstracción o, en último caso, una mitología. Solo habría que ver las consecuencias que eso traería para el orden simbólico de la cultura. Esperemos no estar del todo muertos (o del todo vivos) para ese entonces.





martes, 30 de mayo de 2017

Para M. Blanchot, "la verdad de la literatura estaría en el error [del infinito]".

lunes, 29 de mayo de 2017

Lynch reconoce que detesta la segunda temporada de Twin Peaks, solo por el hecho de que se revelase al responsable de la muerte de Laura Palmer. Cuenta que fue por presión de los ejecutivos de ABC. El misterio en torno a quién mató a Laura Palmer -emulando también el gran misterio sobre la muerte de Marilyn Monroe- era para Lynch la gallina de los huevos de oro. Después de revelada la identidad del asesino nada volvió a ser como antes. La fuerza de la serie residía precisamente en el relato policial unido a un imaginario subversivo. Con la tercera temporada, Lynch busca, en el fondo, reivindicar aquel sentido enigmático de la primera, pero llevándolo a otro plano de experimentación, siguiendo en parte la tónica del desmadre a la que nos tiene acostumbrados desde Inland Empire. Quiere hacer de la pantalla chica su propia caja de pandora, invocando pesadillas y conspiraciones. Quiere que nuestra realidad tenga algo de Twin Peaks, que descubramos en ella la logia negra, y que tengamos también algo de cómplices de lo oscuro y de lo absurdo.

domingo, 28 de mayo de 2017

Día del patrimonio

Día del patrimonio: cruzando Plaza Victoria una montonera de gente alrededor de unos sujetos tocando batucadas. Al otro costado, lo que parecía ser una feria familiar. Accesorios. Fotografías. Folletos para la visita de lugares históricos. Un par de perros aparece y ladra furiosamente rodeando a los percusionistas. No sé sabía si ladraban protestando por el ruido o si su improvisación era parte del show generalizado. La gente se iba a medida que lo hacía el sonido. Algunos a Ripley. Otros seguramente a completar las rutas indicadas en los folletos, mientras se servían al paso unos churros o unos helados york. He ahí en esa algarabía, en esa imprecación animal y en esa dispersión colectiva de día Domingo una nueva ruta no señalada, un patrimonio no declarado, un patrimonio de lo anodino, de lo que ladra con énfasis su total y completa irrelevancia.

viernes, 26 de mayo de 2017

13 reasons why



       Varios críticos, entre ellos psicólogos, no estrictamente críticos de cine, se preguntan sobre la posible influencia que podría causar la serie en jóvenes que tienen o han tenido alguna vez la intención de suicidarse. Una de las psicólogas que ayudó con el guión de la serie, Helen Hsu, señaló, para rebatir esta idea, que adjudicar a la serie esa responsabilidad exclusiva sería del todo algo ingenuo, sobre todo considerando que existe internet a disposición de todos y para todo propósito. Se comienza a plantear así la pregunta sobre el quién. Sobre el quienes serian los responsables: la serie, la sociedad o los propios suicidas. Algo similar se podría decir en relación al fenómeno que produjo en su tiempo -guardando las proporciones- la novela Werther de Goethe. El sociólogo David Phillips en 1974, para referirse a la ola de suicidios que produjo la lectura de esa novela en los jóvenes, planteó la llamada tesis del "efecto Werther". Esta tesis consistiría en la existencia del efecto de la sugestión en la conducta suicida. Habría muchos casos de este efecto en la historia y en la cultura popular. Por ejemplo, en la publicación del libro The Aesthetics of Suicide (Eutanasia: la estética del suicidio) escrito por James A. Harden-Hickey en 1894, y que, según se cuenta, provocó que muchos lectores con pensamiento suicida pusieran en práctica lo leído por ellos en las descripciones del libro. Por supuesto que la tesis de David Philips, en ese sentido, no debería tomarse como una excusa para así limitar o suavizar ciertos contenidos artísticos por parecer demasiado fuertes para el público susceptible, como sí lo hace cierto sector de la psicología o ciertos baluartes de la moralidad. La serie 13 reasons why, de esa forma, lo que hace realmente es representar el aspecto crudo del fenómeno del suicidio desde una visión cinematográfica. Además, añade a ese visionado el contexto de la escuela junto a la problemática juvenil, la incomprensión y la inadaptación que la envuelve y que la engendra. Tiene ante todo, en palabras de la propia Helen Hsu, más bien un efecto catártico, en el estricto sentido del término, un reconocimiento de la tragedia vivida en el reflejo de Hannah Baker para que el espectador consiga reconocerse en ella y adquiera cierta conciencia posterior al efecto de la purga.

Ahora bien, la pregunta clave sería, en lugar del quien, más bien el por qué. La pregunta que ya había respondido, desde la filosofía, Albert Camus. El suicidio como el problema filosófico más serio. Donde se pone en juego la vida. Sin embargo, aun el porqué del hecho irrevocable del suicidio implica mucho más que una simple negación de la vida o la consecuencia de una serie de infortunios o adversidades vitales. Hannah en la serie graba 13 cassettes donde da a desconocer a modo de confesión todas aquellas razones por las cuales finalmente se quitó la vida. Junto a sus porqués van los quienes. De acuerdo a su sentir, las razones iban ligadas a las personas que según ella la traicionaron. En ese punto, los porqués tenían nombre e historia. Una vez revelados los cassettes, queda suspendido nuevamente el gran dilema: ¿Ella se mató, o la mataron todos? Clay entonces, enamorado de Hannah, vendría siendo el único que, contracorriente, deseaba escudriñar en su verdad hasta las últimas consecuencias, impulsado por su pasión amorosa.

Se podría armar un capítulo entero solo dedicado al conflicto irresoluto de este dilema, y complementarlo de hecho con una lectura acuciosa de Emile Durkheim en El suicidio. Aun así, el único territorio todavía inexplorado sería el del porqué, y no el del porqué relacionado a un quien, sino aquel arraigado en lo más profundo del corazón y de la mente del o la suicida. No hay respuestas definitivas a esa pregunta retórica, porque estas no alcanzarían a dimensionar el abismo personalísimo de la decisión entre la vida o la muerte. Hay quienes se suicidan sin aparente motivación o factor alguno. Incluso sin una psicología propicia. De hecho, sin que para ellos la vida haya dejado de tener sentido. Hasta por lo contrario: por su exceso de sentido. Hannah Baker es una más de las que encarna, figurada y literalmente, esa gran incógnita. Solo hay una escena que me queda dando vueltas, y es en la que ella, al final de una de las cintas, se pregunta sobre los epitafios en las tumbas. Decía que el de Bukowski fue sin duda el más significativo para ella. En él se dejan leer solo dos palabras: Dont try (ni lo intentes). Más o menos, como un resumen de su vida. Un escueto resumen sobre la vida y en cierta medida sobre la muerte. Decía que no alcanzaba a imaginar cómo sería su epitafio. Y quizá en ese no poder imaginar el futuro no seamos tan distintos a la hora de la verdad.

Nota al pie: Cuando Clay y Sheri realizan un trabajo para la escuela comentan un pasaje de "Todos los hermosos caballos" de Cormac McCarthy, una bildungsroman americana ambientada en las postrimerías del far west.

jueves, 25 de mayo de 2017

Perdida

La alumna de la esquina en el fondo, la más callada del curso, aparentemente, la más aislada, sigue leyendo la novela que en todas las clases de lenguaje lee. Una novela que nada tiene que ver con el plan lector. Una novela de su propio catálogo. Hasta el momento, no le había prestado mayor atención, estando demasiado ocupado con los "bandidos" de más al frente. Pero nunca la perdí de vista. A lo largo de dos semanas, ya ha avanzado por lo menos unas 50 páginas. Esta vez, durante la prueba de narrativa, fue la única vez que dejó su atenta y estoica lectura. Se le veía tan inmersa que la clase no era sino el telón de fondo para su placer autista. Una vez terminada la prueba, prosiguió en la página en la cual había quedado. Sacaba la novela y encontraba la página con un método tan milimétrico como misterioso. Había algo en ese silencio y en esa persistencia que se desmarcaba de la realidad impostada de la clase. Estaba presente, pero al mismo tiempo, no estaba precisamente ahí. En un momento de vacío, acudí a averiguar qué pasaba con ella, mientras el resto de los cabros se incorporaba para salir de clases. Le pregunté qué estaba leyendo. Dijo que era la novela Perdido de Maggie Stievfater, la cuarta de una saga de libros llamada Temblor, que mezcla elementos de fantasía, imaginario licántropo y romanticismo. "¿Algo así como Crepúsculo pero con hombres y mujeres lobo?", le pregunté, no sin cierta ironía. "No, para nada. Esto es mucho mejor. No me gusta Crepúsculo. Prefiero esta: Temblor. Léala". Seguí de cerca su recomendación. Aunque no lo parezca, hay algo estimulante en esa clase de literatura juvenil. Cierto dominio genérico. Cierta sencillez y frescura dramática. Un entremés, digamos, una antesala a la llamada "literatura de autor". La chica entonces dejó pendiente la novela, con un marcador de página del propio libro. Su mirada se veía perdida después de haber pausado su anterior lectura vertiginosa. Me inquieté por eso y le pregunté qué le pasaba. Dijo que no pensara mal. Que no era la lectura lo que la tenía así, sino que el Ravotril. Recuerdo que ella, cuando no estaba leyendo, lo único que hacía era cruzarse de brazos y dormir en clases de manera muy evidente. Al parecer la lectura de la saga de Stievfater la volvía en sí pero a la vez la hacía abstraerse del mundo. La escuela era esa abstracción; su novela, el portal hacia si misma, hacia su ejercicio que la mantenía en el limbo. "Estoy medicada, profesor. Por eso me quedo dormida. La lectura me mantiene despierta". Fue la única explicación que me dio a su estado y a sus constantes introspecciones. De ese modo, se incorporó de la nada y salió luego con una compañera a comprar. Los otros chicos, en su habitual desorden, salían a recreo, volvían a su estado natural de indisciplina. La novela de nuestra lectora permanecía ahí, en la mochila, semi abierta. Su propio ansiolítico hecho de palabras, de mutantes y de idilios.

miércoles, 24 de mayo de 2017

El que quiera realmente escribir jamás va a reservarse nada, no va a limitar su vocabulario solo para estar acorde a la corrección política; no va a encontrar otro límite moral que su propio imaginación; el que quiera escribir, escribir de verdad, siempre va a estar dispuesto a "quemarse".

martes, 23 de mayo de 2017

Un diálogo sobre el atentado

El director comentó en la mañana acerca de la explosión ocurrida después del concierto de Ariana Grande en Manchester. Unos alumnos a su lado le escuchaban, con cierto ánimo de discusión. Les señalaba que más allá del lamentable atentado en si mismo, no debían olvidar que no se trataba de hechos aislados, sino que de una cadena de sucesos que se podían interpretar desde una mirada política e histórica, algo así como un efecto dominó, consecuencias más o menos explícitas de una serie de rencillas transversales, incluso también no oficialmente declaradas. Esos mismos alumnos luego, en la clase de narrativa, sacaron de nuevo a relucir el tema. Discutían el por qué sucedía ese atentado en Manchester, y por qué tenía que ser en ese concierto de pop. Además otro cabro sacó a colación el hecho de que el Estado Islámico se haya adjudicado el ataque. Estaba seguro que tenía relación con las elecciones generales del Reino Unido. Su compañero a su lado le decía, en cambio, que tenía mayor relación con la masacre en Medio Oriente, con Estados Unidos y la batalla ideológica contra Occidente. Una chica, que era de las que simpatizaba con Ariana Grande, decía, por su parte, que todo lo que habían dicho podía relacionarse y coexistir perfectamente, incluso habiendo gato encerrado. Al único acuerdo que llegaron fue que el atentado era el síntoma de un conflicto de mayores proporciones. Una suerte de "guerra secreta". -El punto es que está quedando la cagá en el mundo-, concluía el alumno de la segunda tesis, decidido, impulsivo. Las causas y los agentes permanecían ocultos a la luz pública, y a su capacidad de análisis. Lo verdaderamente inexorable para el curso era la discordia, la incertidumbre negativa que producía la violencia y la muerte. La capacidad de encumbrar la palabra quedaba suspendida. Frente a ese escenario, al curso no le quedaba otra cosa que pensar, y repensar, muy a pesar suyo y de su sentido de la iconoclasia, el mundo en el que viven.

-Pero qué tiene que ver todo esto que estamos hablando con la materia de narrativa-, preguntaba otro alumno al fondo de la sala, callado, observando la discusión abierta. -Tiene todo que ver- le replicaba un compañero próximo, mientras el curso continuaba hablando acaloradamente. A raíz de su afirmación, saqué como ejemplo el hecho de que el atentado podía relacionarse directamente con la escritura de Sumisión de Houellebecq, y con los Versos satánicos de Salman Rushdie, en el sentido de que ambos escritores fueron condenados por hablar, de una u otra forma, sobre la contingencia mundial. Le repetía al curso, de ese modo, que "leyeran entre líneas", tratando de anclar aquel improvisado dialogo de contingencia con el contenido del ramo. La chica fanática de Ariana Grande sugería que, aprovechando las circunstancias, se abriese mejor un ramo exclusivo para hablar de estos temas. Algo así como un ramo dedicado a la actualidad. Sus compañeros apoyaban la idea, algunos mofándose, otros apañándola. Claro está que también acabé defendiéndola, solo acotando que estas discusiones no necesariamente debían encuadrarse en un ramo, sino que debían hacerse también afuera del sistema escolar, donde de verdad "las papas queman". No pescando mucho esa última intervención, pero intuyendo que apoyaba sus decisiones, los cabros entonces plantearon, a toda costa, la moción de abrir un ramo de actualidad, incluso si eso significaba replantear el curriculum del instituto. Todavía no sé si lo decían en serio o solo movidos por la euforia rebelde del momento. Un ramo para "arreglar el mundo" al menos de forma discursiva. Una clase dedicada a los que no cuentan con otra arma que el lenguaje. Porque en eso reside la literatura, después de todo: en discursear la realidad, aunque fuese solo al final de una conversación de pasillo; en resistir el terrible sinsentido de todo con un amasijo de palabras y de ficciones, aunque estas no alcancen ni a cruzar el otro lado de la calle.

lunes, 22 de mayo de 2017

Sonando en la radio, un sujeto hablaba con la locutora acerca de la importancia de hacerse preguntas en la vida, inclusive más que la necesidad de generar respuestas, producto de una sociedad más interesada por el resultado que por el fundamento, y toda esa cantidad variopinta de argumentos contra la concepción del sistema neoliberal. El sujeto, luego de dar sus razones, se definió ante la pregunta de la locutora como un verdadero "coaching existencialista". Decía que al partir desde el fundamento de la pregunta, y citando a una serie de autores clásicos de los cuales ya no recuerdo ninguno, se diferenciaba de aquellos que practicaban solamente una suerte de "coaching asistencialista". Entendí a lo que quería llegar: a la importancia nuclear de la pregunta no solo para lo que él llamaba su disciplina sino que para la filosofía misma. Sin embargo, lo que me hacía más ruido era su enrevesada auto denominación. "Coaching existencialista". ¿A qué venía ese anglicismo para referirse a una cuestión eminentemente práctica? Y todavía relacionado de forma antojadiza con el existencialismo, algo así como una mezcla de Sartre, de filosofía griega y de autoayuda aplicada al emprendimiento profesional.¿Por qué ese afán de colocarse nombres rimbombantes? ¿Status? ¿Ideología? ¿O simple y dura vanidad velada bajo la forma de la hiper especialización?

Happn

Existe una aplicación llamada Happn. Según dicen es la "vanguardia de las aplicaciones para ligar". Su principal característica consiste en propiciar el encuentro con quien te has cruzado en la calle. Cuenta con un localizador integrado al GPS del celular, de forma que a través de la aplicación va mapeando a todos los otros usuarios próximos. Si uno ve a un usuario con el cual tuvo un encuentro cercano, se le da un corazón, y si el otro también lo hace, la aplicación te notificará que tuvieron un "crush", y así se podrá comenzar a conversar por el chat interno. La aplicación vendría siendo, de ese modo, como un Tinder solo que con la particularidad de usarse de forma ambulante. Algo así como un Tinder para "flaneurs". La explicación que le dan al Happn para diferenciarlo de las otras aplicaciones, es que apunta hacia la recuperación de las "conexiones fortuitas" que se dan a diario entre las personas, y que muchas veces se quedan en eso y se pierden para siempre. La idea respecto al ligue que buscan proyectar en la aplicación es la de propiciar la coincidencia. En términos populares, buscar a toda costa provocar el llamado "flechazo".

Leí sobre la aplicación y lo asocié con lo que decía Bauman respecto al amor líquido. La fragilidad de los vínculos casi como la norma dentro de la sociedad posmoderna. Aquí, sin embargo, vemos que Happn opera de tal forma que el seguimiento en línea trata de forzar una coincidencia y darle una posible proyección más allá de su fugacidad. Pero como pueden ver, lo que hace Happn, y todas las otras aplicaciones, no es concretar de inmediato una relación, sino que posibilitar un remoto encuentro, abrir el nexo a una latente comunicación mediante la manipulación del espacio-tiempo reales. Hay más allá del optimismo publicitario de estas nuevas "aplicaciones del amor" una verdad solapada, de hecho, un mensaje velado que pareciera propagarse en el momento de su uso. El hecho de que aun con la ayuda de un mecanismo externo, los encuentros llevan implícito siempre su margen de error, merced a los vaivenes del lenguaje y la comunicación entre los implicados. El think tank del negocio sentimental te ofrece un producto que en el fondo no garantiza ningún resultado, sino que solo prepara las condiciones para lograrlo. Saben que algo tan inquietante e irreductible como el concepto de vínculo -más allá del encuentro sexual efímero- no puede ser medido, solo pronosticado de forma aproximativa. Tal como el meteorólogo tratando de medir la intensidad probable de un movimiento telúrico y sus consecuencias sobre la sociedad, asimismo, una aplicación no podrá medir ni anticipar a ciencia cierta las consecuencias reales del posible choque emocional entre dos implicados. Ni tampoco su inexistencia o eventual fracaso. Ese margen de improbabilidad permite que el encuentro, después de todo, sea real, incierto hasta el punto del absurdo, pero, por eso mismo, auténtico. La belleza del encuentro residirá precisamente en su falta de garantías, en su exceso de promesa. El que busque ahí una satisfacción permanente, una idealización prematura, al punto de la desesperación, chocará solo consigo mismo.
Twin Peaks 2017: Casi todo el elenco de vuelta, 25 años después, como la propia Laura Palmer predijo en la habitación roja. Menos Michael J. Anderson y Frank Silva. Entonces, la primera pregunta es ¿quiénes de los nuevos estarán a la altura para interpretar al Hombre del otro lugar y al asesino Bob? Habría que ser verdaderamente cabrón para volver a encarnar al mal con la maestría de antaño.

sábado, 20 de mayo de 2017

El metro

Durante el regreso en metro, alrededor de ocho personas estáticas, enfrascadas en su celular. Nada del otro mundo. Yo también lo hacía, tratando de escribir una reflexión. Solo uno sacó un notebook y se puso a ver una película (podría llamársele cine ambulante). Dos personas miraban hacia afuera. Más de cuatro completamente dormidas. Nadie simplemente observando. Todos sometidos a merced del movimiento. Antiguamente se hablaba del ferrocarril como del cúlmine de la Modernidad. Marinetti, el poeta fascista, exaltaba al ferrocarril por la velocidad en cuanto símbolo fálico, en cuanto pulsión, energía, dinamismo. Por el triunfo de la máquina sobre la gravedad, el espacio y el tiempo, chispas de lo humano. Cuando cruzaba el ferrocarril en la novela El roto de Joaquín Edwards Bello, a través de la Estación Central de Santiago de Chile, ese en realidad era el cruce del poder cinético frente a la miseria circundante. La maravilla eléctrica y mecánica del subdesarrollo.

Pensé en eso mientras anotaba. Nadie parecía advertirlo. Unos entraban, otros salían. La gente en verdad no avanzaba nada, el metro interior se volvía inercia pura. Cada quien experimentaba su propio metro. Estaban quienes resolvían la fórmula trabajo-casa o quienes deseaban experimentar el viaje más rápido. Nadie viajaba por viajar dentro de ese recorrido, todos buscaban algo, algo inenarrable, demasiado veloz para significarlo. Los músicos, sin embargo, fueron los grandes ausentes: nadie tocó esa vez. Se podía apreciar en cambio a un par de sujetos silentes, demasiado sospechosos, apegados a la puerta, desconocidos, como el nombre de quienes veían en ese momento su sistema android, reflejado en sus rostros serenamente mecánicos. A pesar de todo eso, faltarían viajes y páginas para una radiografía ambiciosa del metro. Cualquier otro apunte y transbordo a horario peak se volvería una verdadera locura. 

En eso la muchacha del frente sacaba un libro de Rebecca Wells y pidió permiso en el asiento. Fue ahí cuando desperté del trance escritural y me vi como el único a esas horas, a bordo, escribiendo ¿Qué clase de sujeto escribiría en el metro sobre estar viajando en el metro? ¿Por qué lo haría? La muchacha del frente comenzó a mirar al vacío, es decir, al interior. Circundaba un rato la ventana cuando la lectura acababa. Su mirada apuntó de pronto por un segundo hacia las anotaciones, como queriendo decir: ¿qué está haciendo? ¿Por qué estará anotando? Su mezcla denotaba extrañeza. Solo de esa forma el observador comenzó a formar parte de la vida del metro. Asumió su insignificancia dialéctica. Se volvió, a todas luces, un pasajero. Alguien que pasa inadvertido más allá de su observación. Que solamente pasa. La escritura, de esa forma, se suspendía a si misma dentro de la máquina. Una mirada tan bella como fugaz fue la que la devolvió a su tiempo.
Al metro Valpo suelen subirse casi los mismos a tocar: El tipo con la onda folclórica que canta el Alelí de Victor Heredia; el rapero con la lírica conciente improvisando a partir de los pasajeros (y dándose el lujo de huevearlos solapadamente); el humorista que expone una suerte de stand up comedy a toda velocidad y con la tónica del humor blanco; y ahora último, una chica que interviene, sobre una base de música electrónica, con un discurso de género y de contingencia. Otro se subió esta vez. Uno que no había reconocido, en ninguno de los piques. Ni de ida ni de vuelta. Un guitarrista con amplificador. Comenzó a cantar el opening de Slam Dunk con base rockera. El guitarrista logró que un sujeto a su lado le tarareara el tema a su novia. Luego del opening, le explicaba a ese sujeto que muchas veces la gente desconocía las canciones, creyendo que solo eran simples canciones de amor, y no openings de animación japonesa. Al pasar cerca, estiró la mano y consiguió una moneda de a quina. "El que sabe, sabe" parecía decirle el sujeto, mientras este no paraba de abrazar a la novia. En todo lo que duró el viaje, solo ellos le aplaudieron.

viernes, 19 de mayo de 2017

La caída del reloj de flores

Supe del derrumbamiento del reloj de flores de Viña por un alumno en su celular. -¿Vio, profe? ¿Qué será de Viña ahora?- preguntaba el chico, irónicamente preocupado. Otro le replicaba que prácticamente Viña para el extranjero son esas tres postales: El reloj, la playa y el festival. Lo decía para argumentar que con la caída del reloj perdería turistas. De repente, otra alumna se sumó a la conversación y dijo de forma retórica: -¿y ahora, cómo dará la hora nuestra alcaldesa?-. Muecas de humor, pero también de extrañeza. Luego, esos mismos cabros se pusieron a divagar en torno a las posibles causas del derrumbe. -¿Habrá sido solo un árbol? ¿Y si fue intencional?-, preguntaba el primero. El otro le respondía: -Yaaa, ¿y quién fue acaso? ¿Los illuminatis? ¿La oposición?-. La alumna de antes agregó resuelta: -Yo creo que fue algo fortuito. Por efecto de la lluvia o los temblores. Nada más. -. El chico a su lado, que decía ser de Forestal, se metió y dijo: -Se derrumban los cerros de Viña wn, y nadie dice nada. Se derrumba el reloj de flores y todos pierden la cabeza-. La clase se convirtió, de pronto, en un foro abierto sobre la caída del reloj de flores. Unos, conspiradores, apoyaban la tesis de la caída intencional. Otros, realistas, apoyaban la causa del árbol. Estaban además los indiferentes, los que no estaban ni ahí con la caída y con el reloj. -El tiempo seguirá pasando-, agregaba uno de ellos. Una enigmática frase. Así fue como los minutos pasaron, todavía sin comenzar a pasar la materia. Moría el reloj, pero el tiempo seguía su marcha. La hora pedagógica se iba haciendo finalmente casi a merced de los propios cabros reflexionando sobre la caída del reloj. Un gran bache sobre la medida del tiempo. Un gran bache sobre la realidad de la clase, y por extensión, sobre la de la ciudad. Amo esos baches, amo cuando las cosas rompen su propio esquema.

jueves, 18 de mayo de 2017

John Maxwell Coetzee y la autoayuda a la inversa: "En realidad, no iría a terapia ni en sueños. La meta de la terapia es hacerte feliz. La gente feliz no es interesante. Mejor aceptar la carga de infelicidad e intentar transformarla en algo que valga la pena, poesía, música o pintura".
Según un estudio forense de Detroit publicado por TVN, Chris Cornell se habría suicidado por ahorcamiento. Un colega en la mañana había dicho que su muerte fue de seguro por sobredosis, como la de la mayoría de las estrellas de rock. Sin embargo, la forma del suicidio nos deja con una gran incógnita. Layne Staley murió por la heroína. Scott Weiland por un cóctel de coca y alcohol. Cobain se supone que moría luego de haberse pegado un tunazo en la cabeza, pero en torno a eso todavía no hay nada claro. Inclusive hay una teoría sobre su supuesto asesinato. Entonces, Cornell vendría siendo el primero de la camada de Seattle que realmente, y con todas sus letras, se suicidó (sin el efecto directo de las drogas). No por nada la prensa y la literatura ha llamado al sonido de esta camada de músicos, el sonido de la "generación maldita". Hay una frase de Albert Camus muy ad hoc a este dilema musical que dice: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio". Así, se podría decir lo mismo sobre la historia del "sonido de Seattle". "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio para el rock: el suicidio".

Un agujero negro en el Sol de la música

Al llegar al instituto en la mañana, luego de enterarme de la partida de Chris Cornell, el cielo nublado, variando a despejado. El advenimiento de una tímida luz luego del temporal de anoche. En la oficina, mientras tanto, la secretaria me preguntaba cómo había pasado la lluvia. Le decía que al menos había sobrevivido. En eso me volvía a preguntar, esta vez qué música quería escuchar. Venía dispuesta a colocar música en todo el instituto antes de comenzar la jornada. No le contesté nada. Solo le pedí que me facilitara el sistema de sonido y el computador. Entonces busqué un playlist de Soundgarden que comenzaba con Black Hole Sun, (y seguía luego con Spoonman y un tema del Blow up the Outside World). La secretaria de inmediato manifestó gustarle aquella canción, cosa que me sorprendió gratamente. Señalaba que su hijo también escuchaba rock. No sabía qué bandas precisamente, pero decía que ese hit de los chicos de Seattle era una de las canciones que solían pegar en la casa, cada vez que su hijo volvía de clases y se hallaba solo, como un pequeño rito para exorcizar la rutina escolar. En eso, mientras sonaba el solo de Kim Thayil en todo el instituto a medida que los cabros subían a las salas, llegó el director. De entrada dijo que la secretaria al parecer había cambiado el estilo musical. Ella le dijo que esta vez yo había “hecho de DJ”. Se sorprendió, sobre todo porque también vacilaba la canción. El director no era un lego en el tema. Se refirió de inmediato al característico efecto de la voz de Cornell. Lo que no sabía, sin embargo, era que sonaba Black Hole Sun en todo el instituto a modo de oración rockera en su memoria. La cara del director se descompuso de inmediato. La secretaria miraba, pálida, el surrealista video. El instituto se volvió de ese modo una auténtica misa fúnebre al ritmo de guitarras elegiacas. Muchos de los cabros desconocían el sonido. Solo uno de ellos tarareaba el tema mientras miraba afuera de la ventana, hacia el cielo abriéndose casi como en el video de la canción. En cierta medida, volvía a revivir una de mis mejores experiencias de la adolescencia: haber intentado remecer la escuela con el sonido de alguna banda de rock. Solo que ahora esa intervención, en calidad de profesor, tenía un tono melancólico. La radio escolar permanecía en nuestro imaginario, sonando, jugando a cambiar el mundo, nuestra vida, pero volvía, ya de grande, ahora solo para conmemorar la muerte. La caída de una voz. Con esa caída se abre finalmente un agujero negro en el Sol de la música. Nos lleva irremediablemente hacia su vórtice, hacia un jardín de sonido, absorbiendo nuestro pasado, aquellas tardes después de la escuela en que todo se resumía en escuchar el Superunknown de 1994 con el clásico equipo de música y tratar de bajar los primeros discos, de tal forma que nuestras noches, solos en casa, sonasen más fuertes que el propio sentimiento incipiente del amor. Reitero: Con esa caída se abre un agujero negro en el Sol de la música. Todos los que hemos escuchado a Soundgarden y toda la oleada grunge saben de lo que estoy hablando. Todos, sin duda, hemos sido arrastrados. Malditos, pero de cierta forma, dichosos, sin esperanza de volver.


miércoles, 17 de mayo de 2017

Con un amigo siempre filosofamos sobre nuestra situación sentimental, sobre nuestras desventuras en materia amorosa. Siempre llegamos a la misma conclusión: que ninguna de las mujeres con las que hemos estado nos ha amado realmente. Ni tampoco de ninguna nos hemos enamorado locamente. Nos planteamos que quizá todo eso tenga alguna explicación no solo circunstancial sino que incluso más allá, una suerte de karma que persigue, una cadena inevitable de causas y de efectos que siempre nos devuelve al punto de partida, solos y con el sabor a mal traer del fracaso, algo así como un sísifo que en lugar de una roca empujara un corazón que siempre se devuelve, deshecho. Nos surge de pronto una teoría, y después de haber leído por debajo a Houellebecq, obsesivo con el tema: que hay sujetos a los que les nace ese don de relacionarse, digamos, que en el fondo tienen una naturalidad única, un roce espontáneo para establecer lazos íntimos, duraderos, estables, no solo efímeros, y otros que sencillamente no califican como potenciales parejas, sujetos que por más que lo intenten siempre quedarán debajo de la mesa de la fiesta. Houellebecq era bastante radical al respecto. Lo relacionaba con el auge del liberalismo económico. En donde también había una desigualdad de índole afectiva sexual. Tipos que tenían éxito vs tipos que solo se dedicaban a auto complacerse. Un auténtico sindicato de solteros fracasados. Ya habría que pensar entonces en formar un partido de aquellos que no califican para el amor. Pero esa sería igualmente una maniobra absurda. Un andar en un círculo vicioso. La mujer que vendría a cambiarlo todo solo existe en nuestra fantasía, producto de una mezcla de pornografía y demasiada telenovela romántica. No es nada más que una sugestión. Lo que persiste es solo la cama deshecha y la añoranza de acabar con el vacío de una vez por todas. Porque, al final, no resta otra cosa que esa proyección ilusa en el otro sexo, y la sombra y el recuerdo que nos va dejando.
Confieso que de repente cuando ando por Av Brasil con Av Argentina, urgido, y el esfínter no da para más, paso a la casa central de la Católica, y acudo a los baños a echar la corta de forma gratuita y sigilosa. Pasar por ahí nuevamente, aunque fuese en calidad de transeúnte que usa su ex universidad como baño público, realmente provoca sentimientos encontrados. Sucede que a veces me encuentro con el baño cerrado por limpieza. Entonces comprendo la situación y regreso de vuelta a la calle. En una de aquellas ocasiones me topo con los viejos auxiliares de aseo, seres silenciosos, inadvertidos entre toda la fachada educativa pero estoicos en su labor, quienes en la práctica ya habrían sacado más de tres carreras en lo que hacen. Pero no existe una certificación burocrática para la labor del aseo. Ellos hacen la pega que nadie más quiere hacer. Sacan la mierda de los otros (en sentido figurado) de salas y pasillos, en los mismos sitios donde alumnos y profesores se debaten desde el código civil hasta las últimas disquisiciones teológicas. Cuántos secretos podrían contar de los otros. Cuánta basura y desecho de cada distinguido profesor y brillante estudiante podrían reclamar. Hay en ellos un misterio, y en cierta medida, también un tabú, una auténtica escritura en la sombra que pugna por salir. Sin embargo, no creo que ellos piensen en eso. Solo lo harían saber en cuanto a relato consuetudinario de sus días, en cuanto a mercenarios de la higiene, concepto que a ratos, entre tanta oportunismo, aparece como lo último del escalafón jerárquico, siendo que sirve en realidad como la verdadera práctica moral. Dime cuánto ensucias y te diré quién eres. De ese modo, ellos podrían perfectamente decir: "La alta cultura y el profesionalismo solo producen desecho. Su cultura es la cultura del desecho. Nosotros somos los verdaderos agentes de la cultura: sacamos la basura de la faz de la tierra". Se me ocurre esa declaración justo al momento de leer la noticia sobre la misiva que enviaron auxiliares de aseo de la U de Chile a la administradora del Campus Juan Gómez Millas, en la cual reclamaban el hecho de tener que sacar la mierda (ahora sí, en sentido literal) de los estudiantes, limpiar su orina, sus vómitos en los baños, inclusive hasta condones usados y ropa interior, emulando el hecho de estar en una casa de estudios prácticamente con el hecho de estar en un antro cualquiera, abogando por la libertad al ritmo de sus excrementos y eyaculaciones. Aquella declaración no puede ser más oportuna. La misiva podría haber terminado con la siguiente frase: "La basura es el otro rostro de la cultura".

lunes, 15 de mayo de 2017

MP3 not dead

La Ritoque anuncia que el formato mp3 se ha descontinuado, lo que provocará que vaya desapareciendo lentamente. Curioso, porque prácticamente el 99,9% de mi colección melómana personal (incluyendo discografías de bandas misceláneas de la A a la Z) está grabada en el mítico formato digital. Cortesía de Ares, Emule y de mi predilecta, Soulseek. Algo sobrevivirá, sin embargo, impunemente a la extinción: la obsesión temprana por un catálogo completo de la música, algo así como el sueño de la biblioteca de Borges pero en clave rock.

Medea, la madre absoluta

La tragedia sobre Medea de Eurípides, siempre me ha parecido un auténtico enigma, y también una invitación a repensar el lugar de la madre en la historia desde una mirada totalmente cruda. La madre deshonrada que desafía todo horizonte moral y llega al extremo de sacrificar a sus propios hijos como una forma de vengarse frente al engaño de Jasón. La pregunta que asalta es la siguiente ¿Por qué Medea tuvo que recurrir al parricidio? Una primera respuesta vendría dada en forma de interpretación pasional: para representar la desmesura de los sentimientos (hibris) frente al deshonor. Pero aun así la pregunta desde una perspectiva moralista continuaría incólume. Otra explicación también podría provenir desde el propio concepto de madre. Para la Antigua Grecia, la definición de mujer con la de madre era prácticamente indivisible. El acto de Medea fue, de ese modo, no solo una venganza personal sino que además una consecuencia de la disolución del oikos (hogar), lugar al cual históricamente ha sido relegada la madre, fuera del ámbito de lo público. Ahora bien, y aquí viene lo interesante, Medea acaba culpando de todo a Jasón, el padre de sus hijos. Señalaba explícitamente: "¡Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!". El castigo de Medea era radical. Desde una lectura trágica, ella estaba destinada por mandato divino a acometer el hecho de sangre. Sus muertes podrían constituir, ante esa mirada, nada más que un designio de los dioses contra la osadía de los hombres. El asunto de la culpa y la responsabilidad serían, en este sentido, una lectura moderna del hecho o, mejor dicho, del mito. El carácter divino de la venganza, en este punto, era inseparable del carácter humano. Así, podría decirse que la decisión de Medea no fue ni irresponsable ni completamente voluntaria. Al matar a sus hijos, también estaba exponiendo la herida de la propia escisión de la familia. La ignominia del lazo familiar. Medea pasa entonces a la historia como el mito de la madre trágica. Representa una visión de la realidad pero también, al mismo tiempo, una posibilidad. Medea sería así la primera madre que por vocación trágica asume el destino inexorable de su condición: la madre absoluta. (Por cierto, la Medea de Von Trier quizá la adaptación más virtuosa de la tragedia al celuloide).

domingo, 14 de mayo de 2017

La araña

El otro día, Jueves en la tarde, una alumna se asustó porque justo debajo de su asiento había una araña. Una enorme. Sus amigas a su lado compartían su miedo a la vez que reían nerviosamente. Me acerqué a donde estaban ellas, al notar que su presencia las distraía de la clase. Traté de hacer que se corrieran. No hubo caso. Seguían ahí, cerca de ella, como aguardando su indeseable apariencia. Entre las risas y el gesto de pánico de la niña, que alertaba también al resto del curso, entonces solo atiné a agacharme y no me quedó otra que aplastar al pequeño artrópodo, que iba moviéndose en dirección al pie de la chica. Aun así, la araña seguía con vida. Temeraria, llena de coraje. Solo tuve que agarrarla con un pañuelo desechable y arrojarla lejos, en realidad no tanto por ella misma, sino que por causa de las chicas y su infundada actitud. Al notar eso, la alumna, que en un principio temía a la araña, comenzó a defenderla. Decía que no estaba haciendo nada malo. Claro, a excepción de producirle un pavor repentino, ante la sorpresa de sus compañeros. Le explicaba que la araña estaría bien, que no se preocupara demasiado por ella. La chica, sin embargo, insistía en su defensa. Los compañeros seguían sin entender mucho la situación. La araña en ausencia de pronto se tomó todo el protagonismo de la clase. El clima de aula se debatía entre el dilema sobre su vida y su cualidad atemorizante. ¿Era necesario herirla, pese a provocarme miedo? parecía decirme la chica, de forma indirecta, sin argumentarlo demasiado, solo a través de la expresión kinésica de su rostro. Lo primero que se me vino a la mente fue la imagen que describía Dostoievski en Los endemoniados: “He pensado que algún día me llevarías a un lugar habitado por una araña del tamaño de un hombre y que pasaríamos toda la vida mirándola, aterrados”. El gesto de la chica solo era temeroso en la superficie. Lo que expresaba en el fondo era compasión. La araña reaparecía en forma de imagen literaria, desplegando una invitación moral. Su último recurso ante la adversidad humana. Su veneno más tóxico. El veneno de la conciencia.

sábado, 13 de mayo de 2017

Al leer los cuadernillos de psu di con una noticia sobre el origen del café, en el apartado de plan de redacción. El texto señalaba que el café tenía un origen musulmán. Explicaba que algunos pastores de aquella época, durante el siglo IX, se dieron cuenta del efecto estimulante que tenían los granos de café sobre las ovejas. Fue debido a eso que los pastores aprendieron a cultivar la planta y a preparar la bebida. Al llegar el café a Europa, fue cobrando fama como “el vino árabe”. Fue tanto el revuelo por esta nueva bebida que los países católicos pegaron el grito en el cielo. Incluso, entre los feligreses más acérrimos, el café fue llamado en su momento "la bebida de Satanás". No fue sino hasta el siglo XVI que el café llegó al Vaticano, bajo la presión de los fieles, y los propios eclesiásticos. El Papa de esa época, Clemente VIII, se negó a prohibirlo, a pesar de su mala fama. Prefirió probarlo él mismo. Al beber una taza de café, la experiencia lo cautivó tanto que decidió darle una bendición cristiana. Agregaba finalmente que “sería pecado dejar a los descreídos una bebida tan deliciosa".

Ya leída esa breve genealogía, me acordé de pronto de la cantidad de tazas que había tomado en la mañana para echar a andar la máquina. Alrededor de tres. Una a bordo del bus, desde un termo pequeño (para despertar). Otra, al llegar al preuniversitario, entrando a la sala de profesores (para preparar la clase mentalmente). Y la tercera durante la clase misma (para funcionar). Esa tercera taza permanecía, sin embargo, a medio tomar, en la mesa del profesor, mientras trataba de resolver junto a los alumnos el orden de los enunciados del texto sobre el café. Un par de alumnos también aprovechaba la circunstancia, y entraban a la sala con un vaso de la otrora bebida del mal. De cuando en cuando, en el vacío de la clase, miraba hacia la taza, casi automáticamente. Ya no sabía distinguir si se trataba solo de la bendita adicción del momento o únicamente de la pizca de herejía que aún permanecía en el interior de la taza, llamándome.

viernes, 12 de mayo de 2017

Viva la devolución

Se suponía que hoy fuera San Viernes, que diría "viva la devolución" y que me tomaría la plata de la devolución de impuestos, pero, en cambio, me la retuvo el CAE. Al momento de hacer el trámite, recuerdo que la página aludía con insistencia a ciertos agentes retenedores. Los aludía de una forma tan misteriosa que parecían personajes incógnitos de alguna novela kafkiana, mercenarios de un complot económico del que solo somos deudores indolentes.

jueves, 11 de mayo de 2017

Encuesta Chile 3D

Según una encuesta llamada Encuesta Chile 3D que leen en la Ritoque, el 90% de los chilenos se encuentra sociable. Otro 93% se considera alegre. Un 90% optimista. Otro 69% (sí, 69) considera al matrimonio como la base de la sociedad. ¿Será esa la encuesta de Chile o de Disneylandia, wn? preguntaba Marambito.

Sintonizo la Ritoque. Programan un especial sobre canciones para esperar la lluvia. No precisamente canciones sobre la lluvia misma. Anuncian que para cuando acabe, también sería oportuna una seguidilla de canciones para después de la lluvia. Canciones para sopesar el fin del temporal. Para sopesar también el fin del desconcierto. Van armando en vivo una verdadera meteorología melómana. Lo que identifica el pronóstico del aguacero, señalan, es el advenimiento de una sensación de nostalgia latente. Para eso tocan A Hard Rain Gonna Fall de Bob Dylan. La clásica canción que anticipaba casi proféticamente la crisis de los misiles en Cuba. Decían, sin embargo, que Dylan negó esta referencia directa a la guerra, aduciendo que solo se trataba de una canción sobre "una lluvia fuerte". La lluvia quizá la metáfora de la guerra, la metáfora de la propia vida. Un regreso eterno de alguna guerra, imaginaria o no.

Después de ese tema, y justo durante la tarde, tocaron el Canto del Macho anciano de De Rokha, interpretado por Ocho Bolas. Sería esa la canción para durante la lluvia. El temporal mismo hecho música, hecho poesía. "Ojala esté lloviendo, esté lloviendo siempre" se le oía decir al poeta, precisamente en el momento que la ventana de la pieza cedía ante el viento, dejando caer unos cuantos goterones huachos cerca del velador, irónicamente a un costado de la cama deshecha como metáfora de la soledad.

Cerrada la ventana, y ya al acabar el tema de Ocho Bolas, comenzaron a hablar sobre la situación de los cerros tras las lluvias de la semana, y luego, sobre un recorrido porteño para el día de la Madre, proyectado para el día domingo. La alusión a las quebradas llenas de barro, a las instalaciones endebles pero temerarias, hacía pensar que los radiofonistas no tenían una música ni una sección melómana para la realidad después de la lluvia. Al parecer no había una música que expresara poéticamente semejantes calamidades. Solo el discurso cabía ahí, el discurso para poder entender y subsanar los efectos materiales de la lluvia sobre los cerros. No había finalmente una sección de canciones para después de la lluvia. La música se sentía sorda una vez acabado el temporal. Quizá únicamente por la inclemencia del tiempo. O su ilusa expectativa de futuro. No se sabía a ciencia cierta cómo amanecería mañana, de ahí la mudez de la música, de ahí la mudez de sus líricas.

El programa tenía que acabar. Los goterones huachos seguían ahí, indolentes ante la escampada. De pronto pensé que debería también existir -al igual que las canciones y su programación radial- una escritura para antes de la lluvia, llena de ilusión, romanticismo, esperanza; una escritura para durante la lluvia, grave, profunda, hasta cierto punto suicida, una escritura de la intemperie; y también una para después de la lluvia. Esa, por el momento, todavía no será posible, todavía no será posible escribirla, porque se dejará caer de una sola vez, sin que nadie la anuncie, como un soldado después de la guerra, agónica, desesperada o simplemente loca, loca de tanto luchar.


miércoles, 10 de mayo de 2017

Lo surrealista

En relación a la unidad de Mundos literarios, discutíamos ayer con el curso sobre el surrealismo. Uno de los cabros decía haber hallado esa opción en un ensayo PSU. Una opción a todas luces distractora. Esa alternativa, extrañamente, "desautomatizaba" el ensayo. La principal inquietud venía dada por lo siguiente: si acaso en la unidad existía algo así como un "mundo surrealista", al igual que se podía hablar teóricamente de un mundo fantástico, un mundo maravilloso, un mundo cotidiano realista. Mi respuesta en ese momento fue rotunda: no existe un mundo surrealista en cuanto categoría de mundo literario. La verdad es que resultaría difícil aplicar un concepto tan problemático y difuso como ese. En estricto rigor, sería demasiado confuso ponerlo junto a los otros tipos de mundo, siendo que el surrealismo, en esencia, constituye mejor dicho una transfiguración, una representación, a lo sumo, una perspectiva de la realidad manifiesta en la diegesis, una impronta, un rasgo estético y hasta ético. Lo surrealista no se agotaría en una conceptualización de mundo literario, que ya de por sí presenta fisuras y dilemas internos, tales como esa división entre efecto de realidad y mundo representado, que al momento de exponerla y explicarla a los cabros se ha probado que resulta un auténtico y transgresor dolor de cabeza. El punto es que ante la inquietud manifiesta de los cabros más leídos o, al menos, más entusiastas con el asunto "surrealista", no me quedó otra que pasar el surrealismo de todas formas como materia dentro de los tipos de mundos literarios, solo que como anécdota, como nota aparte, para hablar del concepto desde su calidad de movimiento artístico vanguardista.

Para facilitarles la vida y restarles la lata ya impresa en sus rostros desde el principio de la clase, les hice saber simplemente que el surrealismo era algo así como un "punto de inflexión", "una puesta en abismo" del arte en general, no solo de la literatura del siglo XX. La explicación entonces acompañó con un asterisco a la palabra surrealismo en la pizarra. Les dije que las preguntas solo irían enfocadas hacia su comprensión, no hacia su reconocimiento en calidad de mundo a través de fragmentos narrativos. Una chica en la esquina, junto a los cabros más leídos, comenzó a preguntar respecto a los referentes del movimiento. Les hablé principalmente de Bretón en poesía, la Mandrágora en Chile, Dalí en la pintura, Lynch y Buñuel en el cine, Freud como antecedente conceptual con su psicoanálisis y su exploración de lo inconsciente. La chica de inmediato empezó a criticar a Freud desde el tema paternalista y misógino. Le expliqué que había que tomarlo desde la otra mirada, desde su indagación en la profundidad de la mente y de los sueños. La chica insistía que Dalí le parecía más sugerente, con su clásica Persistencia de la memoria. Luego, a propósito de surrealismo cinematográfico, preguntó por cuál película de Lynch le recomendaría, que fuese bien surrealista, como para entender su significado. Le recomendé, convencido, Cabeza borradora. La identificación del surrealismo en los ejercicios quedaría circunscrita finalmente a criterio de los propios alumnos, en base a ciertas características apuntadas como fundamentales, tomando desde el manifiesto de Bretón hasta las líneas cáusticas de Artaud (quien a su vez, desertó del movimiento por diferencias vitales, irreconciliables).

La alumna y sus compañeros, perplejos todavía ante la idea inabordable del surrealismo, entonces se limitaron a reconocer el resto de los mundos literarios planteados por el abstracto ministerio. Preguntaba la chica si acaso el surrealismo podría identificarse con el absurdo y la falta de lógica. Que si fuese así, podría también funcionar como una forma de crítica de la realidad. Por ejemplo: las medidas políticas tomadas por tal coalición o por tal representante rayan en lo surrealista. Le respondía que de hecho era una forma práctica y contingente de entender el surrealismo: en cuanto una (re)lectura de todo, no tanto en cuanto una escritura automática o estrictamente onírica, patológica, convulsiva, como la belleza de la que hablaban esos franceses, y de la que hablaban en cierta medida nuestras palabras y nuestras omisiones. "Tendré en cuenta sus dichos, profesor", concluía desafiante la chica de la pregunta, ya acercándose el término de la hora. "Le cobraré la palabra, para cuando haga la prueba. Espero no sea más surrealista que sus propias explicaciones".
Ocho y media frente al instituto. Una de las chicas llegaba. Venía de Reñaca. Se colocaba a un lado de la acera, junto con otro compañero y el aseador, esperando afuera. Se sorprendió de que todavía no estuviese abierto. Le decía que también me sorprendía. De un momento a otro, se volvió para explicarme que su padre le contó que yo había hablado bien de ella. Agregó que gracias a eso su padre le regaló un completo. A medida que sonreía, casi podía saborearlo mentalmente. Más tarde, en la tercera hora, otra alumna me llamaba para ayudarla con una guía. En realidad lo hacía como excusa para ponerse a conversar. Me preguntó si conocía Puertas Negras. Le respondí que solo de nombre. Pues dijo que allí vivía ella ahora. Manifestaba estar consciente de la mala fama del sector, sobre todo al mencionar que la semana pasada hubo un tiroteo a pleno día frente a su casa. Posible ajuste de cuentas, le hice saber. Ella asentía y señaló que se trataba de bandas que también andaban por Limache, Rodelillo. Recalcó que en una de esas podía tocarle a sus amigos, si se veían involucrados en “malas andanzas”. Ante eso, la cabra me volvió a preguntar si pensaría en vivir ahí, con un tierno tono irónico. Reía por un momento, mientras sacaba de la mochila un pack de galletas. Las comía en mi presencia como aduciendo que también se me podrían antojar. Al rato, la alumna de la mañana, en el otro curso, habló sobre un incidente que la había retrasado el día Lunes, desde Jardín del Mar hacia Viña. Al hablar con ella esa vez, confesó sentirse “perseguida” cada vez que subía a una micro tras la seguidilla de accidentes a diestra y siniestra. Su incertidumbre era tal que no sabía si la próxima micro “solo tendría pasaje de ida”. Luego de eso, un silencio. Una pausa y nuevamente de regreso a la clase, con un nervioso tono reflexivo. A propósito de la materia que estaba pasando, sobre los sub géneros narrativos, lo que unió finalmente a aquellas chicas, de manera íntima y secreta, fue un asunto de crónica. Una improvisada crónica sobre el desastre y su digestión palabra a palabra.

lunes, 8 de mayo de 2017

Slowdive y el shoegaze

Slowdive hablan sobre su debut en Chile el 13 de Mayo en el Festival Otoño Fauna y sobre el llamado "shoegaze". Su guitarrista, Christian Savill, señala: “Ya no nos molesta el concepto de ‘shoegazing’. Pero es gracioso que un término que se usó para definir algo que se creía desechable se haya convertido en todo un género musical. No sé quién inventó la palabra pero me encantaría saber qué piensa ahora”. El origen del concepto, según dice Savill, fue una crítica despectiva para burlarse de aquellos músicos que durante los ochenta, en la época de bandas como My Bloody Valentine o Cocteau Twins, parecían más preocupados de sus pedaleras que del público. Por eso, a menudo, se piensa que esta característica inusual se ve reflejada en la música, desarrollando una atmósfera introspectiva, ensimismada y, a ratos, vertiginosa. Según dicen, el shoegazing fue comercialmente opacado por el posterior grunge y luego el brit pop. También hay quienes afirman que el post rock (término acuñado por Simon Reynolds) le debe mucho al género. Sin embargo, su legado alternativo le sobrevive puramente a través de su sonido. Ciertos oídos melómanos creen escuchar una continuidad lineal entre estilos, pero no comprenden que la genealogía del rock es lo más parecido a una suerte de rizoma, con conexiones inesperadas, muchas veces contradictorias, inclusive hasta etéreas.

Lluvia de día Domingo. Caña moral. De repente tomo conciencia sobre la plata derrochada anoche, escurrida literalmente como agua entre los dedos solo por motivos hedonistas, y el trabajo pendiente de la semana que ni siquiera me he molestado en tocar, permaneciendo ahí en una esquina de la pieza, inadvertido, casi inmaculado. Esa plata perdida, ese trabajo por hacer, los dos verdugos morales que me acompañarán esta noche a medida que escampa. A ratos la vida se resume en eso, en esperar a que el universo escampe para romper el adentro.

sábado, 6 de mayo de 2017

Greiscol

Hay en Quillota, calle Freire, una cervecería en la cual la especialidad de la casa es una chela exótica con chirimoya. Dicen que para brindar, los clientes alzan los vasos y gritan "por el poder de Greiscol", en honor al nombre del local. En una de esas todos los borrachos de Quillota se deben sentir como He-Man, después de haberse tomado una java entera.

viernes, 5 de mayo de 2017

El taller

En la mañana la secretaria me consulta la posibilidad de hacer un taller extracurricular. Uno de poesía o de narrativa. Decía que varios alumnos andaban interesados, cuestión que ninguno hasta el momento me había hecho manifiesto. Le explicaba que no era mala idea, solo que los horarios, por lo visto, no calzaban. Confieso que me mostré reacio en un principio ante la posibilidad de trabajar más, aunque se tratase de un taller alejado del pesado curriculum. Dije que lo haría si fuese pagado como hora extra y no por puro amor al arte. Vendería cara mi fuerza de trabajo, aunque se tratase de pura literatura. Después lo medité un poco más, y concluí que no sería tan malo pelar un rato el cable con los cabros, jugando a la escritura desde el aprendizaje significativo, jugando a tirar líneas contra las reglas institucionales y editoriales. En eso, el profesor de inglés, quien estaba cerca de la oficina, sacó a colación un ramo optativo sobre la historia del rock que había hecho en la universidad. Pensé de pronto que un taller sobre el rock en un dos por uno sería una cuestión definitivamente excéntrica. Por un momento, tuve la fe de que esas ideas podrían funcionar, contra todo pronóstico, motivadas por la obsesión. El punto, sin embargo, sería la convocatoria real. En estricto rigor, con cuántos verdaderos interesados contarían los talleres. La secretaria me señalaba, entusiasta, que lo hiciera de todas formas, aunque fuesen unos pocos. La secretaria, de hecho, era la más motivada con la idea de hacer talleres extracurriculares. Me acordé entonces de ese clásico dilema de los talleristas de universidad, sin ninguna clase de disciplina, sin demasiado dinero ni ganas, pero conformando colectivos poéticos como si fuesen perros románticos, apostando casi a la pura complicidad entre compañeros de ruta, y a una posibilidad remota de ampliar ese círculo fuera de la lógica de la amistad, hacia una cuestión, si se quiere, más ambiciosa. Nada ha cambiado mucho realmente. Nuestro quehacer pedagógico, de ese modo, sigue funcionando como en aquellos entonces: a puro pulso y romanticismo, tal como suele ser el paso de los días dentro de los infinitos pasillos del instituto.

Blanca Oscuridad

Veía ayer el documental Blanca Oscuridad en Insomnia, sobre la tragedia de Antuco ocurrida hace doce años. En unas escenas se detallaba cinematográficamente el concepto de hipotermia, llegando hasta sus efectos más letales. Ya terminado el docu, salgo a la calle y una inusitada brisa helada pegó de repente como una señal, una respuesta irónica. Hoy, en la mañana, lo mismo. Una premonición del invierno a través del celuloide.

jueves, 4 de mayo de 2017

-Definan literatura, lo primero que se les venga a la cabeza, no importa....

-Es como puro pasarse rollos....

Respuesta a la rápida de uno de los cabros durante la introducción de la Unidad. Previa a la explicación majadera de la verosimilitud.

Recuerdo casi al instante que un loco de la u en un curso de Lingüística, ante la pregunta sobre qué era el lenguaje, respondió, sin más, que el lenguaje "era caleta".

Definiciones espontáneas, incorrectas pero graciosas para conceptos todavía imprecisos, complejos, mañosos e inclusive marchitos de tanto polvo y teoría.
Principio del formulario

miércoles, 3 de mayo de 2017

Whatsapp

I

Los mensajes que nos mandamos por whatsapp hoy fueron, debido a la caída del servicio, algo así como un coitus interruptus comunicativo. Tranquila, que eso tiene solución. Tan solo cierra la aplicación, e intentémoslo en persona.

II

Antes de la caída de whatsapp un amigo decía: "Cerré face de nuevo. Estaba chato de ver la popularidad ajena". Ese loco volverá tarde o temprano, como suele hacerlo. Uno siempre vuelve a los vicios donde cree verse reflejado. Me repetía que estaba chato de la popularidad de los otros. Le decía que en realidad la desea. Parecía que había olvidado que la infamia y la impopularidad eran el leitmotiv de permanecer aquí. Y, a estas alturas, prácticamente nuestra razón de ser. "Ese es el consuelo del perdedor, wn", repetía. O quizá quiso decir, su pequeño falso orgullo.

III

Los mensajes que te mandé por whatsapp anoche figuraban con doble clic. Quiere decir que sí se enviaron y que aparecieron en tu inicio. El azul no aparecía seguramente porque aún no los habías leído. Pero la fecha de tu última conexión desapareció mágicamente. Hoy aquellos mensajes sin leer solamente figuraron con un puro clic, expectantes, abortados al primer intento. Luego dijeron que hubo desconexión a nivel mundial. Tu perfil permanecía imperturbable. Los mensajes en silencio, sin su consecuente réplica. Sin embargo, lo único que se ha caído realmente fue nuestro cauce comunicativo, la intención de darle otra vuelta, y un punto final a nuestras palabras. La obsesión fática por taparle la boca con el dedo al otro o, en este caso, debido a la distancia, la obsesión por taparle el texto y la letra al otro con una señal de hielo.

martes, 2 de mayo de 2017

Ella me preguntó, después de revisar la prueba que le había entregado, si me gustaba Alessandro Baricco. Lo supuso al notar que el último ítem de la prueba consistía en analizar un ensayo del autor sobre los bárbaros. Le dije que había leído Océano Mar. Ella mencionó, en cambio, la famosa Seda. Habló entusiasta sobre la intriga, el embrollo económico de los huevos de seda importados del extranjero y, sobre todo, del dilema amoroso del protagonista en Japón. Por mi parte, le hablé sobre Océano Mar y su narrativa onírica. Prometió que la leería. Le hice saber que en la Unidad de Literatura, que empezaría a contar de esta semana, la idea era confeccionar un plan lector abierto al criterio del propio curso, siguiendo el motivo de la lectura como una obsesión personal. Uno que otro clásico entre medio, claro está, para dar ciertas luces. Pedro Páramo, El extranjero, Estrella distante. Al enterarse de eso, ella consultó si podía incluirse Justine, del Marqués de Sade, en aquel futuro plan de lectura. Me dijo que lo hiciera porque Sade prácticamente no se leía en el colegio. Mi respuesta fue afirmativa, pero con una condición: que a cambio eligiera al menos dos de los libros mencionados como sugerencia canónica. Ella, en un tono entre desafiante y misterioso, señaló que dejaría su preferencia para después. Que ese libro que ella había elegido solo lo iba a dar a conocer al final. Le pregunté entonces si acaso, aparte de leer, escribía. Lo supuse por su afición, a todas luces, evidente. Dijo que sí, pero que no se atrevía aún a mostrar nada, menos a publicar algo. Sin embargo, contra toda expectativa, le insistí en que me interesaría leer algunas cosas suyas. Su rostro cambió. Anotó su correo en un pedacito de hoja de cuaderno y me lo dio. Aseveró que no me arrepentiría, con total confianza, no sin cierta ironía. Me dije a mi mismo que aquel pudor inicial era el pudor propio de todos los que empiezan a escribir. También, ese sano pudor de los que empiezan a leer e intuyen un universo simbólico gigantesco. Una rueda de nunca acabar que, sin embargo, entre vacío y movimiento puede hacer alguna diferencia y tomar rumbos desconocidos. El vicio impúdico del entusiasmo, o bien, la tierna virtud de la vergüenza.