domingo, 24 de marzo de 2024

La verdad es que nunca me lo propuse, pero al escribir crónicas sobre Valpo y desde Valpo se arma una verdadera "cartografía existencial". Hay algo en la crónica que la hace magnética, algo al paso que deja huella. Sé que las circunstancias no son las mejores, pero es como la escritura situada de Carlos León, que volvía cada vez que podía a los viejos lugares, hecho tal vez la sombra de sí mismo.

Crónica sobre Domingo de Ramos en Valparaíso: La "Jerusalén perdida".

Frente a la Iglesia de los Sagrados Corazones, había unas señoras que vendían ramos. Algunas cortaban grandes ramas que se esparcían en la vereda y otras ya tenían listos los ramos bien amarrados con imágenes de religiosos y santidades. Al lado de las señoras, también había cabros que vendían los ramos a viva voz, y se las ofrecían incluso a los vehículos que iban pasando por ahí. “A luca”, gritaban, mismo precio que el de los ramos al pie de la calle.

Pasé y no me decidí a comprar ninguna mata en especial, hasta que llegué al frontis de la iglesia. Estaba cerrada pero toda la reja de la entrada estaba cubierta por ramas, como quien pretende evocar la entrada a Jerusalén. Una señora me ofreció de las ramas que estaba vendiendo. Le pregunté si acaso iba a realizarse una misa. Dijo no tener idea. Otra señora que estaba cerca se metió en la conversación y afirmó que se realizaría una en la tarde, que se suponía en la mañana no se había realizado por un retraso del cura.

Ante la expectativa, ambas señoras comenzaron a discutir la remota posibilidad de la misa, aunque todo indicaba que no se haría, porque no había nadie esperando ni afuera de la reja ni dentro de la gruta. De esa manera, el Domingo de Ramos fue inaugurado, sin una ceremonia oficial que lo consagrara. Al menos, no una que fuera anunciada para todos. Las ramas simbolizaban el comienzo de la Semana Santa, aunque también representaban la victoria para los romanos. Jesús llegaba, según cuentan, en son de paz, pues el silencio que reinaba alrededor de la Iglesia de los Padres Franceses era la antesala de un vacío sublime, el vacío que dejó el posible ingreso inadvertido del Señor.

Cuando ya todos guardaban las cosas para irse, la señora de las ramas insistía en venderme una antes de marchar. Eché un vistazo a algunas hasta que elegí la de San Pancracio. “San Expedito”, repetía la señora. “No se preocupe, están bendecidas”, agregó, al darse cuenta que observé la iglesia cerrada. Creyó que mi intención era ir a aquella improbable misa a bendecir las ramas. Pero no. Solo quería llevarme una a la casa, recordando quizá aquella época en que era chico y todos en la familia se reunían para llevarse su matita. Se vuelve a aquella infancia como quien vuelve a una Jerusalén perdida en el tiempo. El reino de la nostalgia era tierra santa, aquella en que todos estábamos unidos.

"Izquierda no es woke", Susan Neiman

Para quienes aún no saben a qué nos referimos con "lo woke" en lo político y en lo cultural, la autora Susan Neiman nos lo explica en su nuevo libro, muy necesario para aclarar estos conceptos tan en boga:

"Susan Neiman se pasó buena parte del 2023 recorriendo Europa para promover su último libro, escrito con la sensación de que “no podía esperar, era demasiado urgente y necesario”, según dijo en una entrevista con la revista Quillette. Neiman, judía y estadounidense, es una de las más destacadas especialistas en filosofía moral y hoy vive y enseña en Alemania. Su texto “demasiado urgente” fue traducido al español y acaba de llegar a Chile con el título Izquierda no es woke (Debate, 2023). Su finalidad es demostrar que muchos elementos de la moda woke no son de izquierda, y algunos de ellos son más bien profundamente reaccionarios, aunque sus promotores ni se den cuenta.

No es fácil definir lo woke, en parte porque no es un movimiento, sino muchos, y porque algunas de sus ideas arrancan de desarrollos filosóficos o seudocientíficos muy oscuros. Es más fácil reconocer lo woke por sus métodos: la cultura de la cancelación (la funa), la intolerancia a los matices, el rechazo de la negociación, la inclinación por el juicio lapidario.

En general, lo woke identifica a un reclamo en defensa de minorías discriminadas, lo que coincide con el impulso general de la izquierda a favor de los oprimidos. La diferencia es que el wokismo convierte en esenciales esos elementos, como si ellos definieran toda la experiencia humana. Por lo tanto, a una forma de tribalismo -Neiman prefiere esa palabra a “identidades”- que encierra a las personas en pequeñas esferas autoalimentadas. En particular, las de “los dos aspectos de la identidad sobre los cuales tenemos menos control, y que mejor pueden servirte como víctima”: el género y la etnia. (Para los excesos en estos ámbitos resulta complementario el libro de la psicoanalista francesa Élisabeth Roudinesco El yo soberano [Debate, 2023]).

Neiman cita al historiador Benjamin Zachariah: “Hubo un tiempo en que esencializar a las personas se consideraba algo ofensivo, un poco estúpido, antiliberal y antiprogresista, pero en la actualidad sólo es así cuando lo hacen los demás. Autoesencializarse y autoestereotiparse no sólo está permitido, sino que te empodera”.

Neiman recuerda que el término woke (stay woke = mantente despierto) apareció en un tema del cantante de blues Leadbelly en 1938, en protesta contra la condena a muerte de nueve jóvenes negros. Su actualización, sin embargo, sólo se remonta a la década pasada: “Fueron los niños desengañados de la era Obama los que encendieron el movimiento woke en los campus de las universidades estadounidenses”, escribe. Y ha mantenido su llama precisamente en las universidades, refugio y laboratorio de las demandas (con sus respectivas teorías) de género, raciales, ambientales, psicológicas, lingüísticas e históricas, para enumerar sólo las principales. Muchos de estos grupos nacen de derivas de otros y de alianzas de ocasión. La filósofa se declara espantada por las expresiones de apoyo a los ataques de Hamás del 7 de octubre, celebrados por muchos de esos jóvenes como “actos de liberación”. En puntos como este, dice, la confusión entre woke e izquierda “desacredita a la izquierda”.

Como habían notado antes el filósofo Richard Rorty y el historiador Mark Lilla, Neiman ve el curioso puente, tendido por grupos académicos, entre el filósofo francés Michel Foucault, supuestamente de izquierda, y el jurista nazi Carl Schmitt. Ambos compartían “el rechazo a las ideas de humanidad universal, a la distinción entre poder y justicia, así como un profundo escepticismo respecto de cualquier idea de progreso”. También rechazaban el racionalismo de la Ilustración, que a Foucault le parecía un fraude destinado a encubrir nuevas formas de poder. Schmitt, como Heidegger, cargó hasta el final de sus días con un antisemitismo pertinaz, que veía “a los judíos como emblemas de todo lo que odiaba del mundo moderno”. La idea de “humanidad”, para Schmitt, era una invención judía, que es lo mismo que alguna vez dijo Adolf Eichmann.

Schmitt se negaba a distinguir entre poder y justicia y Foucault rechazaba que fuese posible una distinción moral entre inocencia y culpa. Después de un célebre debate en 1971, Noam Chomsky dijo que Foucault era “el hombre más amoral que haya conocido”. ¡Chomsky!

Inspirados en parte por ellos -y por pensadores que los han seguido, como Giorgio Agamben, Judith Butler, Chantal Mouffe-, la cultura woke se encapsula en sus causas tribalistas, alimentando un pesimismo derrotista con el implícito de que poco y nada se puede cambiar. La vehemencia de sus argumentos, dice Neiman, “sobre la importancia de los pronombres es la expresión de personas que temen poseer escaso poder para cambiar cualquier otra cosa”.

El argumento central de Izquierda no es woke es que debido a estas tendencias se han ido abandonando los “tres principios esenciales para la izquierda: el compromiso con el universalismo, una distinción clara entre la justicia y el poder y la posibilidad del progreso”. Una conversación con el activista indio Harsh Mander, cuenta Niman, la hizo agregar un cuarto principio: el compromiso con la duda. Mander le dijo que no sería comunista porque no podría apoyar a ningún movimiento que le impidiera cuestionar las cosas. Eso incluye la idea de que ni siquiera el progreso es inevitable, dado que la historia muestra muchos momentos de retroceso. “Nada resulta más absurdo, en este momento de la historia, que el hecho de que un progresista descarte las ideas de otro por diferencias sobre lo que se considera o no discriminación”.