martes, 1 de agosto de 2017

Fui donde un amigo a cortarme el pelo. Me contó una idea que tiene. Algo más ambicioso que simplemente seleccionar poetas para antologías y publicar poemarios. Tenía pensado hacer una suerte de revisión histórica sobre las peluquerías de Valparaíso. Le decía que la idea tenía potencial. Repetía que era caleta de pega, pero era una idea que lo perseguía hace tiempo. Había estado hablando con un fotógrafo para comenzar a capturar imágenes. Le sugerí que quizá no lo hiciera solo de forma enciclopédica, sino que además hiciera una especie de crónica que incluyera anécdotas literarias, como por ejemplo, haciendo alusión a la propia peluquería donde trabaja, en la cual se dice que fue a cortarse el pelo el mismísimo Arturo Rojas. Una crónica de los personajes que alguna vez tuvieron una relación orgánica con las peluquerías de la ciudad. Qué se podría contar sobre ellos a raíz de su visita a ciertas peluquerías. Qué se podría decir de esos personajes a partir de sus propios cortes de pelo. Porque entre el peluquero y su cliente, después de todo, hay una relación confesional. Un nutrido campo de conversaciones, un espacio capilar para la palabra entre cabellos y tijeras. Claro está que el amigo cavilaba sobre esa idea a medida que rasuraba los resabios de mi anterior peinado. Se podría decir mucho sobre el mundo solo a partir de sus cortes de pelo. Para bien o para mal, el cliente que se ha cortado el pelo ya no es el mismo que entró a la peluquería. Hay ahí algo que cambia, un signo, un estilo, que se asemeja al propio hecho de la poda, de la escritura. Después de haber emparejado las patillas y recortado las últimas chascas, el amigo remataba diciendo que el afeitado corría por cuenta de la casa. Decía que iba a meditar sobre la idea del libro, mientras guardaba el efectivo y se disponía a limpiar los restos de pelo desperdigado alrededor. "Ahora sí vai a matar", lanzaba a modo de broma, sabiendo que era la típica talla de los peluqueros que revisan el cambio de look de sus clientes como quien revisa un texto recién escrito. El cliente que seguía se incorporó enseguida y le tendió la mano. Con la otra, el amigo se despedía. Su palma estaba llena de gel. En el espejo se reflejaba la sonrisa del cliente, mirando hacia su propio peinado. A la salida se alcanzaban a notar en el suelo, conspirando, los vestigios del último recorte.
"La vida es como lenguaje", escribía una alumna en una hoja al revisar su cuaderno. A juzgar por el ceño de su rostro, el significado de la frase no era muy favorable. No la culpo. Es muy probable que haya significado que la vida es una lata. Sin embargo, pese al sentido que quiso darle la chica en ese momento, la frase tiene un potencial insospechado más allá de la mera alusión a la asignatura. La vida, un lenguaje, para uso y abuso de sus usuarios, los vivos.