sábado, 10 de noviembre de 2018

Cuando venía llegando al depa, divisé a una cuadra al vecino colombiano abriendo la reja y entrando con un par de minas. Llevaban bolsas con copete y cosas para picar. Seguí mi camino rumbo a la reja principal y subí las escaleras trotando. Las minas iban subiendo apenas al cuarto piso, tanto así que llegué a alcanzar al grupo. "¿Y sube corriendo?", dijo una de ellas, algo agitada por la subida, al verme entrar donde mismo. Le decía que era un buen ejercicio. Apenas dio vuelta la cara, sonriendo. El colombiano se percató de quien venía detrás y me saludó diciendo: "hola amigo, cómo va la vaina?". Solo alcancé a responderle con el pulgar hacia arriba, antes de que entrara a la pieza con las dos acompañantes. A todas luces, prometen mambo. Mientras tanto, vuelvo tranquilamente a la habitación, a la luz tenue y a la parsimonia de la habitación, extrañado por la inusual buena vibra del vecino, con un par de sobres de café, un paquete de papas fritas y un par de películas cargando, para maquinar el próximo paso de la noche, el próximo ejercicio solipsista que, de un tiempo a esta parte, ya se ha venido haciendo costumbre.