lunes, 23 de mayo de 2016

En una de las guías sobre microcuentos, una alumna deja la siguiente apostilla: "El alma de un poeta es una página en blanco".

El suicida frustrado

No deja de sorprenderme el intento de suicidio del joven Franco arrojándose a los leones. No tanto por su delirio místico mesiánico, como por su expresa locura. Se había encontrado una carta entre la ropa del suicida frustrado. En ella él se autodenominaba profeta, señalaba que el Apocalipsis había llegado y que Dios lo protegería. Al final de la nota firmó como "Jesús". El delirio místico mesiánico siempre asociado a la locura. Será que religiosidad y locura tienen un vínculo estrecho. Me hizo recordar, guardando las proporciones, al Cristo del Elqui y su megalomanía apocalíptica. O, yendo un poco más lejos, al mismísimo Zaratustra nietzscheano, en su visión y profecía del super hombre. Si lo viésemos de ese modo, el joven suicida, loco de remate, poseso de sus visiones, sería un ejemplo de lo que se hablaba en la "Stultifera Navis": el loco como el náufrago de su época, el que muestra la sinrazón de todo, el que satiriza los valores o el que está asociado a un saber oscuro, negado a los normales. El joven en su delirio quiso replicar el episodio bíblico donde se narra que el profeta Daniel fue arrojado a un foso con leones por orden del Rey persa Darío. Pero al día siguiente de haber sido lanzado al foso de los leones y cuando el rey lo fue a ver, descubrió que el profeta no había sufrido ningún rasguño. Según la biblia, Dios y su fe lo habían salvado. No fue este el caso de nuestro personaje. Acabando casi muerto, termina de coronar el absurdo siendo además la causa de la ejecución de los dos leones que, totalmente desligados de su delirante historia, lo atacaron sin contemplaciones. La locura allí fue la protagonista. Solo tiene sentido cuando subvierte la realidad. Cuando, a pesar de su hermetismo, logra validarse como otro orden posible. Sin embargo, nuestro amigo suicida estaba muy lejos de haber hecho carne la profecía. Fue de hecho carne deliciosa para sus victimarios felinos y carne de cañón para los medios. Si no pudo triunfar dentro de su esquema de valores místicos, pudo al menos consagrarse como un mártir de la estupidez suprema de todo fanatismo.