lunes, 23 de octubre de 2023

Me vi en la necesidad de vender gran parte de mis libros. Vino la culpa moral en cuanto observé la reducción de mi biblioteca, quizá mi único y auténtico patrimonio tangible. Ahora luce más vacía y en el espacio de aquellos libros solo restan las lecturas pendientes que ya fueron y las lecturas que pudieron ser. Le vendí los libros a un caballero que se pone siempre a un costado de Avenida Uruguay y que también atiende los fines de semana en la Feria de la Plaza O Higgins. Al principio, el caballero me compró los libros al por mayor. A medida que fui regateando, él me pedía algunos libros específicos, en lo posible, ediciones antiguas sobre historia y filosofía que, según él, "se van rápido". También alguno que otro libro patrimonial sobre Valparaíso y "novedades editoriales". En lo que sí fue enfático fue en la poesía: "No se vende mucho, no me conviene", recalcó. Es por eso que gran parte de lo que aún conservo en mi biblioteca son libros de poesía de mis antiguos amigos de letras, no tanto por un valor emocional sino que por falta de valor económico. Me engaño al pensar que los guardo solo por la necia idea de conservar ese pasado tumultuoso encerrado en esas breves y baratas páginas.