domingo, 2 de abril de 2023

El resurgir de la Sala Rivoli: “Escucha tu corazón”, Valparaíso.

El sábado fui a conocer la nueva sala Rivoli de Calle Victoria, inaugurada durante marzo. Ese día tocó un tributo a Roxette. Entrar a ese viejo lugar, el mismo donde antes había un Persa, el Persa Rivoli, durante los noventas, y el mismo donde hubo un cine, mucho antes, fue como recorrer un universo paralelo dentro de la antigua vida cultural de Valpo. Un amplio salón con una galería alta e iluminada se abría a los visitantes, en el mismo espacio donde otrora eran instalados los múltiples puestos del persa. No logré escuchar en mis recuerdos a los vendedores, pero tengo la imagen viva de esos pasadizos oscurecidos por la historia, vestigios del que fue uno de los tantos teatros que convocaban al cinéfilo porteño.

Mi madre me contó que en ese Teatro Rivoli alcanzó a ver La noche de los muertos vivientes, a fines de los ochenta, cuando ya el espacio estaba en su decadencia y Chile enfrentaba su eterna transición. Frente a ese escenario portentoso del que fui testigo, ciertamente, estaba instalada la memoria de esos metrajes de culto y, al mismo tiempo, la sombra de aquellos tiernos paseos de la infancia, en busca de algún juguete en medio de esos pasadizos laberínticos. Los sitios que antaño cubrían una etapa de nuestra vida en el puerto evolucionaron conforme al espíritu de los tiempos y una imagen personalísima de ellos trasciende y permanece en nuestra retina, pese al abandono histórico de la ciudad.

La noticia sobre el revival del Rivoli, en modo sala de eventos, llegó un poco después de la lamentable noticia sobre el cierre definitivo del Cine Hoyts. Al comentarle esto a mi madre, le pregunté si recordaba la época en que el plan de Valpo estaba repleto de teatros y de salas de cine. Ella me contestó que por supuesto, que, de hecho, los teatros de esa época eran destinados para la proyección de películas, en diversos géneros, según la propuesta de cada lugar. Así, por ejemplo, la Avenida Pedro Montt era conocida prácticamente como la Avenida del cine porque estaba llena de teatros. Estaba el Cine Brasilia, donde abundaba el cine de acción; el Teatro Imperio, donde mi madre aseguró haber visto La Mosca de David Cronenberg; el Cine MetroVal, apodado luego como Cine Metro, cuyas filas, en sus mejores momentos, doblaban una cuadra entera; y más allá, a la altura de Plaza Victoria, estaba el Teatro Valparaíso, donde mi madre dijo haber visto Mi privado Idaho con River Phoenix y Keanu Reeves, a comienzos de los noventa.

Volver sobre aquellos teatros a través del metraje de la memoria permite repensar el Valpo cinéfilo de esos entonces. Lamentablemente, el tiempo no tiene un rodaje en reversa. Lo que fue demolido obedece al mantra de unos tiempos consagrados al consumo inmediato, a la digitalización y a la obsolescencia. Así lo atestigua un Teatro Valparaíso devenido sucursal de Ripley, un Teatro Imperio convertido, hace mucho tiempo, en una gran feria artesanal, y ahora un Cine Hoyts, ex cine Metro, a punto de ser transformado en un Mall chino. Es por esto que el proyecto para levantar del polvo a la Sala Rivoli, por iniciativa privada de Produc3, también responsable de la instalación del Restorán Del Barrio, cobra una oportuna resonancia con un pasado añorado, quizá romántico, pero digno en su visión orgánica de la cultura, considerando la condición paupérrima de un puerto que se olvida a sí mismo, arrastrando la chapa de patrimonio prácticamente por inercia.

El día en que acudí al tributo de Roxette, el centro de Valparaíso dejó de ser, al menos en esa arteria de Victoria, el patio trasero de las inmobiliarias y los retails, el mall de los vendedores ambulantes y el desfile de los locales saqueados por los esbirros de la ideología, para pasar a ser lo que fue en sus años mozos: un epicentro de nostalgia y de virtuosismo, una fila humana buscando la catarsis de sus días en los teatros, un universo con un destino. Es esa la tónica que debiera recuperarse. Es ese el Valpo que proyecto en forma de celuloide, muy adentro mío, desde la lejanía, y que recuerdo, en forma de una power ballad, tal como en el clásico, “Listen to your heart”: Escucha a tu corazón/antes de decirle adiós.

Muchos años atrás, uno de los puntos de reunión más conocidos por los porteños era el mítico Blockbuster. Alcancé a visitarlo cuando iba en Básica. De hecho, arrendé algunas películas allí. Con el tiempo, se popularizó juntarse en el Blockbuster de Bellavista para ir a carretear, incluso mucho después de la decadencia y quiebra del videoclub. Persistió en el imaginario porteño la fórmula "juntémonos en el Blockbuster" para indicar un punto neurálgico, próximo a la bohemia y al plan de la ciudad. Me temo que algo parecido pasará con el ya extinto Cine Hoyts. Pronto, el "juntarse en el Hoyts" se volverá el reflejo del clásico "juntarse en el Blockbuster", para quienes busquen un punto céntrico más cercano a Pedro Montt, conservando una suerte de legado, solo palpable para quienes frecuentaban esos lugares de Valpito. En un futuro, cuando las nuevas generaciones de porteños recuerden el boom de teatros, cines y videoclubes de un Valparaíso análogo, siempre podrán volver sobre esos puntos de referencia fosilizados en el tiempo, como aquellas películas repitiéndose una y otra vez en el corazón de celuloide del caminante.
"La plata no vale nada, no vale nada, no vale nada", cantaba, muy alegre, un vendedor ambulante en la calle, mientras se tomaba una Baltica y esperaba a que algún transeúnte dejara de vitrinear y se dignara a comprarle zapatillas rematadas a precio feria. Postal de domingo.