miércoles, 1 de septiembre de 2021

"Pasó Agosto, profe", me dijo una alumna en la mañana. "Y no me di ni cuenta", le contesté. El tiempo nos pasa o pasamos el tiempo. En esa disyuntiva se nos va la vida.

Reseña de poesía: Poética de la erótica. Amores y desamores (2021) de Claudia Vila Molina.


Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo

Y aun muerta te seguiría buscando,

A ti, que fuiste el lugar del mundo

Pizarnik

La poeta dice que “el amor es un símbolo”. Entonces ¿cómo abordar poéticamente ese símbolo, recreado por universal, aunque manido por redundante? Esa es la pregunta que subyace al ejercicio propuesto por Claudia Vila en su Poética de la erótica, amores y desamores. En el poemario, ella no busca una respuesta unívoca, por supuesto, como debe ser, sino que expresar, en un esbozo de poética, su propia voz articulada con su manera de sentir el amor, el eros y la poesía, entendidos de forma conjunta, sin diferenciación conceptual, siempre manifiestos entre los sedimentos de los significantes y significados, y a través del recorrido lírico de cada uno de los versos que se dejan leer como en un viaje intangible.

Lo que se destaca en este poemario es este juego medio fantasmal entre el estar y el no estar de la figura amada, la culminación y luego la pérdida del acto amatorio y sexual, al punto que el lector tiene que representarse cada una de las escenas mediante la posibilidad de lo sensual. De esta manera, se genera una cierta complicidad del lector, que puede sentirse identificado perfectamente con algunos pasajes atrevidos, y además, aludido con los pasajes más sentimentales, en resonancia con el poder del amor romántico, ese yo erotizado que desea sublimarse en ese otro, reencontrarse pero a la vez perderse: Seas tú/el extraviado que regresa/hacia la niebla/de nuestros cuerpos (Travesía).

Decía Octavio Paz, en La llama doble, que: “La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda, es una erótica verbal. Ambos están constituidos por una oposición complementaria. El lenguaje- sonido que emite sentidos, trazo material que emite ideas incorpóreas- es capaz de dar nombre a lo más fugitivo y evanescente: la sensación; a su vez el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia, representación. El erotismo es sexualidad transfigurada, metáfora. El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación”. En la Poética de la erótica, se puede decir que la relación entre erotismo y poesía se pretende orgánica, en la búsqueda de una voz que recree el símbolo del amor bajo la amalgama de lo sensorial y lo vivencial, y también, en el ejercicio poético sobre la propia palabra, evanescente pero corpórea al momento de volverla carne tangible en nombre del deseo: Tu lengua y mi lengua/danzan nuestro rito (Deseo).

Algo muy valioso en este conjunto de poemas es que van urdiendo una trama sugerida al lector, una trama, si se quiere, íntima, en la cual la hablante da rienda suelta a las expresiones y significaciones producto del encuentro, el choque y hasta el colapso del amor y el eros, confluyendo luego en una serie de encuentros y desencuentros más o menos imaginables, evocados a partir de las emociones y los deseos que brotan de la relación de la hablante con aquel aludido, su contraparte en este vaivén de imágenes y sensaciones. Para poder interpretar aquella trama sugerida, agrupé los poemas de esta serie en distintas partes, con tal de interpretarlos de acuerdo a una lectura muy propia, relacionada con esta idea del viaje y el recorrido a lo largo de una historia subliminal.

La primera parte la componen Ignición/Viajeros/Travesía. En esta, la hablante aguarda por el aludido, siempre en espera de su arribo, deseando concretar su deseo en pos del encuentro o el reencuentro: Te anuncio un nuevo plato de comida/tú esperas esperas esperas/la enormidad se sienta con nosotros en el living (Viajeros). Seas tú/el extraviado que regresa (Travesía).

En los poemas Herejía/Lujuria/Deseo, se forma otra trilogía. En ella se concreta el deseo sexual a fuego y piel viva: Mueres en todos los sitios/donde albergo los deseos (Lujuria).

Luego, en Posesión/Cuerpo del delito se sugiere una evasión, tal vez un desencuentro o un desengaño, que lleva a la hablante a evocar una posible separación, un escape, incluso un delito y, a su vez, una remembranza: Sobrevuelas mi habitación/vencido por los aires/de otro que se evade/y reclama tu lugar (Posesión). Tu rostro se pega entre mis piernas/y voltea su retrato hacia la pared (Cuerpo del delito). Estás escondido/y no sabes hablar/Silencio/silencio en las escuelas/silencio en los calabozos/te busco en todos los mercados/ ¿dónde te ocultas? (Misterioso).

Después, viene el poema Catástrofe, que sintetiza, de alguna forma, aquella evocación al delito y a la huida, producto de un desencuentro íntimo o bien de la latente figura del amante. En este poema, además, se habla acerca del propio amor, en un primer esbozo de poética sobre el símbolo del amor: El amor/será poseído/por los únicos sobrevivientes/de esta masacre (Catástrofe). Vemos que ese tono violento, incluso oscuro, connota un sentido de ruptura, de “desamor”. Parece que en este punto, los amantes fueran sobrevivientes, evocados en desamores, una vez acaba el deseo o se corta abruptamente el lazo que los unía.

La hablante comienza a necesitar al aludido en cuanto sujeto del deseo o sujeto amado: Tengo una sed de amarte/que comienza en las esquinas/y sube por ventanales (Ansiedad). De modo que ahora el deseo se vuelve necesidad emocional y, hasta cierto punto, vital.

Disgregado/Vaticinio representan la imagen que la hablante se ha hecho del aludido buscado y deseado. Hay un juego de huellas, escondites y configuraciones muy sugerente.

La búsqueda y la reminiscencia del aludido perdido y deseado se vuelven más intensas. Así se deja expresar en Temporada seca/Perseguidores: En esta calle que invento/(cuando te llamo)/sales desnudo/y tu cuerpo deja una sensación/(que no me atrevo a palpar)/pero esa escena es innombrable/como la sed que siento cuando te alejas (Temporada seca). Y podría besarte detrás de una vidriera/en secreto/para que ellos no sean bautizados/no se transformen en amenaza/y no nos busquen detrás de las cortinas (Perseguidores). Está patenta la necesidad de inventar la figura del aludido perdido y deseado, no solo buscarla y recordarla. Además, la hablante se implica a tal punto que ella misma se siente perseguida, fuera de sí, trascendida en su deseo.

En este punto, el poema Sábado santo incluye la referencia directa a Valparaíso a través del bar de Salvador Donoso, posible punto de reencuentro o bien de añoranza: y tu rostro era una condena/para nuestro propio exilio. El solo hecho de referir a Valparaíso permite al lector situar la trama sugerida por los poemas en el imaginario colectivo de la ciudad puerto, de modo que el lector pueda comprender el arraigo vivencial de la hablante, la amplitud existencial de su deseo y de su romanticismo. Aquí el lector puede percibir que las expresiones e imágenes de la hablante no son etéreas ni evanescentes: tienen espacio, territorio, cuerpo y carne, en la memoria y en la piel.

En la siguiente tríada Extranjero/Condena/Peregrinos se manifiesta, tal vez, el reencuentro con el aludido deseado: Él se desliza por ranuras/y me sigue hasta la cama/donde se acuesta conmigo/y me hace el amor (Extranjero). Pero, como se sabe y se siente universalmente, el amor nunca está exento de dolor. Entras en mi casa de muñecas/y todo lo que siento/son puñales que clavan/en mis máscaras (Condena).

El poema Amenaza “Las palabras asesinan” (es verdad, mi amor) se expresa la pérdida, nuevamente, pero esta vez, reconfigurada en nostalgia, recuerdo, figuración: Astros recorren tus huellas hacia mi casa/y se desprenden (…) Más allá se pierde el gentío y solo tu figura/se distingue por las playas de Valparaíso. Es curioso pensar que se evoca, una vez más, la idea del crimen implícita a la violencia de la ruptura con el deseo. “Las palabras asesinan” y ese asesinato (connotado) se configura en la materia poética a través del (des)amor.

La serie Dilema/Imágenes fortuitas elucubra y dilucida acerca de la figura ya perdida y evanescente del aludido deseado. En esta elucubración de sentir poético entra en disyuntiva la posibilidad del recuerdo y la capacidad de nombrar lo que ya no está: Tu cuerpo quedó en el vacío/en el punto exacto en que fuimos memoria (Dilema). No hay nadie que pueda concebir/una manera de nombrarnos (…) porque todavía me amarras a esa imagen/y yo desaparezco (Imágenes fortuitas). He aquí que la hablante asume su simbiosis con el deseo por el aludido, y desaparece ella (su yo) junto con la imagen a la cual estaba amarrada. En cierto sentido, se funde y, a la vez, se difumina. Se pierde y se sublima en la no imagen de su deseo otro.

En el poema Playas, una vez que la hablante desaparece, vuelve a aparecer ahora, de nuevo en el imaginario porteño para plasmar al aludido deseado y perdido en la ciudad puerto. En este punto vital, la hablante deja entrever que “algo se quebró” pero resulta necesario volver a evocarlo en el mismo sitio para revivir la figura perdida del amor: “Algo se quebró repentinamente/cuando dejaste de pertenecer a este lugar/y tu rastro volvió a latir en los cielos de Valparaíso”. En suma, Valparaíso se vuelve, aquí, la síntesis del amor y el desamor, la ciudad que conjura la poética del deseo en sintonía con la imagen romántica del otro, romántica en el sentido clásico de idealizado y subjetivizado.

A partir de aquella conjura y con la disolución de la búsqueda, la hablante expresa su ánimo de recreación del otro, inclusive, de refundación: Desde nuestra distancia imagino un nuevo modo/de acariciarnos que conecta nuestros dos mundos/y te aseguro que la luz tiene una urgencia en recorrernos (Mensajes oportunos). El espejo proyecta dos amantes al filo de la noche/se quiebra el itinerario de su propia historia (Secretos)

Animales en celo supone un poema muy sui generis dentro del conjunto, porque expresa poéticamente la imagen del cazador cazado. En este caso, el aludido deseado se vuelve la presa de la “hembra”, en un perverso juego que emula la pasión con el acto animal de la cacería y la alimentación.

Sobrevivencia vuelve de nuevo sobre la recurrente figura del amante aludido en la materia poética. La hablante le sobrevive. Podríamos decir que ella sobrevive a la pérdida de su deseo en ese otro, y lo vuelve a nombrar para invocarlo: “Sin tener el menor conocimiento/te invoco desde las alturas/para resucitar tu nombre/desahuciado de contrastes”. De cierta manera, la hablante reconoce que su deseo ya fue corpóreo; luego, fue perdido; y ahora, recobrado mediante la palabra y la memoria, misma cosa a la luz del amor y a la sombra de los sentidos.

Antípoda/Fracturas reviven la contradicción, la disyuntiva, la paradoja, el dilema expresado, sentido y vivido por la hablante. Amor y desamor. Porque, en el fondo, su amor no se puede entender sin ese rasgo fugaz, abrupto, paradójico por inarmónico, pero bello, vivo en su propio caos palpitante, repleto de alevosía pero también de abandono, herida: sugiere una renovación de la mente/una palabra intensa/destinada a la inspiración/o al homicidio (Antípoda). Alguna vez fuiste mío las luces de la noche/se confundieron hasta que la muerte fue una sola (…) Ese momento la hora/ y el sitio de aquellas palabras nos hizo callar/antes que nos rompiéramos definitivamente (Fracturas).

Por fin, la hablante se hace consciente de la pérdida del deseo, de la dolorosa remembranza y de la desaparición, y en esa consciencia, como en toda consciencia, se incuba la pesadilla de la naturaleza, pero, a su vez, la serenidad de la incógnita, la llaga que aún cala pero que ya adquirió forma: “Escucho tu cuerpo abandonado en mí/las olas participan de este desgaste/pero la realidad sigue haciéndose niña (Monotonía). No abres los ojos no quieres caer/ solo un largo recorrido/ es el único rastro que te identifica (Martirio). La figura del aludido deseado cae como la lluvia. Se identifica en su caída, se hace agua que cae del cielo para romperse contra el suelo. Llora. Y la hablante vuelve sobre la pregunta. Ubi sunt.

Algo que se agradece de este poemario, es el gesto de atreverse a crear una poética de la erótica del amor y el desamor, en tiempos en que la idea del romanticismo se ha visto mermada por las interpretaciones ideológicas, tan taxativas y categóricas, sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Si el amor es un símbolo universal, toca recrearlo las veces que sea necesario, cuidando de no caer en la redundancia y en el kitsch. Además, si el erotismo en amalgama con el romanticismo es una manera de experimentar el deseo del amor, toca reivindicarlo a través de la poesía como lenguaje del eros y de la poiesis. Decía Camille Paglia que: “la sexualidad es un lóbrego terreno de contradicciones y ambivalencias. La mistificación será siempre el desordenado compañero del amor y del arte. El erotismo es un misterio, es decir, es el aura de emoción e imaginación que envuelve al sexo; no se puede estipular mediante códigos de conveniencia social y moral”. Entonces, cualquier intento por moralizar al respecto de estos temas, resultaría en una merma de ese potencial del eros para envolver creativamente la experiencia sexual amatoria.

Poética de la erótica de Claudia Vila ha podido conciliar, con justicia, un corpus en que se articula esa tenue línea entre el lenguaje erótico de las palabras, el lenguaje desatado del sexo y el simbolismo del amor romántico. Tal vez no reste otra cosa que dialogar con Pizarnik: “Palabras, palabras... El amor es otra cosa. Y no me importa que maltraten el mío ni que lo castiguen con la indiferencia más extrema. Yo sé que es real, yo sé que existe y me duele más que mi vida, o igual, porque es mi vida. Lo mismo que la poesía”.