viernes, 8 de junio de 2018

Recordemos lo que dijo Anthony Bourdain sobre el completo: "¿Qué le puedes decir a un tubo de carne a la Ron Jeremy nadando en un mar de palta y mayonesa? No sé cuán borracho hay que estar para comérselo todo". Si uno hila fino, no se trataba precisamente de una crítica lapidaria al tocomple, sino que era un comentario fiel al estilo Bourdain, que nunca fue condescendiente con ninguna clase de comida. El loco era un visionario: de lo que estaba hablando en realidad era del tocomple y su cualidad de bajón. Cuán borracho se debe estar para zamparse uno. Sin cachar la idiosincracia, adivinó el placer culpable de medio Chile. Por algo debería ser conocido como "el Mick Jagger de la cocina". Bourdain, si fuiste al cielo seguramente allá arriba te esperará un carrito. O si te fuiste al infierno, destino mejor, el cachuo te recibirá allá abajo con un perro caliente.
Cuando subía al patio central del colegio para ir a comprar al kiosco, caía una pelota que una de las cabras en educación física había tirado hacia el patio contiguo, justo en el momento que iba subiendo las escaleras. Alcancé a atajar el balón y se lo arrojé de vuelta a la cabra. Era aquella. La mini escritora. La chica silenciosa y solitaria. Una amiga la esperaba arriba en el patio central pero al rato se dio la media vuelta. Al tener el balón en sus manos otra vez, se acercó y empezó a decir: "Profe, ¿no le ha pasado que de repente no sabe si lo que está viviendo se le olvida? ¿como que se repite pero luego no sabe que pasó?". Algo asombrado por la pregunta, le replico si acaso se refería al deja vu: "No, no es eso. Es como si lo que estuviera viviendo se esfumara. Algo así como un sueño, no sé. No sé si le habrá pasado". Le respondía que sí, que más de alguna vez. El problema de la chica, intuido a la rápida, era quizá uno sensorial o, en última instancia, reflexivo. No podía distinguir entre la interpretación onírica de lo que sentía o bien su interpretación perceptiva. ¿Acaso se puede distinguir a ciencia cierta, tal límite? Ese era el dilema surgido. El contratiempo. Nuestra pequeña Segismundo, con esa inquietud no resuelta, volvía así con la pelota en la mano rumbo al patio central. La pelota era lo único tangible (¿metáfora del mundo?). La pregunta y su respuesta se esfumaban como el propio contenido de su cuestionamiento al paso. Antes de alejarse lo suficiente, alcanzó a decir: "puede que solo esté loca o chata". No me quedó otra que reírme de su ocurrencia.
Avisaron en el colegio que un chico de tercero medio había muerto. En realidad supe por boca de unas alumnas. De inmediato, conmoción, seguido de un silencio sepulcral. Desconocían las razones. Una alumna, la más revoltosa, tenía los ojos llorosos. No era precisamente a propósito de la muerte, sino que a raíz de un bullying que según ella le hizo una profesora, acusándola de haber molestado a una cabra de otro curso. Ya secadas sus lágrimas, comenzó a comentar con otras la muerte del cabro, que tenía en jaque y de capa caída al colegio. Al rato, cagadas de la risa por unas fotos locas que se sacaron en el baño. Terminando la clase, la chica de las lágrimas volvía al rostro circunspecto del principio. Se fue sin despedirse. En eso entró la señora del aseo consternada por el hecho funesto. Aseveró que al cabro le dio un paro cardíaco mientras jugaba a la pelota: "Tan joven. Cuando se muere joven es más triste". repetía la señora en el momento preciso que barría la suciedad dejada por mi curso. Al salir para ir a dejar el libro de clases, la inspectora general, por su parte, ordenaba una pila de papeles encima del escritorio. Volvía a referirse al lamentable deceso: "Mañana habrá una misa para despedir a X. ¿Usted puede ir?". Intuía, muy en el fondo, una respuesta empática, pese a la negativa. La ética, la conmiseración de la vida te persigue más allá del aula. Le decía que no podía ir, pero que el chico permanecía sensiblemente en mis pensamientos, a pesar de no haberlo conocido jamás. La inspectora, al parecer, lo entendió aunque no era la respuesta más afortunada. Lo lógico era que fuese, pero el tiempo apremia. La salida de clases a oscuras se sintió de lo más apacible. Los alumnos y apoderados realmente parecían salir de un cementerio en lugar de una escuela. Resulta paradójico que casi lo único que articule un genuino sentido de unidad, al menos de forma provisoria, sea la muerte; la partida del joven alumno, dejando a los vivos, a sus tutores vivos, con la sensación de que no hay otra maestra que la parca.. "Cuando se muere joven es más triste".