jueves, 23 de febrero de 2017

Quintero y Trappist 1

Veo la noticia sobre el descubrimiento de un nuevo sistema planetario a 40 años luz del nuestro, compuesto por siete planetas, tres de los cuales serían habitables, con fuertes posibilidades de albergar agua. Los siete planetas girarían en torno a Trappist 1, un astro enano llamado así por el telescopio que lo descubrió. La noticia me llega como un rayo de luz, como una premonición vespertina justo en el momento que llego de un viaje expreso a Quintero, en busca de otros parajes costeros distintos al del habitual puerto. La travesía dentro de la misma costa sublime por inabarcable, a través del límite marino que delinea la Quinta, tenía también, a su manera, algo de odisea cósmica, pero más una odisea hacia adentro. Como es arriba es también abajo, según la ley hermética. Caminando por Quintero uno observaba si acaso la gente seguía costumbres similares. Si acaso también había eso que llaman vida. Se iba entonces en busca del agua que identifica el suelo que se pisa, pero también en busca de la mirada detrás de esa agua, detrás de los pasos que la confrontan. Esos pasos, los de la gente alrededor de este poblado, eran también, a su manera, los míos. La órbita que seguían era también la del agua que define el sentido del espacio. 

En una parte del trayecto, por Avenida Francia hacia abajo, había un par de jóvenes abrazados mirando el horizonte de la caleta. En la caleta se podía apreciar un pequeño monolito con una leyenda. La leyenda decía: "Todos los caminos de todos los destinos de la tierra van a dar al mar". Arriba el cielo nublado, como un espejismo, como una proyección de ese encuentro. Más abajo, en la plaza cercana a la municipalidad, en el nudo urbano, un par de viejos jugando ajedrez completamente solos en el interior de un parque infantil. De fondo sonaba música ochentera envasada, venida como desde un tiempo remoto. Un tiempo a años luz. El juego de los viejitos era tan tenue que parecía el de un goteo impredecible. El contraste entre aquella pareja de jóvenes mirando hacia el mar y el de los viejos jugando solitariamente, tierra adentro, era como una síntesis de toda la humanidad. Lo que la identifica así no es la inteligencia, sino que su forma de interpretar el espacio, la presencia y la existencia de frente o de espaldas a lo inconmensurable: el mar, el mar que vacilante les baña, y que no promete otra cosa que un futuro incierto, titilante, más allá de toda mirada, de todo horizonte. 

Seguía andando sin un plan definido, solo dejándome llevar por un ritmo como líquido, al vaivén del paso de algunos coterráneos. Llegaba hasta el final que circunda Quintero con la playa de Ritoque, para tomar luego el camino de regreso. No sin antes hablar con un par de cabros que hacían dedo hacia el interior, tampoco sin un mapa, solo con el territorio. Pienso, luego de leer aquella noticia, que si existiese otro sistema con un planeta similar a la Tierra, que pudiera albergar agua y vida en potencia, tendría también que albergar espacios como los de la costa de Quintero. El límite, de ese modo, debería ser el mismo: el sutil y a la vez turbulento límite entre el agua y el vacío, trasvasado por el sentido, el terco sentido que pretende superar la propia expansión del universo.

Mecha corta

"Mecha corta" se les dice a quienes se ofenden rápidamente en un contexto de hueveo o los que explotan fácilmente al verse acorralados ante la falta de argumentos. En la red social veo muchos casos de mecha corta, que ante la menor desaveniencia o insulto se lo toman todo demasiado en serio y salen corriendo, o bien, en el peor de los casos, eliminan y bloquean al o los sujetos en cuestión. La versatilidad de la pantalla ofrece un nutrido campo de interacciones, pero también da paso para malentendidos discursivos, bajo la lógica de relaciones frías por demasiado distantes. Zizek hablaba algo parecido en un video sobre "la corrección política como nueva forma de totalitarismo". Decía que mientras más cercanos somos con el otro, mientras mayor confianza, se propicia el espacio para una atmósfera saludable de contacto obsceno. Ponía el caso de la condescendencia de un jefe con su empleado. Entre más respetuoso era, paradójicamente la relación subalterna se fortalecía. En cambio, el mismo empleado con sus colegas de trabajo podía dar rienda suelta a la máxima desfachatez al estar con ellos libre, abierto al humor negro, al doble o tercer sentido, bajo una mirada horizontal. Se sigue de ese modo un contrato implícito, donde cada quien se burla del otro o incluso se insulta, agarrándose a chuchadas, sacándose la madre, bromeando sobre la condición de cada uno, poniéndose apodos, cambiando de roles, chistes en su mayoría denigratorios, captando que no por eso la relación se va marchitando, sino que al contrario, se va afianzando. Entre los pares uno puede decirse toda clase de groserías, incluso llegar a humillarse, pero subentendiendo que todo eso es puro hueveo. La gracia está en saber rebatirle al otro con una cuestión más ingeniosa. Ser rápido. Ser vivo. De hecho, quien dentro de ese contexto se llegara a ofender o se enojara, pierde. Se vuelve un mecha corta. Por supuesto, que hay límites y límites. No se trata tampoco de pasar a llevar a diestra y siniestra. Sino que de cachar, de reconocer cuando la cosa viene en buena y cuando viene en mala. Pero, por lo mismo, en la red social, al dar cabida a un sinnúmero de contactos, muchas veces conectados gracias a una relación fantasmal, inexistente, digamos, en la "vida real", el menor atisbo de discordia o de ataque ad hominem puede dar lugar a una odiosidad sin límites, al no existir aquel contrato obsceno subyacente que florece entre los lazos más personales y honestos. Eso puede verse representado en una distopía tipo Black Mirror, como la del episodio Hated in the Nation, en el cual ciertas figuras públicas eran odiadas por gente que no estaba de acuerdo con sus dichos y sus acciones, y que, al etiquetarlas con un hashtag de odio, iban muriendo de forma misteriosa. O en la sociedad reflejada en Nosedive, donde todos van subiendo una especie de puntaje de acuerdo a su valoración positiva de los otros y de si mismos. El simple hecho de ser valorado de forma negativa redunda en un menor puntaje, y por ende, en la ignominia y en la ruina. El peligroso punto en que ya nadie podrá decir nada del otro porque todo resultará digno de censura. El establecimiento de un respeto frío y también cínico. Una virtual dictadura de la buena onda.