viernes, 13 de septiembre de 2024

El pasado 11 de septiembre, durante la tarde, un joven de 35 años se quemó a lo bonzo frente al Palacio de la Moneda. Algunas personas que andaban por ahí se quedaron a grabar; otras fueron en ayuda del inmolado, quien caminó en llamas durante un minuto, hasta desplomarse contra el suelo.
Al rato, llegaron Carabineros, personal de bomberos y del SAMU para poder intervenir. Tras algunas pericias, se logró determinar la identidad del joven. No tenía ninguna clase de pancarta. Algunos testigos informaron que, antes de prenderse fuego, gritó que lo hacía por "orden de un ser superior".
Por el momento, se mantiene vivo, en estado crítico. Todavía no se esclarecen las verdaderas motivaciones ni las circunstancias que rodearon lo acontecido. Aun así, no deja de ser significativo el hecho de que la inmolación haya ocurrido en esa fecha y frente al Palacio de Gobierno.
Lo más terrible de todo es que esta no es la primera vez. Ya han habido otros quemados a lo bonzo, en el mismo lugar, con sus propias razones. Hace un par de años, fue Mario Carrión, hermano de Pedro Carrión, un empresario que habría sido secuestrado y luego asesinado en Concón, a manos de unos presuntos sicarios por supuestos motivos económicos, en una suerte de represalia por parte de sus socios.
Aquel hombre, Mario, habría publicado algunos videos, horas antes de inmolarse, en donde dejaba entrever sus razones. “Voy a dar mi vida por mi arrepentimiento” dijo Mario en una parte, “por haber convencido a “más de dos mil personas” de votar por el presidente”.
Otro inmolado frente a la Moneda fue Eduardo Miño. En el año 2001, durante un acto de la Comisión Nacional del Sida, en el que participaba Michelle Bachelet, Miño se inflingió una herida para luego prenderse fuego, en protesta por los trabajadores de la industria Pizarreño que fueron víctimas de asbestosis. Cerraba su carta con una frase para la posteridad que sería su epitafio: "Mi alma que desborda humanidad ya no soporta tanta injusticia".
Los sacrificios de Carrión y Miño tienen un evidente sentido de protesta en contra de un orden injusto, tal como la inmolación de los monjes budistas durante los años sesenta en contra de la persecución del presidente Ngo Dihn Diem.
Sin embargo, la quema "a lo bonzo" de Nicolás Varela, el pasado 11 de septiembre, todavía se encuentra bajo investigación, y con los antecedentes que existen, no parece tener mucho sentido, más allá de la fecha histórica y del sitio paradigmático.
Ese "ser superior" al que aludió Varela antes de inmolarse, puede ser Dios, como puede ser perfectamente cualquier otro ser de orden metafísico. Puede ser un acto movido por la esquizofrenia o un acto nihilista. Aquí ya entramos en el terreno de la pura especulación.
Lo único concreto que nos deja es el fuego, el fuego simbólico y traumático en el ojo colectivo. Algo arde aún frente a la Moneda. Algo todavía se sigue quemando. Algunos todavía buscan en el fuego la redención, la purga o la liberación.
El nuestro es un país que se ha visto consumido por el fuego, por su acción destructora y también por su purificación. Mientras no se esclarezcan los hechos, dejemos que aquello aún ardiente revele su propia verdad chasmucada.