viernes, 13 de abril de 2018

Desde la sala de profes, se oía el llamado de la secre. "Profe Gabriel, arcángel, venga ahora". Los colegas presentes, que no habían dicho nada, en total mutismo, ahora miraban y expresaban un breve sonido de alerta, como ante una noticia escabrosa. Al cruzar el umbral que da de la sala hacia la oficina, la secre me solicitaba asiento. La colega junto a la puerta la había cerrado de manera intempestiva. Una vez dentro, comenzaba a hablar la secretaria, soltando el secreto: "Usted se supone que es profe de Media y está haciéndole clases a Básica. Todo bien hasta ahí". Sin siquiera llegar a entender todo el motivo, intervengo y le replico con un "pero". El infaltable pero cuando se trata de cuestiones relativas a la pega, y sobre todo cuando estas cuestiones vienen seguidas de una citación personalizada, hasta cierto punto preñada de suspenso. La secretaria, al notar el pero, no tuvo más que ir al grano y largar la firme. "Pero para poder hacer clases necesita una autorización, que ya se la acaba de realizar el director. Aquí está. Firmela y deberá enviarla al Departamento Provincial de Educación de Valparaíso". La sospecha había devenido hecho. Ahora para asegurar mi estadía en el colegio debía nuevamente firmar otro papel, otro documento vicario que hablara por mi razón y que sirviera de garantía imaginaria. La secre, notando mi rostro de preocupación, continuó explicando: "Ojo, profe, el documento tendrá que enviarlo al Departamento, ese que está en Viña, en el plazo de diez días. Le advierto que si se pasa de esos diez días, quedará nulo para el sistema (sic). Tendremos que buscar otro profesor". Escuchando todo lo que la secre me tenía que decir, y la nueva misión que me había sido encomendada para permanecer en la peguita, no atiné a otra cosa que a sonreír. "Pues así es la burocracia, digo, la democracia", le dije a ella, quien, pese al grado de seriedad de lo que había explicado, se mostró de lo más natural. No le quedó más que sopesar la afirmación con una sonrisa. En el instante en que iba a sacar una fotocopia en marcha, agregó: "Y antes que se me olvide. Deberá pasarle al Departamento la autorización que acá le dimos, y ellos le entregarán una oficial, que no recuerdo si era pagada o gratuita". Resultaba que, por si fuera poco, también estaba la posibilidad de tener que pagar por ser autorizado. Ridículo. "¿Cómo? ¿Y ahora más encima pagar para poder trabajar?". La secretaria, bajo el evidente cuestionamiento del trámite, respondió en un tono irónicamente optimista: "Pero recuerde que podrá compensarlo con los bonos del Estado". Al terminar de delinear la última firma de la autorización, le entregaba el lápiz de vuelta. Antes de salir de allí, volvía el rostro en señal de no entender nada. La secre seguía con su expresión parsimoniosa. Regresaba a la sala de profes, a través del umbral, esta vez con la solicitud de autorización en mano. El mutismo de los colegas se volvía cómplice.