domingo, 9 de julio de 2017

"Los baños del Máscara son como los de Trainspotting" Una gringa en el local.
A veces me pregunto qué habrían escrito ciertos escritores antiguos si hubieran tenido blog. Pienso por ejemplo en grandes diaristas: Ramón Ribeyro, André Gide, Pessoa, Pavese, el propio Kafka. La pulsión no se agota solo en el medio de la expresión, aunque se ve directamente ligada a ella, como una suerte de membrana a través de la cual se sublima el siempre caro e ininteligible mundo interior. Me acuerdo que una vez con un amigo discutimos acerca de la necesidad de todo esto. Respecto al escribir impulsado por un proyecto, por un interés un tanto mundano, o por una serie de circunstancias vitales, existenciales, que hacen prácticamente inexcusable cualquier otra forma de manifestar la experiencia. Ponía el caso de Juan Emar, quien, después de haber escrito dos de sus libros más conocidos, se auto exilió durante más de veinte años a completar su ya legendaria "novela total" (como la llamaría Bolaño): Umbral. Decía que dedicar la vida a escribir nunca ha sido lo recomendable dentro de los parámetros de supervivencia establecidos. Al menos en el contexto contemporáneo. El amigo argumentaba que muchos anteponían la salud, la propia vida, al oficio. Le explicaba que, en cambio, gracias a todo ese sacrificio auto flagelante, a esa determinación atípica, Juan Emar fue lo que fue. Alvaro Yañez Bianchi nunca necesitó subsistir de la literatura: era hijo de un senador y empresario, presionado por su padre para seguir la abogacía. Conoció París a temprana edad, lugar en el cual se empapó de la vanguardia de aquellos años. A pesar de todos esos privilegios, se dedicó cien por ciento al trabajo artístico y literario. Todo consistió al fin y al cabo en una cuestión de determinación. Los motivos y caminos de la creación son siempre oscuros. Inexplicables bajo la lógica del sentido común. Incluso discutibles desde un punto de vista moral. Pero sin esa manía hasta cierto punto patológica no podríamos conocer "la sombra del éxtasis" creativo. Y todo ello no tiene nada que ver con la felicidad, sino que netamente con una obsesión, con una idea mórbida incrustada en la mente y el espíritu. Si Juan Emar hubiera seguido el otro camino, el de la salud, quizá no sabríamos jamás de su ambiciosa obra. Si el mismísimo Kafka (Neruda llamó a Emar, "nuestro Kafka") no hubiese tenido la enfermedad, ni el padre que tuvo, ni esa vida rutinaria y atormentada, no habría sido Kafka. Quizá hubiese llevado una vida más saludable, mucho más corriente, FELIZ! pero en su lugar habría sacrificado la posteridad. A ratos la decisión de escribir va en contra de cualquier expectativa, pero es algo que muchas veces no se elige, o, por el contrario, algo que simplemente los sujetos eligen a pesar de sí mismos. Escribir no los hizo precisamente plenos. Fue lo más cercano a un estupefaciente simbólico. Vacío de un sentido estable, pero repleto de un placer contingente, sin garantías. Hicieron lo que la sociedad nunca esperaba de ellos; sin embargo, fue lo que a la larga los hizo únicos.