miércoles, 23 de diciembre de 2015

Con el tiempo libre no solo las ideas se dispersan, sino que los recuerdos también. Pareciera que así está establecido: te tomas unas vacaciones y entonces pasas al imperio de la insignificancia, guardas el intelecto productivo en cuatro llaves para abrirlo nuevamente en Marzo, y sacas en cambio la prenda a la mejor moda del verano, te pones en sintonía con la hormona del presente, y diluyes en un balde la experiencia del resto del año como si fuese el aceite de una máquina que ya estancó su funcionamiento hasta nuevo aviso. Es así como funciona. En el ocio debería recién comenzarse a vivir, cuando en realidad funciona como una postal paradisiaca para olvidar el trauma laboral y pretender un status de vida demasiado elevado, con la pareja ideal, con la casa propia, con el sueño de la realización a cuestas, y a costa tuya, de tu interior, de tu irrealidad. El ocio visto como un lapsus deseable dentro de una vida funcional, no el trabajo obligado visto como el paréntesis de la vida misma. Como sea, para muchos aún no acaban los días hábiles. Para otros aún continúa el ocio infinito (del que todos, sin duda, somos capaces).

No hay comentarios.: