lunes, 11 de julio de 2016

Me acuerdo de una vez en un café, en la pantalla de video transmitiendo el video de The Romantics del clásico Talking in your sleep. Un tipo de aspecto flaite a mi lado, con su vaso de cerveza a medio servir, extrañamente tranquilo, absorto en la pantalla viendo el video, obnubilado quizá por esa música y esa onda (y por una mezcla de otra sustancia anterior) tan fuera de su habitual esquema mental. Pese a eso, su atención al video al parecer le hacía ver que hay otra clase de “onda” distinta a sus influencias. (Aunque en el fondo le produjese rechazo automático, como Alex ante el método Ludovico en la Naranja Mecánica, con los ojos sometidos a mantenerse abiertos y ver un poco de ultraviolencia). En el video los tipos blanquitos con sus chaquetas de cuero, sus peinados ochenteros, letras románticas y mujeres danzantes. Le hacía ver a nuestro solitario amigo flaite que no todo era reggaetón y que no solo ellos, los de su tribu, tienen el monopolio de la actitud y la seducción. Las minas del café, a nuestro alrededor, vacilando la música pero con un aire de obligación, de inercia, no prendieron con esa vieja agrupación gringa, pero, en cambio, sí mostraron interés por los absortos. Susurraban palabras al oído como para mantener el suspenso. Entonces nuestro misterioso camarada se levanta e invita a una de las chicas, sin mayor preámbulo. Por supuesto, cuando eso sucede, cambian la música. Entiende que la fiesta de la globalización está al alcance de todos, pero que se requiere de la dosis precisa de oído, ritmo y contexto para estar a tono. Solo entonces, sin ninguna clase de garantía, con puro arrojo, comienza lo bueno y desconocido.

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