lunes, 11 de julio de 2016

El correo

Una alumna por correo me ha enviado ya tres mensajes de auxilio pidiendo la remota posibilidad de subir su nota si le mandaba a realizar un trabajo. Una parte de mí (la parte seria, que nunca descansa) siente cierto orgullo por su conducta y su preocupación, nunca antes vista en chicas que generalmente viven de acuerdo al dictamen de la desidia y la insignificancia. La otra parte (la parte cínica, la que está de vacaciones) hace caso omiso del envío y piensa mentalmente que todo lo referente a la pedagogía debe quedar en el olvido durante dos semanas. Casi como si se pudiese tener memoria selectiva y suspender de tu realidad cualquier recuerdo referente al trabajo. Pero no se puede. La gracia del trabajo consiste precisamente en su insistencia, en quedar a fuego en la memoria a pesar de haber creído escapar de él por un tiempo. Es su cualidad kafkiana la que lo hace propiamente un trabajo. Tanto que inclusive he llegado a pensar en cobrar por cada palabra escrita con motivo de trabajo dentro del lapso de vacaciones. Sin embargo, la insistencia de la joven en su mensaje escrito me llega a producir ternura y un poco de pena, por el simple hecho de que se trata del primer correo propiamente humano (y femenino) en meses. Por puro ocio y devoción a la palabra, entonces, me dedicaré a cranear una respuesta.

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