martes, 17 de abril de 2018

Se presentó un estudio en EMOL hecho por Tren Digital y Media Interactive sobre cómo se imaginan el futuro los chilenos. Mucha Tele. O, más bien, poca novelística. Según el sondeo, una gran mayoría confía en la capacidad de la inteligencia artificial para realizar tratamientos de enfermedades y para negociar con el uso de drones que entregarían bienes y servicios a domicilio. Inclusive sostienen que futuros robots pueden perfectamente reemplazar a trabajadores en determinadas áreas específicas. Sin embargo, descreen casi por completo en la posibilidad de que los modelos señalados adquieran alguna clase de sentimiento humano. Solo un 35% piensa que podrían existir robots con emociones en el servicio al cliente; y solo un 35% preferiría tener relaciones sociales con un sistema de IA antes que con un humano, digamos, real. Al análisis de este resultado, un tal Daniel Halperan sugiere la esquizofrenia digital, la pugna entre la sensación de protección que ofrecería el autómata y la ingente falta de control sobre su creciente autonomía. De nuevo, el abismal tema de la conciencia, que toca fondo en lo que refiere a la tecnología y sus creaturas. La conciencia en la actualidad, y a juzgar por lo dicho, provoca un dilema fatal, uno de proporciones. A este punto, pareciera que los chilenos no hubiesen visto nunca Her o Ex Machina. Será que aún no se asimila del todo el imaginario distópico de occidente y, en cambio, se sigue apostando por un “cyber utopismo”, la idea de un progreso indefinido asociado a un creciente espíritu transhumanista, la cara cibernética de unos “tiempos mejores”. Dentro de este futuro chilensis de ciencia ficción, la realidad sería la pura copia digital del Edén. De ella saldría únicamente un desfile de empleados perfectos, abriendo a sus anchas las alamedas virtuales por donde pasaría el último hombre, el hombre máquina, sin otra memoria que la de su aceitado sistema operativo y ya sin otro sueño que el de su automatización definitiva.

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