domingo, 3 de diciembre de 2017

Paso breve ayer por el Cementerio Los pensamientos. Cavilé sobre el nombre, tratando de no hacer la asociación esperada, pero fue imposible. Creo que la última vez que fui a un cementerio fue para enterrar y despedir a una bisabuela, en un rito solemne e íntimo. Por otro lado, cada vez que proponían recorridos o caravanas a través del cementerio de valpo, y de noche, me rehusaba, no tanto por un deseo inhóspito, como por una necesidad de serenidad, para no perturbar, en cierta forma, el silencio natural en el patio de los callados, y de paso, no perturbarme a mi mismo. Hoy sin embargo cavilo sobre el cementerio como un espacio mental inexorable, a raíz de aquel encuentro en Viña, y el pensamiento de la muerte se hace indisociable del pensamiento cotidiano. En un ejercicio de cogito fúnebre o de reflexión funesta ¿Qué proceso habrá llevado a llamar así a un cementerio? ¿La simple alusión al pensamiento como una forma de invocar en la memoria a los finados? ¿O el hecho irremediable del pensar ligado al hecho de morir? ¿Habrá un aliento de muerte (un impulso tanático) en cada pensamiento? ¿Estaremos dándole vida a la muerte al pensarla? ¿Pensar la muerte mientras se vive hará que esta nos domine o nos allane el camino? Tal vez como habría dicho Blaise Pascal: "Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar su pensamiento sin morir".

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